Emma
Sintiendo un gran susto abro los ojos repentinamente, reconozco el sonido de mi jodida alarma a la vez que trato de sentarme con el persistente susto. La cabeza me palpita con una incesante migraña y es que ni siquiera recuerdo cómo llegué a mi habitación. El sol se filtra por las cortinas aumentando mi incomodidad, así que volteo, frotándome los ojos con el dorso de la mano.
Detengo mi actividad al ver que solo estoy corriéndome más el maquillaje y debo estar espantosa, retiro las sábanas y apenas pongo un pie en el piso es que las arcadas me consumen. No pierdo el tiempo y corro hasta el baño como si mi vida dependiera de ello.
Sin pensarlo termino en el piso y con la cabeza metida en el váter, dejo que las lágrimas caigan mientras mi estómago se vacía hasta que no tengo más energía.
Minutos en los que solo me dedico a respirar pasan y es cuando todo vuelve de golpe, desde que llegamos al club hasta que veía cosas que no estaban ahí. Recibí bebidas de tantas personas que no sé en qué momento empecé a sentirme mal. La vergüenza me toma al solo pensar que ahora va a pensar que soy una borracha.
Con las fuerzas que me quedan vuelvo a ponerme en pie, frente al lavabo me observo y parezco una degenerada que no se lava el cabello desde hace tres años y habla con gatos. Tomo el desmaquillante y veinte minutos después y con tres cepilladas de dientes encima parezco alguien decente con ojeras.
Me cambio la ropa poniéndome mi pijama y agarrando un par de lentes oscuros me dispongo a salir de la habitación. No sin antes tomar las pastillas que estaban en mi mesita de noche y se suponen deben ayudar con la resaca.
El pasillo está desolado, así que dando dos pasos empiezo mi recorrido en las escaleras, aun mareada tengo cuidado de no caerme. En unos cinco minutos llego a la cocina, desde el marco observo la espalda de Sean, una camisa negra cubre el principio de un tatuaje que se asoma por su nuca y baja. Este se mueve de aquí y allá haciendo quien sabe que cosas que solo te marean.
— Buenos días. —saludo.
Sean voltea y me observa cuidadosamente, le doy una mirada inexpresiva mientras rodeo la isla y tomo asiento en uno de los bancos. Reposo los codos en el mármol blanco a la vez que sostengo mi rostro y me obligo a mirarlo.
Tiene ojeras muy marcadas, como si no hubiera dormido.
— ¿Cómo te sientes? —pregunta, en un tono áspero. — ¿Sigues viendo a tres Sean? Digo, es una buena vista, pero no es normal. ¿Debo llevarte al hospital? —ataca y empiezo a responder antes que siga dándome jaqueca.
Debo decir que nunca me había pasado algo así, mareada con tantos recuerdos decido actuar como si nada, claro, suponiendo que no me pone nerviosa su presencia y la intensidad que tiene en su mirada.
— Tengo una resaca, y como puedes ver luzco como la mierda. Ya no veo a los trillizos, y no, no quiero ir a ningún hospital. —resumo y recibo la botella de agua helada que me pasa.
— ¿Quieres desayunar?
Un asentimiento es todo lo que necesita, saca un plato de los gabinetes y empieza a decorarlo con lo que sea y preparó, segundos después tengo un desayuno digno de un chef. Las tostadas francesas están decoradas con azúcar glass y jarabe. Al lado hay huevos revueltos y fruta junto con jugo de naranja.
Recuerdos de mi infancia se reproducen, y mientras como, vuelvo a la época en la que éramos solo dos niños, yo esperando a que me preparara los platos que quería ya que el menú que mis padres le dieron a las empleadas no me agradaba.
— Gracias. —le digo cuando termino.
— No es nada.
Retira mi plato y empieza a lavar todo lo que utilizó, noto una leve molestia de su parte junto con un profundo ceño fruncido.
— ¿No arruiné tu noche con aquella o sí? —pregunto esbozando una sonrisa.
Este lo nota, respondiendo de la misma manera.
— Tal vez hasta me hiciste un favor. —se encoge de hombros.
— Te vez horrible, por cierto. ¿No te has bañado ya?
— ¡Qué imbécil! —le grito ofendida.
— Tú empezaste, niña. —alega.
— No vuelvo a beber, tranquilo. —expreso soltando un bufido.
— Igual no fue tu culpa, algún cabrón te jodió el trago. —explica entre dientes, como si estuviera conteniendo el enojo.
— ¿Te sientes bien? —pregunto, me mira como si no entendiera.
— Uh, si...
Una vez acaba con los trastes, los seca y deja el trapo que usó sobre la mesa. Rodea la isla y es cuando me percato que ya está hasta bañado. Jeans negros igual que la camisa. Un par de tenis y volviendo al torso es que noto el par de anillos de oro que porta en cada mano.
Cuando toma asiento frente a mí y no sabe qué hacer con las manos más que ponerlas en la mesa es que los detallo. Uno de ellos es negro con dos líneas doradas y lo que parecen extraños detalles mezclando tonos en el centro.
— Saldré, volveré en un par de horas. —avisa y no sé por qué una extraña presión me invade.
Sin poder evitarlo formo una mueca que no molesto en ocultar.
— ¿Por qué? ¿A dónde?
Se toma un par de segundos antes de responder.
— Debo resolver unos asuntos en el centro. No quiero que salgas así, algo podría pasarte. —advierte, pero eso sonó a una orden. —Si necesitas algo puedes llamarme.
El club está en el centro.
— ¿Quién te crees para decirme que hacer? Puedo cuidarme sola, además ya tengo dieciocho.
Suspira con fuerza, creo que empiezo a acabar con su paciencia, pero el que me de esa extraña sonrisa me hace pensar que lo disfruta.
— Uno, soy tu hermano mayor y quién sabe si alguna toxina siga en tu cuerpo, no te quiero por ahí gritándole a la gente que tiene un gemelo y orejas de duende —reprimo una risa dejándolo seguir con su explicación. —. No tengo tiempo para discutir el punto dos. Y tres, sé muy bien tu edad.
— Entonces entiendes muy bien que-
— Ni siquiera eres lo suficientemente mayor para beber —interrumpe ahora divertido. —, esa legalidad sólo permite ciertas decisiones. —me mira de arriba abajo, decido cambiar el tema antes de irritarlo más.
— Ni siquiera sé tú correo ¿De dónde diablos sacaré tu número?
El me ofrece una sonrisa de medio lado mientras se pone de pie.
—No es que cuides muy bien tu teléfono, enana.
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Placeres Inmorales
Teen FictionInmoralidad, deseo, amor y pecado. Emma, dieciocho años recién cumplidos y esos ojos azules que llevan su infierno vuelven a su vida después de cinco años. Con tatuajes que no son más que la invitación a pecar la hacen caer a la tentación que llev...