Capítulo 29

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Emma

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Emma

Pasamos dos días más en Italia antes de volver a la ciudad, y con ello, el juego enfermizo volvió a empezar.

—Jamás pensé que diría esto —toma una bocanada de aire —, pero no podemos encerrarnos a follar, hay que salir.

Se mantiene recostado en el marco del baño, observa como termino de arreglarme y decido sonreírle, como él siempre lo hace, antes de replicar.

—¿Qué ya no puedes seguirme el ritmo? —me encojo de hombros, a lo que él niega, divertido y con una ceja enarcada —. No es mi culpa que estés envejeciendo.

—No dirás lo mismo cuando las únicas fotos de ti paseando sean de vieja —empieza —, vas a quejarte porque no te sacaba. Además, bien puedo demostrarle a ese coño lo que es no seguir el ritmo, por las noches.

Es que nunca tiene malas ideas.

—¿A dónde quieres ir? —retomo la conversación inicial, antes de que alguien nos escuche.

—Hoy inaugurarán un restaurante italiano en el downtown, será algo tranquilo.

Volteo a encararlo, entrecerrando la mirada.

—La última vez que dijiste ́ ́Será algo tranquilo, Emma ́ ́ —claro que lo imito —, estuve tres horas caminando por un sendero, todo porque perdimos el mapa.

Sonríe, como si no supiera de lo que hablo.

—No me ves en ropa deportiva, ¿o si? —niego ante el señor elegante —. Por otro lado, en estos tiempos, el cardio es diferente.

Amén, me lo haces palpitar, y no hablo del corazón.

Suspiro, yendo por un par de tenis, pues la última vez cometí el error de llevar baletas, mis pies lo siguen lamentando.

¿Aunque te estaba cargando la mayor parte del tiempo?

Sí.

Luego de una hora, y debido al clima, se pospuso el evento. Así que optamos por caminar, lo tomo del brazo sin borrar la sonrisa del rostro. Las nubes se hacen cada vez más grises, el camino menos concurrido y mis ideas oscurecen.

—Tengo hambre.

Siento como me gruñe el estómago, al menos no se escuchó.

—Yo puedo ser la entrada, enana. —dictamina, con perversidad, al tiempo en que se adentra a un callejón.

No sé cómo, pero cuando me doy cuenta, mi espalda choca contra los ladrillos.

—Es imposible besarte como me gusta con tanto público. —gruñe, apretándose contra mí, puedo sentir el calor que emana.

—¿Cómo es eso? —apoyo las manos en sus hombros —. Necesitaré una muestra, Sean. ¿Cómo te gusta besarme?

Sonríe, toma mis muñecas y las aprisiona por encima de mi cabeza. El ladrillo raspa, pero logra encenderme aún más.

Placeres InmoralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora