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Sean

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Sean

Emma no pierde la costumbre de caminar a mis espaldas, y pienso en cambiarlo una vez pongo un pie dentro del avión. Busco los asientos del medio, que son los más espaciosos, antes de acomodarnos.

Asumí que iba a sentirse mal durante el despegue, así que puse un calmante en su desayuno sin que se diera cuenta, pues es un viaje de más de seis horas, y no quiero a la loca jodiendo por el camino.

Solo es cuestión de que el avión se estabilice y la luces se apaguen, para que me deshaga del cinturón. Lo que me encanta de la noche es que mis fantasías se toman libertades, dando rienda suelta a cada centímetro pecaminoso de mi existencia.

Paseo la punta de mi nariz sobre la suave piel de su cuello, y no es hasta que empiezo a besarle la mandíbula que decide despertar.

—Deberíamos matar el tiempo.

—Hmm —se queja, abrazando la almohada —. ¿Qué quieres?

—Hacer que te unas a un club.

—¿Huh? —abre un ojo —. No me digas que los ricos juegan golf aéreo.

—Mas te vale usar esa imaginación para otra cosa.

Se frota los párpados antes de voltear hacia mí, desechando la pereza.

—Empiezas a tener mi atención.

—¿Qué tan familiarizada estás con las millas altas?

Vuelvo a besarla, bajando por su piel, acariciando su cuerpo hasta que empieza a soltar pequeños jadeos, empezando a ponérmela dura.

No me tardo en quitarle el cinturón para levantarla, nos guío hasta la cama, donde la dejo para que se apoye en sus antebrazos y me observe cuál salvaje de labios hinchados y cabello desordenado.

Espera a que me deshaga de mis prendas, y una vez sobre ella, dejo que me manosee.

Siento su temblar, al tiempo que paseo la mano por su pierna.

Debo alejarme para quitarle el pantalón, que con un movimiento de su pelvis, sale fácilmente.

—Abre la blusa, o tendré que romper los botones.

Sonríe, son solo segundos antes de que sus tetas queden a la vista. Sus pequeñas aureolas ya están duras.

—Tócate como te gustaría que lo hiciera, Emma.

Sus acciones no deberían ser tan sensuales.

Tomo su muñeca, la llevo a mi boca y pruebo de ella, me saboreo sin dejar de mirarla hasta que le agarro la otra mano para llevarlas sobre su cabeza. Marco sus muslos, abriéndola para mi, antes de volver y rozar su coño con ligeros movimientos mientras le chupo las tetas.

Mi camino continúa, no lo resisto antes de hundir la lengua en su coño, mientras que mi pulgar atiende su clítoris.

Jadea mi nombre varias veces, pero la mantengo inmóvil con una mano en la cadera.

Placeres InmoralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora