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Viernes

24 de diciembre


Mi corazón se detuvo en mi pecho mientras mis ojos se encontraron con aquellos ojos que solían brillar con vida. El horror y la incredulidad invadieron mi ser cuando me di cuenta de que era mi mejor amigo, ahora inerte y sin vida, con solo los ojos atrapados en el interior de la lavadora. Un grito ahogado escapó de mis labios, mis manos temblaron violentamente y las lágrimas brotaron sin control de mis ojos. Sentí que el suelo se desvanecía bajo mis pies.

El dolor me arañó el alma, como si miles de agujas afiladas se clavaran en lo más profundo de mi ser. La tristeza me inundó, envolviéndome en un abrazo frío y desgarrador.

Mis manos temblorosas se acercaron a la lavadora. Cerré los ojos con fuerza, como si también me los fueran a quitar, deseando que todo esto solo fuera una pesadilla, que en cualquier momento abriría los ojos y vería a Brandon sonriendo, lleno de vida. Pero la cruda y dura realidad me recordó que él ya no estaba aquí. La realidad de su pérdida se aferró a mí como una sombra oscura, recordándome que la vida puede ser frágil.

Con pequeñas arcadas que me daban, salí corriendo de allí con los ojos rojos y sin casi respiración. Cogí como pude el móvil y llamé a la policía. Tardaron tres tonos en cogermelo.

—Comisaría oficial de Chicago ¿en qué puedo ayudarle?

—Es... están aquí los... ojos de Brandon.

—¿Señorita Andrea?

—S... sí

—Vamos hacía allí. Dígame su dirección.

Con la poca voz que me quedaba por miedo, se la di.

—No se despegue del teléfono, por favor.

—De acuerdo —logré decir.

***

En poco menos de diez minutos estuvieron en mi casa.

—¡Polícia y Criminología! ¡Abra la puerta, señorita Andrea! —Tenía los ojos hinchados de llorar y asco a la vez. La persona que estaba haciendo eso, sin duda disfrutaba. No solo era capaz de matar a Brandon, sino de poner los ojos en la casa de su mejor amiga. Les hice caso y abrí la puerta pero no estaba preparada para ver a un equipo entero con kimonos blancos y una mascarilla.

—¿Podemos pasar? —dijo una chica joven que se encontraba al final. Todos los criminólogos se apartaron para dejar pasar a la bella mujer que avanzaba hacia mí. Vestía formal: camisa blanca, con una chaqueta negra y una corbata. Su pelo negro y liso se recogía en una coleta.

Asentí y les señalé con el dedo. Ella les dio el paso y se dirigieron confiando en mis indicaciones, pero la chica fue la única que se quedó a mi lado.

—¿Estás bien? —preguntó ella, luego me miró mejor y con una leve sonrisa de amabilidad añadió— Vale, esa no era la pregunta correcta —Me tocó el hombro—. Tranquila, todo esto se acabará y podrás vivir tu vida normal y sin miedo porque quien esté haciendo esto, vivirá en la cárcel.

Esa chica me sonaba mucho. Me parecía haberla visto alguna otra vez en la vida, pero no sabía cuando

—Me alegra verte de nuevo. Sé que en este momento de pánico no sabrás quién soy —me acarició en círculos con su dedo pulgar en el hombro—. Me llamo Valery. Soy la novia de Jacob, el mejor amigo de Oliver, o al menos lo era hace unos meses. ¿Te acuerdas de la primera vez que nos vimos? En el bar donde primero te encontraste con Oliver y luego con toda su pandilla.

Era esa chica que cuando la vi pensé en ser su amiga ya que no tenía a nadie.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté.

—Soy la inspectora. Trabajo en eso —miró a su alrededor. Trabajadores se paseaban de un lado a otro—. Me han llamado para que venga. ¿Puedo revisar tu casa?

Asentí para que lo hiciera.

Ya me daba igual quien apareciera y que hiciera, solo quería encontrar al maldito asesino.

Viendo mi respuesta sé donde se encontraban los demás, es decir, en la sala de la colada, donde se encontraba la lavadora.

Por mi lado pasó otro trabajador con una bolsa de plástico en las manos. No me costó visualizar lo que había dentro.

—Si me permites, me llevo los ojos.

—Sí... vale... —Otra arcada se apoderó de mí.

La puerta estaba abierta de par en par, permitiendo a los trabajadores pasar sin problemas. Mientras observaba el ajetreo de la gente, mi mirada se encontró con la de Vicent, que estaba parado justo allí, visiblemente impactado por lo que acababa de presenciar. Sus ojos reflejaban sorpresa y confusión mientras intentaba procesar lo sucedido.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté con cautela.

—¿Estás bien? Venía a pedirte disculpas sobre la pelea... Pero he visto que algo no iba bien.

—¿Cómo sabes donde vivo? —esquivé su pregunta y fui a lo que me interesaba.

—Cuando mi hermano habló con alguien que no sabía quién era, escuché la conversación. Pero cuando mencionaron tu nombre y dijeron que iban a tu casa, me alarmé, y les perseguí. No sabía que te iban a agredir. Cuando me di cuenta, intenté pararles los pies pero ya era demasiado tarde.

—Ah —no sabía qué decir. En esos momentos no quería a nadie más en mi casa, ya éramos muchos y me estaba agobiando. Él al ver mi silencio, entendió lo que me pasaba y me respetó.

—Me voy... Lo siento por lo que pasó. No debería haber ocurrido... Y... espero que te mejores. —Y con una leve sonrisa se despidió de mí y se fue por donde vino.

Él salió, pero entró más gente, esta vez policías. Estos llevaban el uniforme normal. Por desgracia eran los tres policías que me atendieron en el hospital.

—Señorita Sorni —dijo John Caler—, venimos a hacerle unas cuantas preguntas.

Parecía que siempre tenía las mismas palabras. Siempre que hablaba, decía lo mismo.

—Adelante, pasad —dije con desgana porque no me apetecía volver a hablar y menos que me interrogaran. Les indiqué con la cabeza el sofá y se dirigieron hacía allí. Cuando se sentaron, cogí aire cerrando los ojos y fui con ellos.

—¿Qué necesitan nuevamente de mí?

—Sabemos que hace nueve días aquí se originó una pelea —miró hacía la entrada que fue en el sitio donde se produjo—. Tenemos una teoría en la que alguno de los que estuvo aquí ese día, pudiera haber metido los ojos de su mejor amigo en la lavadora ¿Tiene alguna idea de quién podría haber sido? O confirmar la teoría.

—Hace días que no hago la colada, porque no ensuciamos ropa, así que podría ser. Pero respecto a que alguien de la pelea podría haber sido, no me cuadra, porque no vi a nadie pasar a ningún otro lado que no fuese el recibidor.

—¿Y no piensa que podría haber sido cuando usted se desmayó?

—No podría confirmarlo ni desmentirlo. No podía ver nada, y no escuché que alguien se alejara del recibidor.

—Bueno, gracias por todo. Cada vez estamos más cerca de descubrir la verdad —miró hacia el pasillo—. Intentaremos encontrar huellas del pie en esta casa que cuadren con las de la escena del crimen. Si aparecen... habremos encontrado al asesino.  

Secretos OcultosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora