El aroma a café inundaba la habitación e Inumaki lo percibía aún entre sueños. Agradable y cálido, apetitoso y deseoso. Casi podía sentir la calidez del alfa abrazarlo y se sentía bien, demasiado bien. Hay algo que falta, sin embargo; como si la marca particular del alfa estuviera ausente, la parte que más le gustaba. Se removió ligeramente y abrió los ojos en búsqueda de eso que tanto añoraba. El blanco de la habitación lo cegó momentáneamente y parpadeó un par de veces, hasta lograr adaptarse a la fluorescente luz sobre él.
— Oh, despertaste —Shoko se hallaba frente a su cama. Inumaki se levantó lentamente, con cuidado. Miró a los lados y se desilusionó un poco al descubrir que la fragancia a café venía de la cafetera detrás de la médica—, ¿quieres?
Negó con la cabeza y se echó hacia atrás, aún algo agotado. A pesar de sentir que había dormido días enteros, su cuerpo estaba entumecido y cansado. Sus músculos no parecían querer despertar aún, pidiéndole que los dejaran descansar un poco más. Bajó la vista a su brazo derecho enyesado y quisiera maldecir, pero su garganta está demasiado débil, así que se lo guarda.
— ¿Qué tal te sientes?
Inumaki pensó unos segundos y alzó los hombros. Está lo suficientemente bien como para no quejarse, pero demasiado fatigado como para mostrarse muy positivo. Shoko lo entendió y bebió de su café.
Tras darle una breve descripción de cómo se encontraban sus heridas y de decirle la suerte que tenía de que los huesos de su brazo no perforaran la piel, algo que sin dudas podría haberlo hecho sangrar hasta la muerte, le dio una corta sesión de curación. Mientras, el chico cabeceó una y otra vez, al borde de dormirse de vuelta. La mujer le explicó algo así como que era natural que, al sanarlo, comenzara a sentir sueño, ya que se requería también bastante energía de parte del herido. Como sea, él apenas escuchó la mitad.
Justo cuando la cabeza estaba por caerle una vez más hacia adelante, unos suaves golpecitos captaron su atención. El calor en su brazo que le producía la energía maldita de la mujer alfa desapareció en cuanto esta se puso de pie y caminó hasta la puerta. Al otro lado, tres jovencitos; alfa, beta y omega.
— ¡Buenos días! —oyó Inumaki y enseguida supo que se trataba del pelirrosa— Veníamos a ver cómo está Inumaki-senpai.
"Veníamos" repitió el rubio en su mente y la ilusión creció en él, ansioso de que el paquete incluyera al pelinegro. Shoko caminó en reversa y se inclinó por la esquina del pequeño pasillo para verlo.
— Tienes visita —anunció—, ¿los hago pasar?
Inumaki asintió y se acomodó derecho en la cama, fregándose el rostro en un intento de despejar la expresión adormilada que aún cargaba. El trío caminó por el pequeño pasillo, dirigidos por Megumi. El gusto del omega fue bien disimulado cuando vio al alfa -según él-, aunque no se guardó la media sonrisa. Detrás, Nobara y Yuji se asomaron con un entusiasmo propio de ellos.
— Buenos días —saludó Megumi.
— ¡Buenos días, Inumaki-senpai! —le siguió Yuji.
— Buenas —finalizó Nobara, arrastrando la 's'. El rubio asintió a modo de saludo.
Con confianza, Megumi caminó hasta situarse a un lado de la mesita de luz y dejó allí una caja envuelta en furoshiki de color azul y diseños blancos. Por la ligera hinchazón en los ojos y labios del omega, los cabellos revueltos y la forma lenta en la que se movía, no fue difícil para los de primero notar que seguía adormilado.
— ¿Aún no puedes hablar? —preguntó y se sentó en una silla junto a él, Nobara y Yuji se acomodaron a los bordes de la cama. Inumaki miró a la doctora.
ESTÁS LEYENDO
𝐌𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐌𝐈𝐄𝐋 - 𝐎𝐌𝐄𝐆𝐀𝐕𝐄𝐑𝐒𝐄 ||𝐆𝐎𝐘𝐔𝐔 - 𝐌𝐄𝐆𝐔𝐊𝐈||
FanfictionA una temprana edad, Itadori Yuji ya había aceptado vivir con la muerte a los hombros. No le importaba abandonar su vida, su hogar o su ciudad, porque no había nadie más allí por quien quedarse. Sumergiéndose en un mundo de maldiciones y hechicería...