Capítulo 23

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Emma

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Emma

Me paseo en círculos, alrededor de toda la habitación, pues he dejado que el estrés me tome y ocasione que me palpite la cien.

—No la soporto, tiene una obsesión en conseguirme novio, hasta habla de nietos —suelto, de manera efusiva, en frente de ambos. Aunque solo me ignoren —. ¿Cuál fue el mal que yo hice?

—Era de esperarse —se encoge de hombros —. Recuérdalo, piensa que soy gay.

Escucho cómo, es total libertad, continúa aventando la maldita pelota de tenis hacia la pared. Debo detener mi marcha para aniquilarlo con una mirada, una sonrisa amenaza las comisuras de su boca y es justo cuando una carcajada de mi progenitor abarca la sala.

—Ya sabes, dile que le tiras al otro bando y problema resuelto —se seca una lágrima —. A menos que aparezca con las hojas de adopción y algún-

—Mejor no le de ideas. —interrumpo, disgustada.

Sigue riendo, aunque en una esquina y sin apartar la vista de la computadora que lo entretiene, solo él sabe que negocio mantiene. Luego de un momento, se encoge en la silla, estampando firmas entre una pila de papeles.

—No hiperventiles, respira, enana. —se burla, haciendo que mis ganas por golpearlo, y borrar esa sonrisa cínica, solo aumenten.

—No lo hago —me vuelvo hacia Nicolás —. Papá, dile algo.

—No molestes a tu hermana, Sean.

Le hago una mueca. ¡Logré que lo regañaran!

—No te conviene sacar la lengua —se relame los labios, dándole vuelta a la pelota, hasta que articula. Solo para nosotros —, niña malcriada.

Su sonrisa perversa me da un adelanto de lo quiere hacerme.

Trago grueso cuando un escalofrío me recorre, no puedo dejar que entre en mi mente.

Cuida nuestro trasero, ya nos puedo ver en su regazo.

—Primera advertencia, bien dicen que la tercera es la vencida. —culmina, en un susurro, antes de regresar a su juego.

Lo dejo pasar, decido sentarme junto a papá, pues con lo prudente que soy, de seguro término hablando cosas que no debo.

—¿Qué haces?—pregunto, con la inquietud de un infante —. ¿Ya casi acabas?

Ya pensará que me excedí con los chocolates.

—Solo firmar un par de documentos más —detiene su tarea, me observa enarcando una ceja —. ¿Quieres que te lleve al parque?

Asiento.

—Yo la llevo —entra a la conversación —. ¿Le seguirá gustando el sube y baja?

Podría ahogarme con mi propia saliva, explayo la vista para cuando papá vuelve a hablar.

—Váyanse ya los dos —nos echa —. Uno como adolescente y la otra de cinco años, pónganse a hacer oficio.

—Buena idea —se levanta —. La estática de los toboganes siempre me ha gustado.

Lo dice con tal inocencia que logra engañarlo, pero es claro que ya no hablamos de juegos infantiles, y ese creciente pálpito solo lo confirma.

—Antes de que sigan hablando del parque, o lo que sea —interrumpe, sin inmutarse de su trabajo —. Emma, recuerda repasar las hojas que te enviaron para esa conferencia.

—Sí señor, pero todavía tengo tiempo.

—Y hablando de padres —Inicia, de nuevo, como si provocarme no fuera suficiente —. Emma y yo estaremos un par de semanas fuera del país.

—¿Ah, si? —despega un ojo de sus papeles —. ¿Con permiso de quién y a dónde?

Frunzo el ceño. ¿Seré sonámbula? Es la única manera de haberle dicho que sí, y no enterarme.

—Soy su hermano, no debería necesitar permiso; y quiero ir a Europa —no se afana en la explicación —. Como dijeron que ella no sale de la casa, pensé en llevarla.

—Touché —cede —. ¿Cuándo?

—Le dije al capitán que mañana partimos.

—¿Si quieres ir, linda?

Ambos se giran hacia mí, sorprendiéndome al poseer los mismos ojos azules, y perfectas cejas alzadas a mi espera.

No cabe duda, son jodidamente familia.

—Claro —logro responder, y me recupero con un movimiento de mano para restarle importancia —. ¿Cuándo me han visto rechazar a un riquillo gastando su dinero en mí?

—No quiere decir que irás sin maletas.

Vuelve a sonreír al bajarme de mi fantasía, y viene a mi dirección para tomarme de la muñeca. Me saca del estudio, solo para empujarme hacia mi habitación.

—¿A dónde me quieres llevar? —pregunto, justo cuando cierra la puerta.

—Al éxtasis, orgasmo, un squirt —de un movimiento le pega a su pecho, mantiene sus manos sobre mi cadera y nuestros labios se rozan al estar a escasos centímetros del otro —. Lo que quieras, nena, pero eso no es secreto.

—¡Sean!

Golpeo su pecho y no sé porque su risa se ha vuelto tan adictiva.

—Shane me dio una tarjeta —su explicación solo me hace querer besarlo —, parece que nos vendría bien un descanso.

Acaricia mi mentón.

—Apoyo la idea.

«Suelo sentirme como criminal, y en mi propia casa para hacerlo peor»

—Sé lo que piensas, por eso decidí mejorar la vista.

—¿Cómo?

—Desde mañana vas a estar desnuda y en mi cama.

Me besa la frente antes de sorprenderme con un abrazo, no tardo en rodearlo y esconder la cabeza entre su cuello. Cambiando su manera de decirlo, odia verme triste y este viaje es porque me quiere.

Claro, hasta que alguien me diga lo contrario, eso es lo que voy a pensar.

Claro, hasta que alguien me diga lo contrario, eso es lo que voy a pensar

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Placeres InmoralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora