Capítulo 9

30 3 1
                                    

"Malvado"

A la hora de la cena, me veo obligada a asistir al banquete que mencionó Silas. Soy la última en aparecer. Todos ya están sentados en una enorme mesa con manteles blancos y copas de cristal.

Aún no sirven la comida y todos están tan silenciosos como si alguien se hubiese muerto. Están Poe, sus padres, Silas y otros dos centinelas. Por suerte no han traído a la pequeña, porque se asustaría de ver a su hermano tan mal herido. 

Poe tiene la mirada clavada en el centro de su copa vacía cuando me siento a su lado, y sólo deja de mirarla cuando encuentro su mano bajo el mantel. Le aprieto con cariño, acariciando el anillo con las yemas de los dedos en un intento por encontrar algo de calma también.

—Hola. —Digo con una ligera sonrisa hacia su madre, quien parece haber llorado antes, supongo que Sirius se lo informó anteriormente, para no asustarse al encontrarlo de pronto.

—Bueno, ya estamos completos, ¿Por qué no cenamos? —Habla la voz más molesta aquí presente y hace un ademán para que unos meseros preparen todo.

Aún estoy tomando la mano de Poe, cuando Silas dirige la palabra a mí.

—Aunque los seis sean tus compañeros, sólo es costumbre tener un par de suegros. La tradición es que, a partir de ahora, los consideres como tus propios padres.

Asiento con la cabeza tragando un poco de saliva. La mirada afligida de Sirius me encuentra. Le sonrío un poco sintiendo que se me nublan los ojos. Aún me afecta verlo por lo que ocurrió en la celda.

—Y la pequeña, supongo que también se convierte en tu hermana. —Sigue hablando el anciano. Aunque en algún momento me habría parecido lo mejor que me podrían decir, ahora no sé cómo reaccionar. No puedo dejar de pensar que Silas o algún otro anciano puede pasar a hacerle daño a esta gente para manipularnos.

El comedor está ordenado con velas, y también hay una chimenea encendida detrás de Silas, que está sentado en un extremo de la mesa. Los centinelas están parados junto a la puerta.

Los meseros nos sirven una especie de licor en las copas y un filete bañado en alguna salsa roja. Sólo después de que Silas coge el primer bocado, nos sentimos con el permiso de coger los cubiertos.

Engullo poco a poco, todo muy lento, pensando si en otras circunstancias, habría podido sacar un tema de conversación con su madre. A ella siento conocerla, porque la visitaba con frecuencia de chica. Siempre quise decirle que su hijo también la extrañaba tanto como ella cuando la encontraba llorando en esa mansión completamente sola.

Empiezo a sentir un nudo en la garganta que no me deja tragar bien la carne, así que me empino la copa de vino y lo bebo todo de una sentada. Silas me ignora y pienso que ha hecho bien, porque de haberme reprochado algo, sé que me habría levantado a atacarlo.

Lo veo comer tan calmado que siento asco. Él menos que nadie merece estar tranquilo después de todo el mal que ha causado...

Y como si el demonio pudiera sentir mis sentimientos más perversos, actúa.

Las velas de la mesa se apagan, y en una fracción de segundo, veo la proyección de una sombra de una persona de pie, entre la chimenea y Silas. En un instante el fuego que ilumina el comedor se extingue y luego, en la oscuridad, donde el demonio se mueve con facilidad y sin ser visto, el anciano emite unos tenues sonidos ahogados.

Los centinelas se alarman, pero en la oscuridad no logran encontrar el peligro. No tengo idea de cuánto tiempo ocurre, pero cuando una sola vela frente a mí vuelve a iluminar el comedor, nos encontramos con la escena de un hombre sin vida, sentado sobre su silla aterciopelada; con los brazos colgando a los costados y los ojos completamente desorbitados.

EloínaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora