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6 𝓪ñ𝓸𝓼 𝓪𝓽𝓻á𝓼

Nico dejó a Luna en su casa, esa tarde ella le había dicho que la espere. Pero él sabía que no era posible, que ella debía seguir con su vida, crecer, equivocarse, enamorarse. No podía estar en medio de eso.

Esa noche Luna no podía dormirse, las lágrimas salían solas y ella las dejaba correr. Se recostó en la cama, abrazando sus rodillas contra el pecho. Intentaba esconder el sonido de su llanto, pero era inevitable.

Su padre había salido con unos amigos, Lucas se había ido con su novio y solo su madre estaba en la casa, quien entro rápidamente en la habitación al escucharla.

— Mi amor, ¿qué pasa? —preguntó ella, sentándose a su lado.

Acarició el pelo de su hija, que parecía no poder responder. Luna se ahogaba con su llanto y casi que se abalanzó a su madre, rogando por un abrazo. Laura le correspondió rápidamente, apretándola con fuerzas, mientras Luna se dejaba el alma llorando.

— Nico, mamá, Nico se va, me dejo —sollozó ella sobre los brazos de su madre.

— Ay mi vida, tranquila —intentó calmarla Laura— Contame más, ¿qué paso? ¿Cómo es eso de que se va?

— Me dijo que era muy difícil para él, pero se fue mami, me dejo sola.

— Luna, vos sabés que lo de ustedes era difícil, tenés que entenderlo...

— No quiero mami, lo quiero conmigo, ¿por qué se tiene que ir? —dijo Luna, mirando a su madre a los ojos, haciendo gestos con las manos— No puedo estar sin él, sin abrazarlo, sin hablar, ¿qué voy a hacer?

— Ay hija mía, vas a sobrevivir, tenés que recordar siempre el amor que le tenés, no enojarte con él, es muy difícil, lo sé, pero es lo mejor para él, para vos, hija mía.

— Yo lo amo, mamá, ¿qué voy a hacer? ¡No lo voy a ver nunca más!

Seguido de esas palabras, Luna empezó a ahogarse, como un bebé que llora demasiado. Apenas podía respirar. Laura comenzó a preocuparse mientras la veía intentando buscar aire por todas partes.

Luna empezó a respirar bocanadas de aire y entonces empezó a sentir que se moría, que literalmente se estaba muriendo.

— Mamá, me estoy muriendo —logró decir con un hilo de voz.

— No, mi amor, estás teniendo un ataque de pánico, necesito que te calmes.

Pero Luna no podía calmarse. Veía a Nico alejarse en su auto, sabiendo que no volvería a verlo nunca más, que eso de esperarla era una mentira.

El aire empezaba a escasear a medida que ella inspiraba por la boca, sentía su corazón latiendo en sus oídos, el sonido de la voz de su madre cada vez más y más lejos. Entonces cerró los ojos y se dejó llevar por el dolor.

Cuando los abrió estaba sentada en la guardia de un hospital. No recordaba para nada lo que había pasado en el medio, cómo había llegado hasta ahí, quién la había llevado, ni el porqué estaba en ese lugar.

Miró a un costado y, sosteniéndole la mano, estaba su mamá.

— ¿Qué pasó? —preguntó, volviendo en sí.

— Tuviste un ataque de pánico muy grande, me asusté y te traje acá —contestó Laura, acariciando la mano de su hija— El médico ya te atiende.

— No, mamá, estoy bien, vamos a casa.

— No, hija, no vas a poder dormir esta noche, deja que te vean, ¿si? ¿Podés hacer eso por mí?

Muy a su pesar, Luna terminó aceptando. Minutos más tarde salió un señor grande, de barba, a atenderla. Le tomó la presión, el pulso, escucho su corazón -que todavía seguía acelerado-, y le hizo un par de preguntas.

𝒰𝓃𝒶 𝒷𝒶𝓁𝒶 | Nico Figal (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora