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 Jueves

8 de enero


El sol se ocultaba lentamente en el horizonte mientras caminaba por el parque nevado de Chicago. Sumida en mis pensamientos recordé que ahora que todo el asunto de Brandon y Gabriel estaba zanjado, debía hablar con mi hermana sobre nuestros padres y lo que pasó anteriormente en nuestras vidas, ya que no tuvimos tiempo para cerrar ese tema. Esa era otra de las heridas que la vida me intentó abrir. Y en resumen, esa fue una caída de las que más me costó levantarme, pero gracias a mi hermana alcé la cabeza, puse las manos en el suelo e hice fuerza para volver a ponerme de pie.

Caminaba para prepararme mentalmente de esa conversación, sabía que iba a ser dura pero la necesitaba para volver a pasar página.

Como si mi mente atrajera a las personas, a lo lejos del estrecho camino vi a Beatrice sentada en un banco, con la mirada perdida en el horizonte. Era raro que estuviera allí, ya que había salido de trabajar pero deduje que quería respirar profundamente y descansar entre los árboles y nieve.

Me acerqué tímidamente y me senté a la su lado, aún sin darse cuenta, le agarré el hombro y le dije:

—¿Cómo estás hermanita?

Ella, a la reacción de mi voz y de mi piel tocando su anorak, se giró desprevenidamente, y con una voz un tanto nerviosa dijo:

—Ostras, no te había visto. ¿Qué estás haciendo por aquí?

—Eso te debería preguntar yo —le vacilé mientras me reía silenciosamente—. Yo estaba dando un paseo para despejarme.

—Pues como yo, hace poco que he salido de trabajar y me he querido pasar por aquí un ratito.

Le sonreí agradecida de escuchar sus palabras pero mi sonrisa se oscureció cuando recordé lo que quería hablar con ella.

—Hay algo que quiero hablar contigo, ¿podemos hablar de un tema serio?

—Claro, estoy aquí para escucharte.

—A ver, no sé cómo empezar... —resoplé—. Recuerdo aquel día en que papá arrebató la vida de mamá. Sé que han pasado muchos años, pero el dolor sigue latente en mi corazón.

—Sabía que este momento llegaría. Cuando te dije que algún día tendríamos que hablar de esto cada noche pensaba en sus respuestas —su mirada buscó mi corazón para hablar con delicadeza—. Sé que es difícil revivir esos recuerdos, pero siempre supe que hablar de ello podía ser una parte del proceso. Te escucho.

—A veces me pregunto por qué papá hizo eso. ¿Cómo pudo haber sido capaz de hacerle daño a alguien que amaba tanto?

—Nunca tuvimos esa respuesta, pero lo que sí sabemos es que no fue culpa de mamá. Ella era una mujer increíblemente amorosa y valiente. Por lo que posiblemente la relación se torció, papá adquirió alguna enfermedad mental y en una de esas peleas que se volvieron constantes, acabó con ella por ira.

—Lo sé, Beatrice. Pero aún así, me atormenta la idea de que no pudimos protegerla y que por una parte fue nuestra culpa. Aunque no lo creas, varias noches me he dormido llorando por el temor de pensar que fue nuestra culpa lo que causó la muerte de mamá.

—No podemos cargar con la responsabilidad de las acciones de papá, Andrea. Él fue quien tomó esa terrible decisión y de él hizo suya la culpa. Nosotros solo éramos niñas indefensas.

Nuevas lágrimas brotaron de mis ojos.

—A veces siento tanta rabia hacia papá por lo que hizo. Me gustaría poder confrontarlo y preguntarle por qué arruinó nuestras vidas de esa manera.

—Te entiendo, a mí también me gustaría hacerlo, pero sé que eso no nos traerá paz y tampoco respuestas satisfactorias —cogió aire porque no se aclaró si decirlo o guardarlo—. Lo más importante ahora es sanar y seguir adelante juntas, porque el pasado, pasado está, y no podemos hacer nada para cambiarlo. Mamá no va a volver y eso hay que asumirlo, pero sí que estará siempre con nosotras.

—Aunque cueste darse cuenta, es lo que has dicho. Aunque hay veces en las que me siento un poco culpable por seguir adelante y encontrar la felicidad después de lo que pasó. Como si no fuera justo para mamá.

—No debes sentirte culpable, Andrea. Mamá siempre quería verte feliz y viviendo una vida plena. No hay nada de malo en encontrar la felicidad después de esa tragedia. Ella estaría muy orgullosa de cómo hemos seguido adelante —me sonrió—. Siempre debemos recordar los momentos felices que compartimos con ella y permitir que esos recuerdos nos den la fuerza para seguir adelante, no los negativos.

Así que en aquel tranquilo parque, compartimos nuestros recuerdos y nuestras lágrimas. Hablamos de la risa de nuestra madre, de su amor incondicional y del vacío que dejó. Fue doloroso revivir esos momentos, pero a la vez fue sanador.

El sol se había ocultado por completo y las estrellas comenzaban a iluminar el cielo nocturno. Cuando el frío empezó a recorrer nuestro cuerpo, nos levantamos del banco y nos abrazamos una vez más antes de llegar a casa. 

Secretos OcultosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora