Día 22: Sensación de Pérdida

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Prometo que los próximos caps son un poco más felices (?) creo (?)

Caminó con paso tambaleante por los pasillos oscuros del Duat, el cual ya estaba mejor desde que Osiris fue totalmente sellado; se movió con la cabeza en alto, siendo seguido por un fiel cachorrito que movía su cola, ansioso tras de él, mordiendo parte de su shenti, como si eso hiciera que él se quedara quieto.

Otras veces, debía admitir, ese gesto si lograba hacerle volver. Ahora, sin embargo, esta sería la última vez y por mucho que el pequeño perro insistiera en que él se quedara, eso no iba a pasar.

—No tienes que hacer esto Anubis. —Su compañero y amigo en estos tiempos. Upuaut habló. El dios mortuorio que compartía dominio con él se veía extremadamente preocupado y él le entendía, por supuesto que sí, mas eso no serviría para hacerle cambiar de opinión.

—Piensa en nosotros, Anubis, por favor, no nos dejes. —Ahh, Anput, su dulce compañera y futura esposa si las cosas se hubieran dado diferente. Lamentablemente ni si quiera ella, con sus bonitos ojos esmeraldas y su largo cabello castaño podría detenerlo de tomar su decisión. —Podemos ayudarte.

—¿Saben cómo podrían ayudarme? — tomó con cuidado al animal divino en sus brazos, besando su pequeña cabecita. Luego, con sumo cuidado, lo depositó en los brazos del dios de cabellos blancos, quien le miró acongojado. —Cuiden de él. Es el más pequeño de la camada, necesita muchos mimos, abrazos y atenciones. ¿Pueden hacer eso por mí? —Cuestionó, a lo que ambos dioses de la muerte y la purificación se miraron entre si por un largo rato. Finalmente asintieron, viéndole con lágrimas en los ojos. —Bien, bien. —Sonrió, la última de sus sonrisas, antes de abrazar a los dos mejores amigos que un desastre como él pudo pedir alguna vez.

Los abrazó con fuerza, sabiendo que extrañaría esto pero que ya no había vuelta atrás en su decisión.

—Muchas gracias por volverse mis amigos, mis compañeros. —Agregó con voz suave, antes de alejarse para volver a su caminata, dejando a ambas deidades detrás suyo.

Caminó y caminó hasta llegar fuera del Duat, y al estar allí, lo primero que hizo fue sentarse en el suelo, sintiendo como las fuerzas lo estaban abandonando de a poco.

Era muy consiente que no sería el primer dios en hacer esto. Ya varios – entre ellos Thot, Bastet y Maat – se habían desvanecido hace mucho tiempo atrás, algunos por las circunstancias, otros para encontrar aquel amor inmortal que se escapó de sus manos y otros simplemente para reunirse con el amor mortal al que habrían tenido que renunciar de haber seguido siendo dioses.

Él no se iba por amor, al menos no por amor romántico. Él se iba por amor a su propia persona, porque estaba tan agotado, tan dolorosamente agotado...

Ya lo habían usado como habían querido; lo golpearon, lo insultaron, lo usaron, jugaron con él y luego lo desecharon cuando todo estuvo bien otra vez, dejándolo en un reino oscuro que él nunca había pedido.

Era agotador, demasiado agotador y quería obtener finalmente un descanso, uno permanente en lo posible.

Por lo tanto, decidió unirse a aquellos dioses que reencarnaron como mortales en algún lugar del mundo e hizo los rituales necesarios para que eso ocurriera, asegurándose de no fallar en ningún paso.

Y ahora estaba aquí, viendo los hermosos rayos solares que trae consigo el amanecer a la par que siente como los rituales previamente hechos surten efecto, llenándolo de una calma que no ha sentido en años.

Respira tranquilo mientras su cuerpo, muy lentamente, se va volviendo polvo, borrando su existencia en el mundo de los dioses. Sonríe una última vez, antes de sentir una calma inexplicable, una calma que borra sus miedos y le provoca un gran sueño; cerró los ojos un momento y...

Eso fue todo.

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Había algo extraño rondando por el palacio, eso era algo que Seth debía admitir. Era como una sensación incómoda que recorría todo su cuerpo, al punto que en cuanto abrió sus ojos de su pequeña siesta, tuvo que levantarse rápidamente y huir de su amado pichón, dejándole dormir un poco más mientras él se encargaba de vigilar a los alrededores.

¿Qué eran esos extraños sentimientos qué recorrían su interior? ¿A qué venían? ¿De dónde provenían? Frunció ligeramente el ceño ante esas preguntas, su mente tratando de comprender de donde venía esas emociones confusas a las que aun no podía dar nombres pero que podía relacionarlas con el sentimiento de pérdida.

¿Pérdida de qué?

Horus estaba muy tranquilo durmiendo su siesta en la habitación matrimonial que compartían. Ni siquiera un terremoto podría despertar a su pequeño pichón cuando este cerraba los ojos (y eso lo enorgullecía. Significaba que su esposo se sentía tan a salvo con él, que confiaba en que no le haría daño pese a estar en una situación vulnerable) por lo que él estaba bien.

Isis se encontraba de viaje por Egipto, pero hasta hoy a la mañana recibieron noticias suyas y Neftis, su ex esposa, la estaba acompañando, así que, si algo les hubiera pasado, ellos ya lo hubieran descubierto. '

Entonces ¿qué era esa sensación de vacío, de pérdida, de dolor? Inmediatamente pensó en sus niños. Volviéndose arena, fue al cuarto de cada uno de ellos, queriendo asegurarse de que estuvieran sanos y salvos.

Su mayor, su Duamutef, también estaba durmiendo la siesta. Sus rizos castaños desordenados caían por la almohada y su postura desarreglada le decía que estaba teniendo el mejor sueño de su vida.

Los siguientes, sus bonitos gemelos Imsety y Hapy no estaban durmiendo, claro que no, eso sería muy tranquilo para ese par, que unidos, podían crear un gran caos. Los pequeños se encontraban en un rincón de su cuarto compartido, murmurando entre ellos sobre un robo de tartas de frutas y él tuvo que poner los ojos en blanco, ya sabiendo que siguiente travesura estaban planeando el dúo. Aun así, no dijo nada y se fue antes de que lo atraparan, dirigiéndose a la habitación de su hijo menor.

Qebehsenuf tampoco estaba durmiendo, aunque tampoco estaba planeando ningún golpe a las cocinas. No, en cambio su niño más tranquilo se encontraba peinando su largo cabello rojo igual al suyo y delineando sus bonitos ojos rubí, herencia suya. No rió de las expresiones que su pequeño Nuf estaba poniendo al maquillarse porque eran las mismas que él solía hacer.

Pero entonces, si sus hijos estaban bien, sanos y salvos, ¿Por qué sentía una sensación de vacío, de pérdida?

Salió de la habitación de Qebehsenuf, preguntándose que estaba pasando. ¿Qué es lo qué estaba perdiendo? ¿por qué le costaba recordar? No...no tenía sentido, sentía que algo iba muy mal, mas no comprendía el qué y eso le aterraba.

—¿Espiando a nuestros hijos? — Se dio la vuelta para ver a su pichón despierto. No podía negar que se veía extremadamente guapo con el cabello desaliñado y sus hermosos ojos azules – aquellos que le recordaban al cielo, a las aguas del río Nilo – brillando con somnolencia.

—Claro que no. Yo no los espío, yo solo los vigilo. — Respondió, recibiendo un enorme abrazo que lo relajó por completo. —Lo siento. Hoy me desperté con una sensación extraña y debía comprobar que nuestros hijos estuvieran bien.

—Y lo están. — Asintió. —Debe ser tu imaginación esposo. Has estado fuera muchos días, protegiendo las bastas tierras de Egipto, es normal que aun sientas sensaciones que hormiguean tu piel, pero te aseguro que todos aquí estamos a salvo. — dejó escapar un enorme suspiro, dejándose envolver en los brazos ajenos, oliendo el rico aroma de Horus.

Él tenía razón.

Todos estaban bien, no había nada fuera de lugar.

Aun así, tenía que preguntarse por qué esa sensación de pérdida y vacío seguía arañando sus entrañas.

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