Echado en el sofá de la sala, solo y aburrido, Inumaki dejó caer su manga a un lado. Se encontraba en ese momento del día, esas tardes del año, en la que ni siquiera su teléfono lograba entretenerlo. El ruido en la cocina llamó su atención, así que arrastrándose cuál oruga panza hacia arriba por el sofá, dejó caer la cabeza por el borde del posa brazos hasta alcanzar a ver aquella cabellera negra que se movía de un lado al otro haciendo quién sabe qué clase de delicia. Fue gracioso para él descubrir que, de alguna manera, siempre se lo encontraba allí, encasillado entre cacerolas y sartenes.
Ya era tarde por la noche, así que seguramente acababa de cocinar la cena, pensó. Entonces, mientras seguía los fluidos movimientos ajenos, el rubio sintió percatarse de algo. La verdad era que, aunque Megumi nunca lo había correspondido como tal, tampoco lo había rechazado. Quiero decir, un «lo sé» no contaba como rechazo, o al menos no cuando era acompañado de una expresión tan suave como la que había puesto el pelinegro en aquella ocasión. Además, si siquiera su relación hubiese cambiado en algún sentido negativo, podría creer que Megumi no lo quería cerca, pero no fue así. De hecho, nada había cambiado en ningún sentido. Megumi no se había apartado ni se había acercado, no lo había evitado ni lo había llamado. Los días simplemente habían ocurrido con una extraña normalidad en la que todo parecía haberse dado por sentado.
Se sentó, pensativo. En su momento había estado tan feliz de que los pocos besos que compartió no habían sido evitados que, en realidad, no se había puesto a pensar en ello seriamente. Sus besos nunca habían sido esquivados, e incluso fue Megumi quien dio el último acercamiento que juntó sus labios durante el entrenamiento.
Una nueva idea se plantó en su cabeza, y lo que tenía él era que, una vez algo se instalaba allí, no podía sacárselo hasta no comprobarlo. Dubitativo, se levantó y caminó hacia la cocina, donde el olor a café se mezclaba con alguna salsa. Vistiendo un delantal color beige que le brindaba la apariencia de maestro de jardín, Megumi se giró al oírlo.
— Inumaki-senpai, ¿ya comiste? —preguntó mientras servía algo de pasta. El rubio no respondió, simplemente continuó su paso hacia él— hice algo de más así que si quisieras-
El agarre en su hombro preparó de alguna manera a Megumi, quien a pesar de recibir de sorpresa el suave tacto que el beso le brindó, no se asustó. Silenciosamente, se mantuvo quieto y cerró suavemente sus ojos durante los cortos segundos que duró el contacto. Inumaki sintió cosquillas en el vientre, Megumi no identificó nada en particular. Al separarse, el rubio mantuvo los ojos en el más alto atentamente. El alfa no hizo más que mirarlo con una pacífica e imperturbable expresión.
— ..... ¿Quieres que te sirva un plato?
Inumaki parpadeó un par de veces. Confundido, soltó el agarre en el hombro ajeno que lo había acercado y asintió suavemente.
— Shake.
Enseguida, como si nada extraño hubiese pasado, como si no acabaran de besarse dos personas que, al final del día, no eran más que compañeros, Megumi se giró para buscar otro plato. Detrás de él dejó a un omega que, pasmado, aún intentaba comprender la situación. Megumi no lo había apartado, y aunque las palabras cruzaron su cabeza tal cual las podemos leer, sintió que no fueron suficientes para describir lo que había pasado.
Megumi, de verdad, lo había dejado besarlo. ¿Acaso era normal?, ¿a caso se dejaría besar por cualquiera?, no, lo conocía lo suficiente para saber que esa no era una respuesta. El desprecio que había identificado en él cada ocasión en la que un omega se cruzó, y las palabras que usó durante el evento para describir a su tipo de persona, le decía lo suficiente de qué clase era el chico.
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𝐌𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐌𝐈𝐄𝐋 - 𝐎𝐌𝐄𝐆𝐀𝐕𝐄𝐑𝐒𝐄 ||𝐆𝐎𝐘𝐔𝐔 - 𝐌𝐄𝐆𝐔𝐊𝐈||
FanficA una temprana edad, Itadori Yuji ya había aceptado vivir con la muerte a los hombros. No le importaba abandonar su vida, su hogar o su ciudad, porque no había nadie más allí por quien quedarse. Sumergiéndose en un mundo de maldiciones y hechicería...