Capítulo 27

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Me despertó la sensación de que alguien me estaba mirando

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Me despertó la sensación de que alguien me estaba mirando. Cuando abrí los ojos, encontré a Tamar parada al pie de mi cama mirándome fijamente. No pude descifrar si era un sueño o no. Incluso antes de intentarlo, me deslicé debajo de las sábanas. Los efectos secundarios de la pastilla para dormir y de sentarme tan abruptamente hicieron que la sangre se me subiera a la cabeza, lo que hizo que me palpitaran las sienes.

—¿Qué ocurre? —pregunté a pesar del aturdimiento, sin estar seguro de que ella respondería.

—No pasa nada. —dijo.

No le creí y comencé a entrar en pánico internamente.

—¿Le pasa algo al bebé? —pregunté. —¿Había venido en medio de la noche para restregarme su odio? ¿Me estaba dejando otra vez? — ¿Realmente qué pasa? ¿Es el bebé?

Tamar dudó en responder, lo que hizo que mi corazón se desplomara. No sabía lo que descifró por la expresión de mi rostro, pero eso la hizo apresurarse a responder mi pregunta.

—No. Solo quería saber si podía dormir contigo ¿Puedo? — ella preguntó.

Totalmente un maldito sueño. Su petición sonaba demasiado buena para ser real.

Ella suspiró audiblemente

—¿Puedo acostarme o no, Omar? No, no estás soñando.

¿Había dicho eso en voz alta o ella me conocía tan bien?

— ¿Puedo? — Tamar me sacó de mis pensamientos.

Quería decirle que no. No debería ser tan fácil perdonarla después de que me hizo mucho daño. Pero yo era débil con respecto a ella y la extrañaba. Retiré las sábanas y le hice espacio a mi lado. Vi la incertidumbre en sus ojos mientras caminaba alrededor de la cama, pero eso no la detuvo. Cuando deslizó su cálido cuerpo junto al mío, casi me ahogo con el aire.

Pasaron largos minutos mientras estábamos uno al lado del otro, apenas respirando.

— Omar... — comenzó, luego se detuvo. Tamar se aclaró la garganta.

Contuve la respiración. Con Tamar nunca supe qué esperar. Me preparé para lo peor.

— Lo siento. — dijo, su voz suave.

Su disculpa me sorprendió y, aunque quería creer que era sincera, no lo hice. La última vez que se disculpó me abandonó despiadadamente tan pronto como le di la opción.

— ¿De verdad lo sientes? Y suponiendo que esta no es otra de tus mentiras ¿Por qué te disculparías conmigo? — le pregunté.

—Lamento haberte preocupado por mí y el bebé.

—¿Eso es todo? — Tamar tenía muchísimo más de qué disculparse. —¿Qué pasa con todo lo demás?

—Eso es todo por lo que siento que necesito disculparme contigo. ¿No puede ser eso suficiente?

No, porque no me amas y me lastimaste de la peor forma posible, quise gritar, pero me lo guardé para mí. Sabía que convertiría nuestra conversación en una discusión. Permanecí en silencio hasta que Tamar volvió a hablar.

—¿Qué es lo que realmente quieres de mí, Omar?

—Lo quiero todo. Nos quiero a nosotros juntos por toda la eternidad, nuestro bebé. Una familia contigo. Quiero ser el hombre de tu vida. Quiero protegerte. Y por sobre todas las cosas... quiero que malditamente me ames con todo tu ser.

Quiero follarte hasta un olvido pecaminoso. Me guardé esa última parte, sabiendo que en el fondo ella todavía pensaba que todo lo que había hecho tenía que ver con el sexo. Necesitaba que Tamar supiera que se trataba de más, mucho más.

—Odio escucharte decir eso. — admitió y continuó antes de que pudiera responder. —Sabes que nunca te amaré, ¿verdad?

—No me importa. El amor es trivial. Quiero devoción. Quiero adoración. Te quiero complacer, tus problemas resolver. Te quiero a mi lado de buena gana.

Tamar se rió.

—Estás enfermo y desesperado. Acabas de describir el amor, Omar.

—No, el amor es una enfermedad. Una aflicción que uno contrae. Causa dolor y sufrimiento. Se puede curar. No quiero que me causes dolor y moriría antes de causarte dolor a propósito. El amor es como un golpe de heroína temporario.

Se levantó sobre sus codos y se giró para quedar frente a mí.

—Entonces, ¿lo que estás diciendo es que has consumido heroína?

Había diversión, pero también duda en sus ojos. La duda me molestó. ¿Alguna vez superaríamos esa fase en nuestra relación? No si ella seguía peleando conmigo.

—Sabes a qué carajo me refiero. — espeté y me arrepentí de inmediato.

—Perdona, pero hablas como si fueras un puto adicto. —se mofó con descaro.

—Adicto por ti, sí. Eres mi dosis, que me haces feliz.

Apoyándose en los codos, Tamar ladeó la cabeza. Sus ojos mieles buscaban los míos. Ella me alcanzó. Instintivamente, quería retroceder. Estaba tan acostumbrado a que Tamar atacara que esperaba que me golpeara. En lugar de eso, pasó su pulgar por mis labios antes de inclinarse hacia mí.

El mundo se detuvo y todas mis dudas y miedos se desvanecieron cuando Tamar presionó sus labios contra los míos y con su lengua imitó la acción que sus dedos habían hecho segundos antes.

Abriéndome los labios con los dientes, giró la lengua y saboreó mi boca. Nuestro primer beso me hizo sentir todo a mi alrededor y la maldigo para siempre. A partir de ese momento sólo la muerte podrá arrebatármela. Cerré los ojos y me deleité con la sensación de sus labios contra los míos.

La dejé controlar el ritmo hasta que enredó sus manos en mi cabello, acercándome. Me perdí por un instante, pero luego tomé el control. Ella se derritió en mí. Los latidos de su corazón golpearon contra mi pecho. Probar su dulce boca fue demasiado, pero no suficiente. Sentí que me quemaba de adentro hacia afuera. Cuando ella se alejó, luché contra el impulso de protestar.

—No creo que esto funcione, pero lo intentaré. — susurró contra mis labios.

—Eso fue suficiente para mí.— apoyando mi frente contra la de ella, traté de pensar en qué decir para hacerla sentir segura.

—Te acostumbrarás a esto, a estar aquí conmigo, a ser una familia. Serás por siempre mi sol eteno. —la animé

Tamar suspiró y luego se alejó.

—Dormir... Necesitamos dormir.

Tamar evitó mis ojos y luego se giró sobre su espalda. Ella se tapó los ojos con el brazo. Sentí las emociones melancólicas saliendo de ella y lo odié. Sabía que mi impaciencia no era razonable. Le estaba pidiendo mucho, pero todo lo que le exigía era jodidamente racional.

Estoy acostumbrado a conseguir todo lo que quiero y mi Tamar no sería la excepción. Y nadie, ni siquiera ella, podría detenerme.

En silencio la vi quedarse dormida. Luché por guardar mis pensamientos para mí, a pesar de que tenía mucho más que decir, promesas que quería hacer, promesas que quería que ella hiciera. Tuve que recordarme a mí mismo que nada de eso era necesario en el gran esquema de las cosas. Nada de eso importaba porque mi Tamar estaba a mi lado y no planeaba perderla.

Horas más tarde, mientras ella dormía, yo seguía despierto observando el subir y bajar de su pecho. Noté que su bata había subido poco a poco por sus caderas dejando al descubierto el más pequeño par de bragas de encaje.

Quería tocarla, pasar mis manos arriba y abajo por las estrías en sus caderas. Enterrar mi cara en su cabello, inhalarla, besar su estómago, hablar con mi hijo, pero no lo hice. Todo eso vendría con el tiempo. Me quedé inmóvil mientras luchaba contra el sueño. Estaba aterrorizado de cerrar los ojos y que al abrirlos ya no encuentre a Tamar a mi lado.



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