Capítulo IV

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Laura Martell

Para ser un día muy caluroso y tener que ir hasta la casa de Charles para la comida que le hicieron a Michael por su viaje a Nueva York, me parece algo avaricioso, sobre todo porque detesto hacer actividades en días muy cálidos.

Mi vestido no era tan largo, me llegaba hasta las rodillas, de mezclilla azul, manga 3/4 y mis tenis blancos. Además de una coleta alta. La mochila pequeña de cuero que mi hermana me había regalado en mi cumpleaños y que jalaba para todos lados.

En mi mochila llevaba todo lo necesario, además de un pequeño regalo para el pelinegro. Que a decir verdad, solamente era una botella de whisky, uno de los que le gustan — según Lynn—.

Ese hombre es un rotundo misterio para mí, pero me agrada que sea así, porque lo hace parecer un juego en el que trata de no ser descubierto por las demás personas. ¡Qué hilarante!.

Me subí al coche y crucé la ciudad hasta el Green Lake, justo en la zona residencial, en donde se encuentra la casa de Charles, que para mi gusto es hermosa, de dos pisos, con un muelle, en el que tiene unas sillas de color blanca, obviamente que estás son muy bonitas y la lluvia o el calor no las corroen, así como sus propias farolas de color negro, un jardín muy bello, su propia sala exterior, con comedor exterior para 14 personas y ni hablar de como es por dentro.

Cuando entré, me metí a su cocina y a la primera persona que vi fue a Sam, que estaba emocionada cocinando; al principio no supe que traía en sus manos y era una charola con brownies que acaba de sacar del horno.

—Hola —saludé a la pelinegra.

—Laura —me abrazó— Por un momento pensé que no vendrías —hizo un puchero.

—Sé me hizo algo tarde, pero no podía fallar —sonreí— ¿Y Charles?

—Anda afuera preparando la mesa para la comida y Liam ahora regresa, fue a buscar el Whisky de Mike y Mike está arriba, en el cuarto de Charles, dijo que se sentía mal —me sorprendí— ¿Puedes ir a ver si necesita algo?

—Okay.

Admito que si tengo ganas de ver al pelinegro, pero al mismo tiempo intento mantener mi límite, pues sé que podemos ser muy salvajes el uno al otro y es fácil caer en tentaciones con él a mi lado.

Recorrí el pasillo hasta el final, en una puerta de Caoba negra, toqué y no me respondió el hombre, así que lo volví a intentar y de nuevo lo mismo, así que abrí la puerta lentamente y me metí, pero no había nadie.

—¿Michael? —le hablé aún desde la puerta.

—¿Necesita algo, señorita Martell? —salió de una puerta que supuse que sería el baño.

—Me dijo su hermana que le pregunte si necesita algo —se quedó pensando— Porque usted se sentía mal.

Se terminó de poner la camisa y mi mente guardó esa imagen perfecta, sobretodo de sus músculos perfectamente trabajados.

—Necesito muchas cosas, pero dudo que me las quiera dar, señorita Martell —¿y eso a qué se refería?— ¿O si?

—¿Puede ser más claro? Porque creo que no estoy entendiendo bien a que se refiere —se rió.

Ruleta de SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora