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Miércoles

14 de enero


—¿Señorita Sorni? —dijo el mayordomo sorprendido al verme.

—¿Está Oliver? —pregunté nerviosa.

—No se encuentra aquí ahora mismo. ¿Desea que le diga que ha estado usted por aquí?

—Eh, no, no... Si no es mucho preguntarle, ¿sabe dónde está?

—No tengo esa información, señorita Sorni. De hecho, me dijo que ayer por la noche estaría de vuelta en casa, pero no ha vuelto desde que marchó bien temprano.

—Está bien, muchas gracias.

Me despedí del mayordomo y cerró la gran puerta Me quedé pensando dónde se podría haber metido, no hacía muy buen día para que estuviera fuera, apenas la lluvia había parado en dos días. Apoyé la cabeza en la puerta y comencé a llorar. La lluvia caía sobre mí al igual que mis lágrimas que no cesaban. Llegué a pensar lo peor de donde podría estar, que todo sería mi culpa si le hubiera pasado algo y yo no me podría perdonar haberle hecho daño a los hermanos Dubois. Todos esos pensamientos se desvanecieron al volver a escuchar mi nombre.

—¿Andrea? —preguntó una voz en la distancia.

Me giré y una sonrisa no pudo evitar aparecer en mi rostro. Allí estaba él, con el pelo alborotado por la lluvia y la ropa empapada al igual que la mía.

—¡Te quiero! —grité en la distancia al verle.

—¿Qué dices? ¡No te escucho! —dijo burlándose de mí.

—¡He dicho que te quiero Oliver! —grité aún con más fuerza. Corrí y me lancé sobre él, haciendo que yo quedara enganchada a su cuerpo sin tener ni un solo pie en el suelo.

—¿Sabes que yo te quiero más, ricitos? —dijo susurrándome en la oreja. Echaba de menos escuchar su voz, al igual que sus labios y sus besos. Nos besamos apasionadamente bajo la lluvia, sin que nos importara nada más

—Lo siento, debí haberte escuchado, debí haberte creído, debí haber confiado en ti, debí muchas cosas —dije yo entre lágrimas.

—Shh, disfruta de este momento. En cada lágrima hay un mar de emociones, y en un abrazo se encuentra el consuelo que seca esas lágrimas y llena de esperanza los corazones —dijo con una voz tranquilizadora, acariciándome el pelo. Seguimos unos minutos abrazados sin decir ni una sola palabra. No pude parar de llorar de lo arrepentida que estaba.

—No puedo dejar de pensar en lo tonta que fui, Oliver. Estaba rompiendo lo nues-...

—No quiero que me des explicaciones, no tienes que justificarte. Tuve mucho miedo de perderte, Andrea. Nunca antes había sentido algo así en ningún momento. Tu eres la persona que me hace sonreír todos los días con solo pensarte. Eres la persona a la que quiero, a la que amo, a la que no dejaría escapar —afirmó Oliver mirándome a los ojos.

—Gracias a ti he salido adelante de todo esto. Sin tu especial mirada, nada de esto hubiese ocurrido —le afirmé a Oliver, sin separar nuestra mirada, la que derrochaba pasión y ternura a la vez.

—Quiero descubrir quién ha sido la maldita persona que te ha querido hacer daño con esa foto —dijo Oliver enfurecido.

—No, no. No me importa quién me ha enviado esa foto. Lo único que me importa es estar contigo, Oliver.

—Está bien, lo haré por ti.

—¿Sólo y exclusivamente para mí? —dije yo burlándome.

—Así es, solo únicamente para mi ricitos —replicó Oliver.

En medio del caos y la incertidumbre, su amor inquebrantable se convirtió en un refugio seguro donde nada más importaba.

***

Después de un largo día con Oliver, llegué a casa a la hora de cenar. No veía el momento de abrazar a mi hermana y pedirle perdón por todo el caos que había provocado. Ella fue quien me juró que la foto era falsa, quién me dijo que nunca me haría eso, quien me aseguró que estaba confundida y que esa foto estaba hecha con el fin de dañarme. Yo no la creí, y Beatrice tenía razón. Quieras o no, por mucho que lo niegues, los hermanos mayores acaban teniendo razón. Y nosotros, los hermanos pequeños, creemos tenerla e ignoramos lo que dicen los demás. Estaba tan decepcionada conmigo misma que no sé si sería capaz de enfrentar mis errores. Errores que me hicieron creer por horas que no me quedaba nadie en ese mundo en que pudiera confiar. Errores que profundicé tanto que acabé creyéndomelos, acabé mintiéndome a mí misma.

Al llegar al portal de mi piso, repetí varias veces las palabras que me dijo Oliver antes de irme de su casa: <<tranquila, todo irá bien, te lo aseguro>>.

Confié en mí y subí corriendo por las escaleras. Al llegar a mi puerta, la abrí silenciosamente. Al cerrar la pesada puerta, la vi en la cocina, haciendo unas hamburguesas. Me acerqué sigilosamente a ella y la abracé.

—Debí creerte, lo siento muchísimo —dije al instante.

—¡Andrea! ¿Qué ha pasado? —preguntó Beatrice.

—La foto... es falsa —admití avergonzada—. Debí escucharte, pero mi tozudez me lo prohibió. No sabes cuánto lo siento, Beatrice.

—Andrea, no te preocupes por eso. Todos hemos cometido errores, algunos más graves que otros. Pero cómo has podido comprobar, de todo se sale.

—Soy una estúpida, tenía que haberte creído, como siempre lo he hecho. No te hubiera adentrado en este caos sentimental. No me he comportado bien contigo, y no sabes lo arrepentida que estoy.

—Puedes afirmarme las veces que quieras que estás arrepentida, sé que lo estás. Te conozco bien desde que eras una niña, y sabía que ibas a volver aceptando tus errores. Estoy orgullosa de ti, Andrea.

—Yo no estoy orgullosa de mí. No he creído a mi hermana ni a mi novio, y he estado a punto de cargármelo todo por un capricho, como si todavía fuera esa niña inocente que fui.

—Deberías estar orgullosa y lo sabes. Tenías todo el derecho del mundo a sentir ese dolor, esa frustración, no sabías nada de nada. Yo también debería pedirte perdón, ese día tuve miedo de que nos distanciaramos y reaccioné con las peores palabras —afirmó mi hermana.

—No nos vamos a pelear ahora por ver quién ha cometido más errores —dije con una pequeña sonrisa entre lágrimas.

—Espero que no —añadió riéndose.

—Las dos hemos cometido errores, y sabemos afrontarlos. Mamá nos lo enseñó, hoy en día somos quien somos gracias a ella. Porque el amor de nuestra madre es un lazo eterno que nos guía en cada desafío. 

Secretos OcultosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora