Los siguientes días de entrenamiento fueron sofocantes para Yuji. Preso de su propia mente, había comenzado a notar todo lo que alguna vez pasó por alto. Se percató de que en el momento previo a comenzar los combates cuerpo a cuerpo siempre paseaba la mirada por el cuerpo del mayor sin apuro y con empeño. Cuando almorzaban, se atrapaba a sí mismo degustando el panorama de las extensas pestañas blancas y los exquisitos labios que portaba Gojo. Cuando veían películas, inhalaba profundamente y se relajaba con su aroma. Lo peor fue, sin embargo, que cuanto más lo notaba, más le costaba no hacerlo y más se cohibía. De pronto ya no quería hablar durante el almuerzo, ni le interesaba comentar sobre la película que veían. De pronto, procuraba llevar al menos dos cambios de ropa y a la mínima que el sueño venía se mojaba el rostro con agua helada.
Gojo lo había notado, por supuesto. Fue extraño y un poco angustiante para él ver como el animado y enérgico chico pelirrosa era suplantado por un joven distante y acongojado. ¿Habría hecho algo mal? Al principio intentó animarlo con sus clásicas bromas y actitudes tontas que Yuji siempre seguía, pero tampoco cuanto más intentaba acercarse más era rechazado. A veces Yuji se apartaba al mínimo contacto y otras simplemente evitaba cualquier situación que pudiese abrir espacio a una charla más allá del entrenamiento. Luego, al ver cómo el joven avanzaba cada vez más rápido y aprendía a pasos agigantados, decidió dejar de buscarlo. En algún punto simplemente terminó por suponer que no se trataba más que de concentración para el evento. Después de todo Yuji estaba bien, se empeñaba en su entrenamiento y ya no se distraía hablando tanto en clase, así que ¿por qué cuestionar? Sin importar si algo simplemente no se sentía bien.
Yuji suspiró, le dió una pequeña mordida a su paleta helada y masticó el frío jugo. Aquella tarde era la primera libre que tenía en casi un mes y, sin embargo, no lograba despejarse. Su mente estaba plagada de Gojo-sensei y no necesariamente de una buena manera. Muchas dudas lo agobiaban, ¿por qué? ¿qué era eso? ¿por qué no podía verlo a los ojos y actuar como antes? ¿¡por qué demonios tenía que pensar tanto en Gojo-sensei!?.
Gruñó molesto y se sacudió los cabellos con la mano libre.
— ¡¡Ya callate, por dios!! —exclamó con rabia Kugisaki a su lado, sacándole un brinco. La castaña alzó el puño de forma amenazante y el omega casi pudo ver salir humo de su boca— Si vuelves a quejarte te mato.
Por alguna razón, Yuji no dudó de que aquello fuese posible. Suspiró suavemente y lo cortó repentinamente al obtener una mirada asesina de la beta. Del otro lado Fushiguro caminaba tranquilamente con las manos en los bolsillos, sin querer entrometerse en la agridulce relación del ex dúo de betas.
En tan solo dos días sería el evento de intercambio con la escuela de hechicería de Kyoto, y gracias a que Gojo había tenido una repentina misión lejos habían tenido el tiempo para salir y relajarse. El trío había pasado extensas sesiones de entrenamiento como preparación para el evento; Yuji con Gojo-sensei, Megumi con Maki, la beta de segundo, e Inumaki-senpai, y Kugisaki con Panda. La castaña, particularmente, había sufrido de ser lanzada por los aires y aplastada por la fuerza incalculable del muñeco maldito, por lo que tomó aquel día como su merecido descanso, aún si no se trataba de más que una salida a la heladería más cercana. Este debía ser su día, su respiro del estrés de la escuela y, sin embargo, Yuji había pasado todo el maldito rato suspirando y quejándose. Harta, la beta estaba segura de que no soportaría un ruido más.El trío se acomodó en una pequeña mesa redonda a la salida de la heladería bajo una sombrilla. Yuji mordió un pedazo más de su paleta sabor chocolate y Nobara sorbió su milkshake.
— ¿Y bien? —preguntó la castaña, lamiendo un poco de la crema batida que adornaba su vaso con ayuda del sorbete.
— ¿Hm?
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𝐌𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐌𝐈𝐄𝐋 - 𝐎𝐌𝐄𝐆𝐀𝐕𝐄𝐑𝐒𝐄 ||𝐆𝐎𝐘𝐔𝐔 - 𝐌𝐄𝐆𝐔𝐊𝐈||
FanficA una temprana edad, Itadori Yuji ya había aceptado vivir con la muerte a los hombros. No le importaba abandonar su vida, su hogar o su ciudad, porque no había nadie más allí por quien quedarse. Sumergiéndose en un mundo de maldiciones y hechicería...