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Viernes

26 de noviembre


Salimos de comisaría: él con los ojos hinchados de llorar y la vena marcada en el cuello por querer encontrar y matar al culpable; yo con un sabor salado por culpa de las lágrimas que resbalaban por las mejillas y que segundos más tarde, caían en mi boca.

Aunque no estábamos solos. Nos acompañaba John Caler. Íbamos a ir juntos a imprimir la foto ya que Oliver insistió en que quería ir.

Al final, no le había pasado la imagen borrosa que había pedido el agente. Pero John le dio el permiso para que Oliver pudiera imprimirlo ya que había tomado una foto a una persona sin su consentimiento. Pero como era para un fin especial, es decir, resolver un caso, le dieron el permiso.

Aunque Oliver fuera un policía, tenía los mismos derechos y prohibiciones que los ciudadanos de Chicago.

Mientras caminábamos, Oliver y John, que deberían de tener la misma edad, conversaban sobre casos pendientes de la ciudad. Yo escuchaba en silencio ya que no tenía ni idea de lo que hablaban. Pero para mi información, el caso de Brandon no tenía nada que ver con los que pasaban normalmente en esta ciudad.

Y como si yo pensara las cosas en voz alta, John saltó de tema:

—¿Sabes lo que creo?

—No sé leer mentes, Johnny —dijo Oliver como un apodo cariñoso entre compañeros, a lo que el agente contestó golpeándole en el brazo. Era obvio que eran amigos y no solo compañeros.

—Creo que lo tuyo, es decir, cuando te secuestraron, es parte del asesinato de tu hermano —dijo con seriedad—. Es decir, que podría ser por la misma razón.

—¿Me estás diciendo que mataron a mi hermano y ahora quieren matarme a mí?

—No...

—Sí. Intentó matarme. Me pegó dos tiros.

—Bueno, posiblemente.

—¿Pero qué hizo mi hermano? Podrían haberme matado a mí en vez de a él.

—Seamos realistas. Eso no ha pasado.

—Y qué.

—Está muerto, Oliver. No se le puede hacer nada. No se puede viajar al pasado y cambiar las cosas.

—Déjame en paz. Todo es mi culpa

—No. No lo es —intenté calmar a Oliver pasándole un brazo por la espalda—. No tienes la culpa de nada. Incluso si tenemos que echar a alguien la culpa, me la echas a mí. Yo le dejé solo en un momento de pánico.

—Espera —interrumpió el policía—, la persona que hizo esa barbaridad, sabía el momento justo. Es decir, que estaba esperando el momento adecuado, a lo que nos lleva que podía estar planeado o simplemente llevaba tiempo queriendo hacer eso. 

Secretos OcultosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora