Dulce sangre

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Las últimas gotas de lluvia caían tranquilas desde el cielo, los rayos y truenos habían cesado y el viento era casi inexistente.

Todo sería tranquilo y nada cuestionable si la situación hubiese sido completamente distinta.
  Kevin aún piensa que quizás sí hubo en algún momento una oportunidad para cambiar todo lo que había pasado, pero parecía que el destino ya lo había escrito y ya no había nada que hacer más que lamentarse o buscar una manera de salir de allí, como desde el primer día.

No podía creer que estaba acostado en el césped, manchado de sangre, y abrazando a su secuestrador, como si fuera cualquier cosa. Como si la situación fuera correcta.

—Dilo otra vez —pidió Hirving de la nada.
—¿Decir qué? —cuestionó Kevin.
—. Que me amas. Dilo otra vez.

Justo fue el momento para que la voz de Kevin se desvaneciera. Tan fácil que era hablar y ahora que debía hacerlo no podía.

Titubeó nervioso, pero su voz no salía por mucho esfuerzo que hiciera. No fue hasta que se aclaró la garganta que pudo hablar.

—T-te... amo -titubeó.
—¿Cómo?
—Te amo —repitió.
—¿A quién? ¿A quién dices amar?
  Kevin suspiró.
—A ti, Hirving. Te amo.
  Hirving entonces lo besó satisfecho en la mejilla.
—Debes irte acostumbrando, porque así será de ahora en adelante.

Lo decía tan en serio... y eso le gustaba más.

—Ellos —apuntó a los cuerpos sin vida.—. ¿Qué vamos a hacer con ellos?
  Hirving le acarició la mejilla, manchandola de sangre.
—Cariño, eso no importa ahora.
—Pero, Julián...
—Ya está descansando. Eso quería.
—Pero... Hirving...
  Hirving lo tomó de la mejilla.
—Kevin, si algo tenían en común, es que ambos querían arrebatarte de mi lado. Pero no se salieron con la suya. Y nadie lo hará. Este amor que siento por ti es tan enfermizo que soy capaz de derramar sangre por ti. Y lo hice. Yo te amo y te amaré hasta la tumba, sin importar que la Muerte nos separe, por que me las arreglaré para encontrarte una y otra vez en otras vidas para estar juntos nuevamente.

Kevin se quedó inmóvil.
  No podía emitir ni un sonido.
  Respirar ya no era algo que conocía.

Era lo más aterrador y romántico que jamás le habían dicho en su vida. Y amaba que así fuera.

Kevin no pudo mirarlo a los ojos. Volteó una última vez y luego hundió su cara en su pecho.

—Vamonos. No quiero verlos.
—Debes de verlos.
—No quiero verlos, por favor...
—Debes mirar.

Hirving le sostuvo la cabeza para obligarlo a ver. Kevin trataba de cerrar sus ojos, pero era inevitable no abrir los ojos y ver la escena.

—No quiero, por favor. Regrecemos, no quiero ver más —suplicó al borde del llanto.
Hirving se apiadó de él y lo llevó de regreso a la casa.

—Muy bien. Arreglaremos las cosas. De ahora en adelante, todo va a ser diferente.

Kevin estaba que se desmayaba otra vez. Era futbolista y claro que debía de ser sano y muy fuerte, pero ser enfermizo no ayuda mucho.

Parecía que todo lo que estaba mal con el le venía en su contra desde que llegó a ese lugar. Quizá desde mucho antes y no lo había notado.

—Quiero irme —dijo Kevin adormilado. Estaba casi cayéndose, si no fuera por que Hirving venía casi cargandolo para evitar eso mismo.
—Ya casi —repuso Hirving—. Ya casi...










No tenía la certeza de cuántas horas habían pasado, pero el tiempo parecía procurar transcurrir lo más lento posible.

Dormir ya no era una opción, el sueño ya no le brindaba tranquilidad. De hecho nada en ese lugar le brindaba tranquilidad más que Raúl.

Amor enfermizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora