𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟑𝟎

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El ruido seco de la tiza resonaba por el aula cuando Gojo escribía. Detrás de él, los tres de primero anotaban atentamente los ejercicios. Megumi estaba tranquilo, con su clásica calma, Nobara mordisqueaba el palito del chupetín sabor fresa que le había regalado Gojo aquella mañana, y Yuji se agarraba la cabeza en un gesto desesperado, haciendo una mueca al escribir.

— Bien —marcó el último punto en la pizarra y volteó sonriente—, estos ejercicios son muy importantes para la prueba de la otra semana, así que quiero que los hagan ahora. Aquí, en clase. Queda... —miró el hermoso Rolex plateado que llevaba en la muñeca— media hora para la salida.

— ¿¡Todo eso en media hora!? —reclamó Nobara.

— Veintinueve minutos... —contó, viendo su reloj, y sonrió con cierta malicia. Nobara puso su mejor expresión de perro rabioso y, mascullando algunas maldiciones, siguió copiando. Gojo se divirtió con cierto sentimiento paternal, acostumbrado ya a la personalidad tan particular y potente de la castaña. De alguna forma, le recordaba un poco a él mismo de joven, cuando gustaba de discutir y no hacer nada en clase, algo que siempre lo llevaba a ser regañado por Yaga. Seguramente, no, definitivamente, la chica era la más parecida a él en sus años escolares.

Yuji agachó la mirada a su lado y suspiró desalentado, sin ánimos de más matemáticas por hoy, o por nunca. Esas últimas semanas habían resultado toda una tortura para él, días eternos en los que al despertar no podía más que suspirar ante la idea de tener que pasar ocho horas, a veces más, en compañía de su profesor. Era agobiante tratar de ignorarlo, fingir que su presencia no avivaba emociones en él, mentirse a sí mismo de que hacía lo correcto. Era difícil, o más que eso, porque cuanto menos quería verlo, más lo notaba, y cuanto más quería calmarse, menos podía, porque su interior siempre parecía revolotear en cuanto sentía las feromonas con aroma a menta y chocolate del mayor.

Muchas veces estuvo al borde de rendirse, de acercarse y murmurar las disculpas que tanto se atoraban con dolor en su garganta, pero nunca lo lograba. Y ni siquiera sabía lo cobarde que era hasta que llegaban esos breves momentos en los que veía al mayor a los ojos y toda la fortaleza abandonaba su cuerpo, trayéndole una y otra vez los sofocantes recuerdos de lo que hizo. De lo que le hizo, a él, a Gojo-sensei. De cómo lo empujó contra la madera, de cómo infundió sus feromonas en él con infinitas y obscenas ideas descaradas que no veían más que por sus propios deseos. Recuerdos que lo abrumaban hasta hacerlo huir con excusas baratas, mentiras.

Luego, luego veía a Geto, a su sonrisa amable, a la forma tan agradable en la que se comportó con él. Y pensaba en él, en ellos, en la forma en que la menta se mezclaba con el sándalo de una forma familiar, reconociéndose el uno al otro. Se veían tan... hm, bueno, ni siquiera encontraba una palabra para describirlo. Solo sabía que, al recordar a ese par que se sonreía con cercanía y nostalgia, el corazón se le estrujaba. Pero ni siquiera se permitía aceptar que fuesen celos, no, porque no podía atreverse a sentir aquello. Porque para él no había más que culpa, dolor, y un sentimiento agrio que lo hacía sentir pesado en cuanto pensaba en que no solo había insultado a Gojo, sino también a Geto, a lo que ellos aún parecían tener.

El alfa peliblanco miró a Yuji desde su lugar, a pesar de su silencio sepulcral no tiene cómo no notarlo. Más allá de sus seis ojos que lo veían todo, más allá de las feromonas que se sacudían como neblina alrededor del chico, ese sabor ligeramente amargo que tomaba la miel durante las clases le era algo imposible de ignorar. Lo que no sabía, sin embargo, era exactamente qué razones escondían aquella amargura.

¿Era por él?

¿Era por las matemáticas?

¿Ambas?

𝐌𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐌𝐈𝐄𝐋 - 𝐎𝐌𝐄𝐆𝐀𝐕𝐄𝐑𝐒𝐄 ||𝐆𝐎𝐘𝐔𝐔 - 𝐌𝐄𝐆𝐔𝐊𝐈||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora