𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟒

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Megumi esquivó una vez más con un salto y el estruendo sonó a sus espaldas. Cayó sobre las ramas de los arbustos, aunque con más cuidado que las veces que había sido lanzado por la maldición, usando las paredes del laberinto como colchón. Al mirar atrás observó al insecto moverse en reversa, con la velocidad que sus cien patas le proporcionaban.
Con la respiración agitada y la humedad de la sangre sobre rostro y manos tras la gran cantidad de cortes que había recibido por las ramas, Megumi pensaba en un plan. Sabía que no podría atacar directamente; la coraza sobre el insecto era impenetrable, tampoco servía de mucho huir; la incontable cantidad de patas filosas con las que contaba lo hacían el doble de rápido que él. Los perros, siguiendo de cerca la situación, ladraban rabiosos al ciempiés, aun si sus dientes resultaban inútiles contra su caparazón.

"Podría usar a Nue" pensó, con la idea de que el ave lo alzara en el aire. Sus ideas fueron interrumpidas cuando Shiro atacó nuevamente, esta vez agarrando entre sus fauces una de las patas y sacudiendo la cabeza con una ira tal que logró arrancarla del alargado cuerpo. Megumi abrió los ojos ampliamente, era obvio, era tan obvio. La respuesta estaba verdaderamente a sus ojos.

Un gutural quejido salió de la boca del insecto, como un chirrido que ensordeció al hechicero. La parte trasera del ciempiés se movió bruscamente y aplastó a Shiro contra las ramas, sacándole un dolorido lamento. Con aún más ira y una velocidad que superaba sus movimientos anteriores se abalanzó sobre él, quien apenas pudo escapar de las fauces y el veneno que chorreaba de sus colmillos. La cosa no hizo más que empeorar cuando, a diferencia de las anteriores veces, no oyó el sonido de las ramas crujir al ser atravesadas. Esta vez, impulsado por la ira, el ciempiés dobló a último segundo. Este último movimiento sacudió el pecho del pelinegro con temor; esa maldita mierda era inteligente, aprendía y cambiaba su actuar a medida que avanzaba la pelea. ¿¡Qué demonios!? Esta vez no pudo escapar.

Los colmillos chocaban entre ellos con una fuerza capaz de hacer añicos los huesos del chico, de su boca escurría saliva con un fétido olor a carne podrida y lo único que la mantenía lejos de la piel de Megumi era la daga de hoja partida. Con la fuerza propia de no querer morir, el joven alfa sentía sus brazos temblar bajo la bestia, aferrándose al mango de la daga con el pánico reflejado en el brillo de sus ojos. El ciempiés lo aprisionaba contra el suelo y por primera vez agradeció que aquellas patas fuesen lo suficientemente rígidas como para no permitirle a la maldición recostarse y aplastar su cuerpo hasta reventar. Por otro lado, sin embargo, las mismas patas fungían de barrotes, aprisionándolo, dejándolo sin escapatoria.

No había salida, lo único que podría sacar de allí al pelinegro era la esperanza en un plan arriesgado y sin seguro ninguno. Nada respaldaba de forma suficiente la teoría de Fushiguro, pero era lo último que le quedaba, era eso o morir. Así que decidió arriesgarse. Apretó los dientes y dejó escapar un grito de desespero para tomar valor. Con la poca fuerza que le quedaba desvío la daga y la cabeza del insecto en el proceso, haciendo que los colmillos con veneno se incrustaran sobre la tierra a su lado. A la vez, impulsó su cuerpo hacia el lado contrario y apuñaló la parte inferior del cuerpo, logrando sacarle otro gutural rugido de dolor. La maldición retrocedió y Megumi aprovechó el momento para arrastrarse por un lado y alejarse varios metros.

Fue un gusto saber que estaba en lo correcto y podría vivir un poco más. Ahora, gracias a la nueva información que manejaba, trazó un nuevo plan que esperaba fuese suficiente para exorcizar de una vez aquella cosa— ¡Kuro, Shiro! —los lobos se posicionaron frente a su invocador, quien con un gesto les dio la orden necesaria para que comenzaran a atacar, mordiendo y tirando de las patas del insecto.

Su caparazón era sin dudas formidable, nada que Fushiguro tuviese o pudiese invocar sería capaz de atravesarlo, sin embargo, por debajo el cuerpo era débil y blando como una calabaza. Al parecer había sacrificado la protección de su parte inferior para concentrarse de lleno en su lado más expuesto. Sin dudas la dureza de su caparazón y su extensa cantidad de patas la convertían en todo un problema para cualquiera, una maldición digna de un hechicero de primer grado con una gran fuerza y cantidad de energía maldita. Fushiguro no tenía eso, pero sí contaba con una alta capacidad de mantener la mente fría y observar cada detalle que le permitía crear un plan.

𝐌𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐌𝐈𝐄𝐋 - 𝐎𝐌𝐄𝐆𝐀𝐕𝐄𝐑𝐒𝐄 ||𝐆𝐎𝐘𝐔𝐔 - 𝐌𝐄𝐆𝐔𝐊𝐈||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora