Sorpresa

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Escuchó ruidos extraños. Abrió los ojos lentamente, y prestó atención.

Volvió a oír pasos, y luego hubo otro silencio. Se levantó con cuidado y caminó a la puerta. Estaba descalzo, y traía la sudadera mal puesta.

Pego el oído en la puerta y prestó atención. Nuevamente, escuchó pasos, se oían rápidos, y cada vez mas cerca de la puerta. Entrecerro los ojos y, después del silencio, en lugar de pasos, esta vez fueron susurros.

Se asustó y se alejó de la puerta. Volvió a la cama y apretó la sabana. Luego de un rato, dejó de oír los susurros. De repente la puerta se abrió de golpe.

Sintió que se le fue el aire. Hirving le aventó ropa a la cama.

—Báñate, usa las toallas. Y ponte la ropa —ordenó sin mas.
—¿Para qué? Y ¿porqué no uso la ropa de allá? —apuntó al tocador.
—. Porque quiero que uses esa. Rápido —y luego, desapareció otra vez, cerrando la puerta.

—¿Por qué ahorita? —se preguntó en voz alta. Se puso de pie y agarró una toalla del cajón.

<<Espero que no sea nada malo.>>

Entró al baño y cerró la puerta con seguro. No lo había visto, pero se miraba decente. Como para tener secuestrado a alguien, estaba decente.

Se quitó las prendas y las dejó por ahí.
—Puta madre, hace frío.

Abrió la llave del agua y rogó que estuviera caliente. Suspiró de alivio cuando la sintió caliente y se metió. Había extrañado el agua de la regadera.

Cuando acabó, revisó la ropa que Hirving le había dejado. Aparte de la ropa interior, era una camiseta de la selección Argentina. Y unas medias.
—¿Esto qué? —se la colocó extrañado, y se preguntaba porque sólo eso.

Además, hacía un frío horrible. Se sentó en la cama y se puso las medias. Tal vez estas le taparian el frío de las piernas un rato.
  Se paró y se miró en el espejo. La camiseta le quedaba un poco grande.

Respiró profundo. Agarró el cepillo y se arreglo el pelo. Estaba un poco húmedo, y no se le arreglaba como el quería. Al final se lo pudo acomodar, y supuso que tendría que esperar.










Cuando tuvo la oportunidad, por fin habló con Hirving, y le dijo que estaría en México muy pronto.

Llegó de madrugada, le avisó a Hirving. Por fin, después de tanto, tendría a Kevin para él, y no tendría que conformarse solo con verlo de lejos.

Esperaba que Hirving lo hubiera cuidado como se lo prometió.

De todas formas esperaba que lo cuidara bien de nuevo cuando tuviera que irse otra vez.

Desde que llegó, no pudo borrar su sonrisa.











Cansado, agarró las cajas de pastillas que estaban guardadas en los cajones y empezó a jugar con ellas. El tiempo se le hacía eterno, los días eran largos y aburridisimos, a veces Hirving nisiquiera aparecía.

Se preguntaba si ya vendría ese Julian. Tal vez sí, y por eso Hirving lo mandó a bañarse. Como a las tres de la mañana.
También se preguntaba si ya lo estarían buscando. Ya había pasado un tiempo.

Estaba sentado en el suelo, acomodaba las cajas de forma que parecieran edificios. Primero había puesto una camiseta verde de las que habían en el cajón y luego puso las cajas. Estaba en eso cuando escuchó ruido afuera. Se levantó de inmediato. Se acercó a la puerta. Se agachó y vio una sombra. Alguien estaba del otro lado. De repente, vio que se deslizaba un papel desde afuera, y a duras penas pasaba por su lado de la puerta. Agarró el papel lentamente y vio que tenía algo escrito. Corrió y encendió la luz de la habitación-luz que no se había atrevido a encender desde que llegó-.

Amor enfermizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora