Epílogo

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La habitación estaba a oscuras, solo había lámparas en las mesitas y en algunos rincones, para que la luz ni molestara a Liam, John sacó la jeringa con la droga y se acercó al castaño para inyectarlo.

—¿Cómo te sientes? —preguntó primero para no quedar como un salvaje.

—Me duele la cabeza —respondió entre jadeos— ¿Y tengo ganas de vomitar?

—Tranquilo, eso es normal —buscó unas pastillas— Primero déjame inyectarte y más tarde vendrá la enfermera a darte estas pastillas.

—Okay —asintió.

Levantó la manga derecha de su playera y le pasó la droga lentamente, su rostro pasó de estar decaído a quedarse dormido poco a poco.

—¿Cuántas dosis más le faltan? —pregunté al ver al castaño dormido.

—La de mañana y listo —asintió John— Pero si hay que dejarle en claro que debe tomarse esas pastillas, para que no sienta ningún efecto secundario y la droga tenga un efecto más eficaz.

—Okay.

Por muchos años estuvo involucrado en su creación y experimentación, hasta que por fin quedó lista paga utilizarse, pero en en determinadas ocasiones y solamente para ciertas personas.

Vitae, es su nombre en latín.

Lilian Roosevelt

Me habría gustado que el odio nunca hubiera tocado el corazón de Annie, pero se dejó llevar por todo lo que pasó. Y sé que su vida se basa en lo material, en cosas superficiales que vienen y van.

—Que Dios, nuestro padre, los acompañe hoy y siempre, por los siglos de los siglos.

-Amén.

-Pueden ir en paz, la misa ha culminado.

Clark tomó mi mano y salimos de la iglesia, buscamos el coche, subimos y nos pusimos en marcha.

—¿Te sientes mal? —me miró preocupado.

—No —negué— Cada vez que venimos al templo, siento que mi culpa no me deja entenderla bien.

—Cariño —se detuvo debajo de un árbol— Lo que pasó con la bebé, fue una medida desesperada, ya pasó mucho tiempo, y sé que fue nuestra única hija, luego de tu tratamiento.

Era verdad. Yo había tomado un tratamiento por casi dos años y cuando tuve a mi bebé en mis brazos, me sentí tan afortunada de que Dios me diera esa bendición, pero Anna tenía que meterse en mi vida, como siempre lo había hecho.

—En este punto de la vida, ya vivimos, ya viajamos, conocemos muchos lugares, vestimos con ropas caras, comemos de lugares exquisitos, tenemos todo lo que otros no tienen, pero no pude cumplir mi único deseo —solté mis lágrimas— Yo solo quería ver crecer a mi hija, llevarla al jardín de niños, y consentirla todos los días de mi vida.

—Lo sé, cariño —me abrazó— Y a mi también me duele, pero me consuela que Dios nos abriera los ojos y todo ese cariño que tenemos acumulado, lo demos a quienes lo necesitan.

Tantos éxitos en la vida y no pude cumplir el más importante.

—Vamos —me dio un beso y condujo de regreso a la casa.

Me limpié las lágrimas y observé el rancho. Todo estaba dando sus frutos.

Bajé del auto y entré en la casa, la cual era lo suficientemente espaciosa para nosotros, pero también estaba la casa chica, donde duermen los empleados.

—Ya está lista la comida, señora —salió la cocinera.

—Gracias —asentí.

Ruleta de SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora