La última cena

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Entre abrió los ojos, pero volvió a cerrarlos. Aún estaba cansado, además, había recordado que ese día iban a llevárselo.
Trago saliva y se estiró para relajar el cuerpo.

Hizo una mueca, había dormido medio sentado toda la noche y le dolía la espalda.
Parpadeo y suspiró pesadamente.

Volteó para su derecha. Kevin seguía durmiendo. Podía oír su respiración, tenue y muy bajita.

Parecía casi un ángel, con el rostro relajado, como si por un momento por fin descansara de la pesadilla que era estar en ese lugar.
Su estado le contagio algo de alivio y paz a Ochoa.

Decidió no despertarlo, el chico se notaba cansado.

Guillermo tampoco se levantó, o al menos no de inmediato. Se tomó su tiempo para relajarse. Se estiró y respiró hondo.

Se levantó y entró al baño que tenía la nueva habitación, cerró con seguro y se echó agua por toda la cara. Se relajó y salió.

Ya estaba la ropa que se suponía debían usar para verse presentables.
Estaban cuidadosamente dobladas sobre la cama y cada una tenía un papelito que ponía: "Guillermo" y la otra "Kevin."

Rodeó la cama y se asomó por la ventana. Aunque no pudiera ver gran cosa, el sol estaba en lo más alto, y reluciente, como siempre.

Dedujo que ya debían ser las ocho o nueve de la mañana. Ya nisiquiera recordaba a qué hora se suponía que se levantaba antes de el secuestro.

No sabía a qué hora llegaría el invitado, pero supuso que ya deberían arreglarse. Con mucho cuidado, se acercó a Kevin y lentamente colocó una mano en su hombro.
—Kevin —murmuró con voz dulce—. Levántate.

Kevin jadeo, pero abrió los ojos. Guillermo le regaló una cálida y dulce sonrisa.
—Ya es de mañana.
Kevin asintió, y se fue incorporando lentamente.
—¿Y como dormiste?
Kevin lo miró como si fuera obvio que, por la situación, estaría claro que dormir sería complicado.
—Tuve una pesadilla —respondió, pero Guillermo se quedó en silencio, atento, como si quisiera seguir escuchando.

De todas las pesadillas que había tenido en ese lugar, definitivamente la que había tenido la noche anterior había sido, sin duda, la peor.

Estaba en un estadio, uno enorme, iluminado hasta en partes que no necesitaban estarlo. No habían aficionados, ni jugadores, ni un árbitro, solo el, en ese estadio, completamente solo.

Se sintió indefenso, incapaz de hacer algo si iniciaba cualquier tipo de situación. Entonces, ahí, parado en medio de la cancha, sintió una gota pesada que cayó en su mano.

La miró y se dio cuenta que no era agua de lluvia. Era roja y se veía espesa.
Y luego cayó otra, y otra más, y finalmente se hizo una lluvia de sangre.

Se asustó, y cuando menos se lo esperó, todo el césped del estadio se había teñido de rojo.

Negó con la cabeza y se concentró en la realidad. Hasta en ese mismo momento sintió que traía aún la gota de sangre.
—. Fue muy extraño. Había sangre por todo el estadio.

Miró su mano. Efectivamente, no había ni una sola gota, pero aún podía sentirla, aún después de haber corroborado que no era así.

Guillermo rio nervioso.
—A diferencia, yo soñé que me casaba.
Kevin rio.
—Hay dos tipos de personas.
—¿Y con quién te casaste?—preguntó sonriente.—. Cuéntame cualquier cosa que me haga olvidar que estoy aquí.

Guillermo sonrió y aguantó reírse otra vez.
—Bueno, no lo vi muy bien, pero los dos nos sentíamos tristes.
Kevin alzó las cejas.
—¿Fue con un hombre? —cuestionó curioso. Guillermo asintió.

Amor enfermizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora