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El reloj marcaba las últimas horas de la tarde en la sede, y tras una semana, las tensiones acumuladas entre Alicia y Victory continuaban su marcha implacable. Aquella fría sala de reuniones testigo de innumerables desacuerdos ahora se sumergía en la penumbra, el eco del conflicto resonando en las paredes.

La siguiente fase de la investigación requería un enfoque unificado, pero la posibilidad de que Alicia y Victory trabajaran en armonía parecía más distante que nunca. La hostilidad se había enraizado, cada discusión creando un abismo más amplio entre ellas.

Esa noche, tras otro enfrentamiento en la sala de reuniones, Alicia decidió retirarse a un rincón más tranquilo de la sede. Caminó por los pasillos iluminados por luces tenues, buscando un espacio para despejar su mente. Sin embargo, su instinto la llevó hacia los oscuros baños, donde se topó con una escena que cambiaría el curso de su relación con Victory.

Al abrir la puerta, Alicia escuchó un susurro angustiado que emanaba de uno de los cubículos. Su curiosidad superó su frustración y, con cautela, se acercó. Allí encontró a Victory, agachada en el suelo, luchando contra un ataque de ansiedad. Su expresión imperturbable se desmoronaba, y las manos que normalmente mostraban un control férreo temblaban visiblemente.

Alicia, sorprendida por la vulnerabilidad de su feroz contraparte, se quedó paralizada por un momento. Pero la humanidad en el rostro de Victory, esa fisura en la máscara de fortaleza, despertó una empatía inesperada en Alicia. Sin dudarlo, se acercó y se arrodilló a su lado.

—¿Estás bien? —preguntó, su tono de voz sorprendentemente suave en comparación con las discusiones acaloradas de horas anteriores.

Victory, con la guardia baja y sin la resistencia usual, asintió levemente. Era un lado de ella que nunca había revelado, un rincón oculto que mostraba las fisuras en la armadura que sostenía.

Alicia, movida por un impulso desconocido, se sentó a su lado. Durante unos minutos, el baño se convirtió en un refugio inusual de sinceridad.
El ataque de ansiedad disminuyó, dejando a Victory respirar con más normalidad. Alicia, con un gesto sincero, le ofreció un pañuelo de papel. Victory lo aceptó con gratitud, y por primera vez, sus miradas no eran dagas afiladas, sino reflejos de una complicidad naciente.

La penumbra del lugar contrastaba con la intensidad de la sala de reuniones que habían abandonado apenas minutos atrás. Alicia, impulsada por la curiosidad y el atisbo de humanidad que había descubierto en Victory, decidió preguntar.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó Alicia, eligiendo sus palabras con más cuidado de lo usual. La vulnerabilidad de Victory había dejado una impresión duradera en su feroz personalidad.

Victory, aún recobrando la compostura, miró a Alicia con una mezcla de sorpresa y precaución.
—No es asunto tuyo —respondió de manera tajante, pero su mirada revelaba una resistencia disminuida.

Alicia, lejos de retroceder, continuó con su línea de preguntas.
—¿Por qué siempre esa fachada de imperturbabilidad? No eres una máquina, Victory.

Las palabras resonaron en el lugar vacío, y por un instante, la mirada de Victory se deslizó hacia el suelo, un destello de reconocimiento cruzando su rostro. Pero la armadura se volvió a cerrar, y la respuesta de Victory fue una mirada fría.

—Alicia, deja de jugar a ser la psicóloga. Mis razones no te incumben.

Alicia, sin inmutarse, persistió.
—¿Crees que yo también no tengo mis demonios? Todos tenemos algo que ocultar. La diferencia es cómo lo enfrentamos.

Victory se detuvo en seco, volviendo a mirar a Alicia. —¿Qué es lo que ocultas, entonces? —preguntó, su tono desafiante.

La respuesta de Alicia fue pausada, como si estuviera evaluando cuánto revelar.
—También tengo mis momentos oscuros. Pero prefiero enfrentarlos de frente en lugar de esconderlos detrás de una fachada.

La noche avanzó, y ambas mujeres, ahora en una especie de tregua no declarada, abandonaron los oscuros confines del baño. El pasillo las acogió en silencio, y la penumbra que las rodeaba contrastaba con la luz que comenzaba a brillar entre ellas.

Un silencio incómodo se apoderó de ellas. Victory, aún en guardia, parecía contemplar las palabras de Alicia. Sin embargo, antes de que la conversación pudiera profundizarse más, Marie apareció en el pasillo.

—Chicas, necesitamos enfocarnos en la investigación. ¿Todo está bien? —preguntó, notando la tensión en el aire.
—Todo está bajo control —respondió Alicia, intercambiando una mirada fugaz con Victory, quien asintió levemente.

Alicia y Victory se dirigieron nuevamente hacia la sala de reuniones, pero esta vez, las palabras no eran dagas, sino intentos de entender más allá de las posturas rígidas. Se sentaron en silencio, conscientes de que algo había cambiado entre ellas.

El día siguiente, durante una pausa en la investigación, Alicia encontró a Victory revisando informes en la sala de archivos. Decidió romper el hielo.

—¿Por qué no te abres más, Victory? No es un signo de debilidad mostrar quién eres realmente.

Victory, levantando la mirada de los informes, la observó detenidamente.
—La debilidad es un lujo que no puedo permitirme.

Alicia, acercándose, respondió:
—La vulnerabilidad no es debilidad, es humanidad. Todos tenemos nuestras luchas.

Victory se quedó en silencio, evaluando las palabras de Alicia. Una expresión indecisa cruzó su rostro, como si considerara la posibilidad de permitir que alguien más ingresara a su mundo. La brecha entre ellas se estrechaba, aunque aún quedaba mucho por descubrir.

Victory sentía que los ojos de Alicia penetraban en los suyos leyendo cada fragmento de su alma.

—No estoy tratando de jugar a ser la psicóloga. Solo quiero entenderte mejor.
—¿Y tú? ¿Qué es lo que ocultas, Alicia?

Alicia, mirando directamente a los ojos de Victory, se tomó un momento antes de responder.

—Ya te he dicho que también tengo mis momentos oscuros. No soy invulnerable, pero prefiero enfrentarlos de frente en lugar de esconderlos tras una fachada de dureza.

Un silencio tenso se cernió sobre ellas, pero Alicia decidió seguir adelante.

—La debilidad no es mostrarse vulnerable, Victory. Esconde tu humanidad detrás de esa fachada, pero todos saben que hay más en ti de lo que dejas ver.

Victory, con gesto imperturbable, replicó.

—Muestra tus vulnerabilidades si eso te hace sentir fuerte, pero no todos tenemos esa opción.

Alicia, acercándose un poco más, dijo con empatía.

—A veces, permitir que alguien más comparta el peso puede fortalecernos más de lo que pensamos.

Victory, mirando hacia los informes en la mesa, pareció reflexionar por un momento antes de hablar.

—No todos pueden ser tan abiertos como tú, Alicia. La debilidad puede ser explotada, y no puedo arriesgarme a eso. Menos aún con una sospechosa.

La tensión persistió, pero la mirada de Victory, por un breve instante, dejó entrever una fisura en su armadura. Marie interrumpió el momento, pero la conexión entre Alicia y Victory quedó suspendida en el aire.

MÁS QUE TRABAJO (Alicia Sierra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora