Luego de lo que fue aquella mañana, a Yuji no le molestaría volver a la fiebre de los días anteriores. Es más, deseaba profundamente, pedía volver a esos días. No le molestaba despertar todo sudado y acalorado, incluso el desgarrador dolor de garganta seca estaba bien si se comparaba a lo que sucedió ese día. Como cada noche desde hacía ocho noches el calor trepó por el cuerpo del beta pelirrosa y todo su cuerpo secretó pegajoso sudor. Removiéndose en la cama se volteaba de lado a lado, con la temperatura tan elevada que no sabía diferenciar cuándo estaba despierto o cuándo seguía durmiendo. Quizás producto de esto fue que las alucinaciones comenzaron, entremezclando los sueños con la realidad. Pero para Yuji aquello fue tan real que casi lo aterró. Ya no era un simple sueño, podía verlo, podía sentirlo.
Su interior se estremeció con la glacial mirada del peliblanco, el cuerpo le ardía al tacto con cada caricia y temblaba cuando la respiración ajena se cruzaba con la suya. Aunque nada, nada se comparó con el electrizante cosquilleo que se extendió desde su vientre a todas las extremidades de su cuerpo cuando los labios ajenos atraparon los suyos en un profundo y salvaje beso que sacudió sus entrañas como nada antes lo había hecho.— Gojo-sensei.
Despertó agitado, sentándose instintivamente para descubrir que en aquella habitación no había nadie más que él, él y la dolorosa erección que se erguía sin vergüenza alguna en su entrepierna, insatisfecha aún después de desatar su humedad en la ropa interior del joven que, ignorando el malestar, se quería morir por lo que acababa de pasar. Podía sentir su corazón aún agitado por lo que en sueños tan bien se sintió. La agradable sensación que recorría su cuerpo al recordar cada tacto, cada caricia, no hizo más que incrementar el odio a sí mismo por haber tenido un sueño tan desvergonzado con su propio profesor. No solo le afligía la vergüenza de sí mismo, sino que haber puesto a una persona que tan amable había sido con él en unas imágenes tan obscenas le hizo sentir que había cometido una imperdonable falta de respeto para con el mayor.
— Yuji, ¿no entendiste el problema? —la voz de Gojo logró despertarlo de sus pensamientos, y tenerlo tan cerca, agachado para estar a su altura, con el mentón ligeramente apoyado sobre el pupitre, no ayudó en nada a despejar las íntimas imágenes que se repitieron una y otra vez en la cabeza del pelirrosa desde la mañana.
Apartándose instintivamente, con cierta brusquedad, apretó los labios y se rascó la mejilla en cuanto se percató de lo extraña que fue su reacción.
— Ah, no… es un poco confuso para mí —mintió, aunque a medias, porque a pesar de ser cierto que no entendía el problema, la verdad es que ni siquiera lo revisó.
Como siempre, dispuesto a ayudarlo, Gojo se acercó aún más y agarró el lápiz ajeno. Yuji entonces lamentó no haber pensado en otra mentira que lo alejara en vez de acercarlo aún más.— Veamos, aquí lo que tienes es una función simple de segundo grado… —comenzó a explicar, rayando la hoja y sacando flechitas y números para aquí y para allá, cosas importantes de seguro aunque eso no lo sabía Yuji, que así como le entraba por un oído le salía por el otro. Por que, seamos sinceros, ¿quién sería capaz de concentrarse en su situación? El cabello de Gojo estaba tan cerca que casi podría hacerle cosquillas si se moviera ligeramente a la derecha, de éste se desprendía el clásico y embriagante aroma a yerba buena y chocolate, mezclado ligeramente con lavanda, que Yuji cada vez notaba más, y más, y más intenso a su alrededor. “El perfume de su shampoo es lavanda” pensó, devolviendo la mirada al cuaderno rápidamente en cuanto el mayor alzó la suya—... así que, ¿cuanto es?
— ¿Hm? —parpadeó el menor bajo la atenta mirada de su profesor.
— ¿Cómo nos queda la derivada? —a través de su venda, Gojo pudo detectar ínfimos destellos fluctuantes escapar del chico a su lado. Éste por su parte miró los garabatos de arriba a abajo, sin saber que decir— ¿no estabas escuchando? Que cruel, ¡Yuji! —el tono dramático de su voz logró relajar al estudiante, quien sonrió un poco menos tenso.
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𝐌𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐌𝐈𝐄𝐋 - 𝐎𝐌𝐄𝐆𝐀𝐕𝐄𝐑𝐒𝐄 ||𝐆𝐎𝐘𝐔𝐔 - 𝐌𝐄𝐆𝐔𝐊𝐈||
أدب الهواةA una temprana edad, Itadori Yuji ya había aceptado vivir con la muerte a los hombros. No le importaba abandonar su vida, su hogar o su ciudad, porque no había nadie más allí por quien quedarse. Sumergiéndose en un mundo de maldiciones y hechicería...