Capítulo 1

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Ser un Arconte... ¡Es un martirio!... Debes estar sentado en una posición incomodísima el resto de tu vida para meditar y lograr entrar al mundo espiritual, donde hay que viajar lejos como si de una realidad alternativa se tratase. Abandonar tu forma física y explorar las fronteras, los bosques, ríos, lagos, calles y todo lo que habita en esta región... Como ser un fantasma que espía todo y a todos, es odioso y agotador.

—Nina... —gruñe la voz de Poe a mi derecha y me saca de mis pensamientos. Aún no sé cómo hace para saber que no estoy enlazada. Abro lentamente un ojo y lo miro sentado en su escritorio, revisando algunos reportes y sellando con golpes secos y mecánicos. No me está mirando, pero, aun así, sabe que mi mente no se ha despegado de mi cuerpo. Me pregunto si al hacerlo me delato como si al dormir roncara, o si un hilito de baba se escapara de la boca. No lo sé, porque el cordón de la proyección inicia justo fuera de este lugar, a unos siete metros de distancia. Si llego a cruzar más acá, mi alma regresa a su lugar.

Estiro mi espalda y hago movimientos con el cuello adolorido. A penas llevo cuatro años en el cargo y ya lo odio... ¡¿Cómo pueden poner a una niña a cumplir esta tarea tan aburrida?! 

—El ceño... —Señala Poe aún sin mirarme—. Te saldrán arrugas.

Como si eso importara, igual estaré aquí encerrada el resto de mi vida... A nadie le interesa cómo luzca.

Mis padres tuvieron que entregarme al saber que era la siguiente Arconte y además de Poe, no tengo a nadie con quién socializar. Lo considero de mi familia, aunque a veces me moleste.

—¿No puedo sólo tirarme al suelo con una almohada? Cuando debo parar me duele mucho la espalda. —Me quejo por lo bajo, y entonces Poe baja las hojas que tiene en mano y gira el rostro para mirarme. Él también es bastante joven, tiene 13 años. Su cabello rubio es lacio y sus ojos verdes son como las piedras preciosas que he visto en una cueva cerca de las cascadas. Me embelesan un poco.

—Arreglaré una cita con el masajista, pero aún te faltan tres horas más. —Su voz es amable y me dedica una pequeña mueca de consuelo, con una sonrisa tranquila y cálida. Tomo aire suavemente y asiento levemente, volviendo a cerrar los ojos para regresar a eso de las proyecciones astrales. 

Lo que más me molesta de ser Arconte, es que puedo ver que las personas allá fuera tienen una vida plena. Los niños de mi edad corren por las calles y juegan fuera de sus casas. Casas donde puedo asomarme a veces y encontrarme con momentos familiares. Cumpleaños, comidas, bailes, nada de lo que algún día creo yo, podré formar parte.

Presto atención y me doy cuenta de que hay clase de historia en la escuela. Aburrido... Ayer había una pequeña obra de teatro con títeres y eso sí fue entretenido.

Sigo recorriendo las calles de la ciudad. El cielo advierte lluvia ligera, por lo que las mujeres se encargan de recoger la ropa de los tendederos y los hombres de guardar al ganado. Todos en Râqîa son muy humildes, nadie pasa hambre o se dedica a hacer el mal. Si encuentro cualquier delito, estoy obligada a informar para que manden a los centinelas. Yo hago de la ciudad, un lugar seguro. Incluso si un niño agrede a otro, estoy yo para que se sepa. Es un hecho que todos los padres dicen a sus hijos, algo como "si te portas mal, ella lo verá". Una vez, escuché a unos chiquillos fantasear con cómo sería mi aspecto. Me di cuenta de que muchos creen que soy una anciana decrépita con más de doscientos años. La anterior Arconte quizás lo sea, pero ya se retiró... Yo tan sólo tengo nueve añitos.

Me paseo dando brinquitos donde los charcos comienzan a aparecer, y no ocurre nada, porque mi alma no perturba nada. No puedo mover objetos o hablar con las personas, porque solamente estoy para observar. "Un ojo que todo lo ve", suelen decir por ahí. A veces, los gatos y otros animales sí me ven, y me siguen como hipnotizados, como si vieran algo muy brillante y bonito. Pero es por momentos, porque luego vuelven a sus vidas a hacer sus cosas animalescas.

EloínaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora