Yuji miró fijamente el techo como lo había estado haciendo los últimos veinte minutos aquella mañana. Una vez más, un fugaz recuerdo pasó por sus ojos, tan rápidamente como un rayo. No fue más que un destello de luz que parpadeó y llevó a su memoria algo de claridad. Esta vez fueron sus labios los que recordó, apretándose contra los suyos. Suaves, carnosos, esponjosos.
Se sentó sobre la cama de un salto, incapaz de seguir rememorando todo aquello, y observó el desastre frente a él. Las sábanas estaban todas revueltas, la mitad en la cama y la otra en el piso. El uniforme estaba totalmente arrugado a un lado de la cama y él en bóxers. Le dolía el cuerpo aún más que todas las anteriores veces que se vio obligado a usar inhibidores, y rápido llegó a la conclusión de que era, probablemente, por los efectos de la droga que usaron en él.
A su izquierda, entre el borde de la cama y la pared, divisó la venda de Gojo-sensei. Aunque no recordaba del todo cómo la había obtenido, sí recordaba todo lo que había hecho con ella el día anterior. Se hubiese ruborizado de pies a cabeza ante esto de no ser porque estaba demasiado cansado hasta para eso, física y mentalmente. Más que nada mentalmente, quizás, porque los dolores y calambres que sentía por el cuerpo no se acercaban a la pesadumbre que asolaba su cabeza.Para ser sinceros, a Yuji no le hubiese molestado olvidar todo lo que pasó el día anterior, quizás así no tendría que pensar en cómo demonios haría para ver a la cara al peliblanco a partir de ahora. No solo se le había insinuado, sino que directamente lo había atacado. Había fingido una burda mentira para atraerlo, aprovechándose de la amabilidad que siempre tenía con él, y una vez lo tuvo para sí sólo hizo y dijo incontables cosas de las que se arrepentía de sobremanera. Mierda, ¿por qué tenía que recordar tanto? Uno pensaría que una droga como la que le fue inyectada aunada al celo sería capaz de borrar sus recuerdos, pero no. Cada caricia, cada movimiento, cada expresión que hizo y vio en el ajeno, todo se hacía cada vez más claro. Agradecía incansablemente que Gojo-sensei fuese, bueno, Gojo-sensei, porque de no ser por él no quería ni imaginar en qué hubiese acabado el asunto. Aunque si éramos sinceros, él sabía y lo tenía muy en claro; aquello no hubiese ocurrido si no fuese él.
Su cuerpo nunca habría desobedecido a su cabeza de no ser por la tentación constante que tuvo frente a sus ojos.
"No, eso no hubiese ocurrido si yo no lo hubiese hecho" corrigió.
Gojo-sensei había mantenido la compostura. Se había comportado, más allá de todo, de la forma más correcta posible. ¿Y él? Él simplemente se había resguardado en su celo y se había dejado llevar por sus más egoístas deseos. Mientras Gojo se alejaba por su bien, él había llorado durante horas y se había masturbado incontables veces mientras llamaba al mayor, usando descaradamente la venda azul marino para tocarse y estimularse insaciablemente. Solo en un breve momento de consciencia fue capaz de detenerse e inyectarse el inhibidor para detener el martirio de deseos y dolores.
La alarma sonó, ya eran las siete y debía levantarse. Bajó los pies de la cama y sintió el frío de la mañana pincharle la planta de los pies a través del suelo. Por unos segundos estuvo quieto, pensativo. No quería levantarse, no quería salir de su cama. No quería ir y darle la cara a su profesor, pero no tenía opción. Se estiró, tomó la venda manchada de sus propios fluidos y caminó hacia el baño para tomar una larga ducha. Durante todo el tiempo trató de no pensar demasiado, de tener su mente en blanco y, aunque era difícil, de a ratos lo conseguía. Moviéndose por inercia, en automático, se vistió con una muda de uniforme limpio de sangre y desayunó ligero, no más que un café y unos huevos duros. Sentía el estómago vacío y ácido.
Guardó la venda azul marino en su bolsillo, pensando en devolverla en algún momento, aunque no sabía cuándo ni de qué manera porque, en verdad, no quería tener que lidiar con ello. La había lavado un mínimo de tres veces y aún podía sentir su propio aroma en ella, lo que no era una buena señal. Considerando que normalmente él no solía percibir su propio aroma, si ahora lo sentía era porque estaba intensamente impregnado en la prenda, y si él lo sentía Gojo-sensei también lo sentiría. Pero, ¿qué podía hacer?, ¿robársela?, ¿tirarla a la basura? Aunque muriera de la vergüenza en el proceso, no se sentiría bien si no la regresaba a su dueño, era lo mínimo que podía hacer.
ESTÁS LEYENDO
𝐌𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐌𝐈𝐄𝐋 - 𝐎𝐌𝐄𝐆𝐀𝐕𝐄𝐑𝐒𝐄 ||𝐆𝐎𝐘𝐔𝐔 - 𝐌𝐄𝐆𝐔𝐊𝐈||
FanfictionA una temprana edad, Itadori Yuji ya había aceptado vivir con la muerte a los hombros. No le importaba abandonar su vida, su hogar o su ciudad, porque no había nadie más allí por quien quedarse. Sumergiéndose en un mundo de maldiciones y hechicería...