Capítulo 20

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Emma

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Emma

El que nuestro regreso a casa vaya a ser en su jet me hace pensar que nuestra situación ya está arreglada, pero es el persistente vacío en la boca de mi estomago quien hace que me contradiga.

Faltan horas para el despegue, así que me pongo cómoda sobre la cama antes de desbloquear el celular y perder el tiempo entre las redes sociales y chismes de la farándula que se enfocan en el mundo laboral.

Luto entre los Romanov ¿Qué pasará con la compañía?

Le pico a la noticia que salió hace media hora.

Fuentes anónimas lo confirman, Romanov Enterprise ya eligió a su nueva cabeza.

Darle mi tiempo a esto podría llevarme al cansancio, pero no puedo ignorar el artículo en letras rojas que nombra a nuestra familia. No es nada nuevo el que elogien a nuestros padres, solo que ya no son solo ellos los que tienen público.

¿La hija menor de los Davies seguirá los pasos de su hermano? Exclusiva: herederos en campos de Harvard.

Respiro antes de aplaudirle al hecho de que no hemos bajado la guardia durante el tour, puesto que son más fotos de las que me gustaría, las que circulan por toda la página. El ángulo sólo nos muestra la capacidad para ser espías que tienen los paparazzi, un susurro mal dicho y estamos muertos.

Ajá, y de esto se salvó Megan. Deberías aprender de tus mayores.

Bufo al tener que lidiar con sus comparaciones, como si la prensa no fuera suficiente, deberían entender que mi propio mérito me llevó a ser admitida. No fue gracias a un niño rico que huyó para hacerse más rico o los contactos élite de mis padres.

Vuelvo a la realidad cuando el celular vibra y me es arrebatado de las manos.

—¡¿Qué te pasa?!

El disgusto no tarda en mostrarse.

—Esa no es la clase de masoquismo que me gusta —bufa —. Mejor ponte a leer o sigue con una de tus novelas raras.

Lo aniquilo con la mirada cuando bloquea mi celular a propósito y lo deja en la mesa de al lado.

—¿No eras tú la que parloteaba algo sobre disfrutar el presente? —imita mi voz, provocándome un tic en el ojo.

Le asiento lentamente, pensando en cómo matarlo, pero me distrae al tomar mi mejilla antes de plantar un beso sobre la misma.

Lo dejo pasar durante las próximas horas, y suspiro feliz cuando es momento de estirar las piernas, de vuelta en Nueva York. Camino con Sean a mis espaldas hasta el auto que ya no espera con las puertas abiertas y dos personas acomodando las maletas en la cajuela.

Todo en lo que puedo pensar es en mantener las apariencias.

Sé que no miento cuando lo digo, las personas no tienen nada mejor para hacer, su mayor entretenimiento se baja en la vida ajena.

Placeres InmoralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora