Capítulo 15

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Emma

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Emma

Han pasado catorce días desde que volvimos al país, y la diversión es extrema cuando se trata de caer ante nuestros deseos desde las sombras.

Son caricias bajo la mesa durante cada cena.

Miradas que solo nosotros entendemos y parecen quemar el lugar, mientras lo que más me pone es irrumpir en su habitación durante las madrugadas.

Para que me regañe como él sabe...

Por fin nos sirve que nuestros padres estén en casa.

Aunque no solo debemos escondernos de ellos, pues la prensa sigue al pendiente del exitoso CEO y aclamado mujeriego Sean Davies, en tierra natal.

Se especula de un posible matrimonio, otros aseguran que necesita del dinero de sus padres, pero la verdad es más retorcida que eso.

Y es que solo está aquí para follarse a su hermana.

—¿Eres consciente de que tu auto no es un adorno?

El regaño me saca del trance, y una vez en la realidad, debo enfrentarme a la dureza de su mirada. Es tan intensa que me cuesta mantenerla, así que lo ignoro mientras me atiborro con las papas fritas.

Suspira continuando con su labor: hacerme una torta de chocolate.

Si somos justos, es complicado decidir cuál luce más provocativo; un dulce sabor, o el semental de brazos fuertes que expulsa un rico sabor.

Cuando levanta la ceja, esmerado en volver al tema, me veo en la obligación de hacerle un mohín mientras uso mis ojos de cachorro.

—Tú me llevas a todos lados.

— Emma. —advierte, y su mirada me indica que mis reclamos no servirán de nada.

Suspiro, mostrándole mi desacuerdo.

—¿Entonces, que? —me resigno, sin dejar la actitud —. ¿No estabas haciendo de cocinero? ¿Enviarme sola a-

—Andando, enana.

Deja el bowl con la mezcla a un lado y le muestro mi mejor puchero.

—¿Qué pasará con el postre?

—Serás la cereza cuando volvamos —me guiña un ojo —. Ahora, mueve el culo y toma el jodido deportivo que tanto pediste.

Termina su orden para luego quitarme la comida, refunfuño mil cosas en desacuerdo antes de saltar del banco y seguirlo en silencio hasta las puertas. Encontramos a mamá despojándose del abrigo.

La cantidad de bolsas en el piso solo me indican que estuvo rompiendo la tarjeta negra de papá, o sea, que se pelearon.

—Oh, niños —nos sonríe —. ¿A dónde van?

Sean se encoge de hombros.

—Quiero ver si tu hija le pierde el miedo a manejar.

—Me parece perfecto, solo asegúrense de estar aquí para cenar.

Placeres InmoralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora