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Viernes

24 de diciembre


Ese equipo de policías que mencionaron y que me iban a vigilar las veinticuatro horas del día no había llegado. No tenía tampoco ninguna noticia de ellos desde el quince de diciembre.

***

Estuve toda la mañana en el sofá, tapada con la manta de Navidad viendo series. La única luz que alumbraba la sala era la de colores del árbol navideño. Hace pocos días, Oliver, mi hermana y yo lo estuvimos decorando. Pasaba casi toda la semana encerrada en casa. Me asustaba salir a la calle y que me volviera a pasar algo indeseado.

Al llegar Oliver, fui a darme un baño caliente que me había preparado con sales aromadas. Olía a Navidad, olía a ese día de comida familiar, de celebración, olía a madrugar para abrir los regalos que había alrededor del árbol lo más rápido posible.

Cuando salí, me puse mis tejanos skinny y un suéter de algodón bien calentito. Cogí el abrigo, me lo abroché hasta arriba, soportando el frío que hacía. Oliver y yo salimos a la calle. Nos dirigíamos hacia el centro de la ciudad, para respirar todo ese ambiente navideño. Mientras íbamos llegando, veíamos niños con esa ilusión en los ojos, que creen en la magia de la Navidad desde pequeños.

Al entrar a la calle principal, ya se podían ver todas esas luces que hacen una sonrisa en tu rostro. Colgadas de un hilo, se situaban esas luces de varios colores navideños, que iban parpadeando. En las farolas se encontraban altavoces, de los cuales salía el sonido de los típicos villancicos. A los lados de las calles, se veían niños al lado de Papá Noel haciéndose fotos con una gran sonrisa de ilusión; metían en el buzón sus cartas con los deseos navideños.

—¿Hueles eso? —me preguntó Oliver con una sonrisa.

—¿El qué? —dije cerrando los ojos y olfateando el ambiente.

—¡Chocolate caliente! —dijimos los dos a la vez. Fuimos corriendo hasta el puestecito de una anciana que hacía el chocolate. El mejor de todo Chicago.

—¡Buenas noches! Nos gustaría tomar dos vasos de chocolate, por favor —dije yo con una sonrisa.

—Claro que sí, muchacha —afirmó la anciana. Nos preparó los vasitos cautelosamente.

—¿Cuánto es? —preguntó Oliver cuando ya tenía los dos vasos en la mano.

—Nada. No le puedo pedir nada a una pareja de enamorados —dijo la anciana con una sonrisa. Oliver y yo nos miramos. Supe que la anciana tenía razón. Nunca nadie me había mirado como Oliver lo hacía. Nunca nadie me había querido como él lo hacía. Todo era único viniendo de él. Sé que no encontraré a alguien como él. Tal vez sea el amor de mi vida. Buscaría su amor en otras personas. Aunque siga buscando, no encontraría nada parecido, tendría las expectativas tan altas por Oliver que nunca se podrían igualar. Siempre he estado buscando esa persona pero nunca la encontré. La he buscado en todas partes, pero cuando no la buscaba, me encontró a mí.

Con el vaso de chocolate en las manos, fuimos andando un poco más y llegamos hasta la plaza mayor. Se encontraba el gran árbol decorado con todos los deseos navideños de los ciudadanos de Chicago; la gran pista de hielo y todos esos puestecitos con decoraciones. Paseamos al lado de los puestecitos mirando que contenía cada uno. En algunos había dulces, en otros decoraciones para el árbol, y en los demás, juguetes. Cuando recorrimos todos los puestos, fuimos hacia el árbol de los deseos. Cogimos unas hojas cuadradas pequeñas y empezamos a escribir. Deseé hacer justicia a Brandon, encarcelar a su asesino; estar más tiempo con mi hermana, y lo que ahora más deseaba era estar junto a Oliver por siempre. Nunca romper nuestro amor, seguir confiando, apoyándonos y amándonos. Oliver colgó primero su deseo, seguidamente lo hice yo poniendo el mío al lado del suyo.

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