El lápiz golpeó la hoja una y otra vez en un suave ruido constante e incesante. Megumi miraba el problema de matemáticas como lo había estado haciendo la última media hora. No era un problema difícil, nada que no pudiese resolver, pero su mente simplemente parecía no poder concentrarse en él. Suspiró una vez más y dejó el lápiz sobre el escritorio, se fregó el rostro y caminó hacia la cama. Estaba harto de la situación y, por primera vez en mucho tiempo, no quería estudiar. Cerró los ojos y pretendió descansar, quería descansar, pero no podía, porque sin nada que ver u oír es aún más fácil para su mente rememorar los recientes sucesos.
Aún podía escuchar claramente las palabras de los de segundo y su particular charla del día anterior, donde su nombre había resonado tanto. Otra vez, él no había pretendido escuchar a escondidas. Por el cansancio y la falta de costumbre de dormir tan poco, había caído dormido apenas tocar la camilla. Era alguien mañanero, un abuelo dirían muchos, siempre acostándose a la misma hora y despertándose a la misma hora. Quizás era justamente por su prolija y estructurada rutina, o por la experiencia como hechicero, que era de sueño ligero, por lo que cualquier cosa, cualquier voz, lograba despertarlo. En cuanto Panda y Maki entraron a la habitación, él se había despertado, pero solo identificar sus voces fue suficiente para confiarlo y decidir no moverse de dónde estaba. «Solo cinco minutos más» había pensado. Con el ruido de la charla, sin embargo, no había podido volver a dormirse, aunque no tenía la energía suficiente como para levantarse. Para él, no habían pasado más que unos cuantos segundos desde que se había recostado.
Había sido inevitable que escuchara, porque aun si estaba adormilado podía entender cada una de sus palabras. Fue fácil identificar que estaban molestando a Inumaki con su nombre, aunque al principio creyó, de todas formas, que no era más que una broma. Ya saben, de esas que sueles hacer cuando quieres molestar a algún amigo de la escuela. Pero rápidamente todo pasó a ser un poco más serio cuando el propio Inumaki habló al respecto y ya no había chistes de por medio. «Deberías confesarte» recordó oír de su familiar lejana y, poco después, al propio omega hablar; «¿Creen que debería?».
Abrió los ojos. Aún le costaba asimilar aquello, asimilar que verdaderamente Inumaki-senpai sentía algo por él. Siempre se había considerado una persona detallista, alguien que notaba todo de todos, que podía saber qué pensaban los demás con solo mirarlos. También estaba seguro de que era así con Inumaki, juraba que lo entendía y, aun así, nunca se había percatado de tal cosa.
"¿O acaso...?".
El brillo, recordó, ese que podía ver en los ojos ajenos últimamente, uno que no había visto al comienzo.
De pronto encontró una conexión entre las miradas profundas que le dedicaba a veces y solía interpretar como algo normal, y la forma en la que algunas situaciones se habían dado. Un ejemplo claro era la extraña pregunta que le había hecho al volver del centro comercial, y la forma en que su aroma se dulcificó en alegría cuando destacó la diferencia entre los demás y él.
Se avergonzó, entonces, al darse cuenta de todas esas cosas que había dicho tan inocentemente y que podrían haber alimentado el interés ajeno.
El fuerte ruido de los metales al caer lo trajeron devuelta de sus pensamientos, un eco metálico identificable como a ollas y cacerolas. Puede asegurar, por la forma en la que el ruido llegó, que probablemente todos estos elementos de cocina habían caído de su estantería. Intrigado se puso rápidamente de pie y salió hacia el pasillo. Por más pensativo que se hallara no podía permitir que su lugar sagrado fuese desordenado. Y se preparaba mentalmente para encontrarse con Nobara, si acaso Maki, haciendo uno de sus típicos desastres que en poco tiempo se habían vuelto una molestia para él, hasta que al llegar vio la figura de cabellos rubios. Suspiró, pensando en que tendría que haberlo imaginado.
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𝐌𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐌𝐈𝐄𝐋 - 𝐎𝐌𝐄𝐆𝐀𝐕𝐄𝐑𝐒𝐄 ||𝐆𝐎𝐘𝐔𝐔 - 𝐌𝐄𝐆𝐔𝐊𝐈||
FanficA una temprana edad, Itadori Yuji ya había aceptado vivir con la muerte a los hombros. No le importaba abandonar su vida, su hogar o su ciudad, porque no había nadie más allí por quien quedarse. Sumergiéndose en un mundo de maldiciones y hechicería...