Capítulo XVIII

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Michael Baltimore

Al parecer había dejado de llover, y escuché a una enfermera pasar cuarto por cuarto, hasta que llegó a la mía. Se asomó y me miró.

—Puedes bajar al patio, habrá un juego de basquetbol, por si gustas integrarte —dijo sonriendo— ¿Si?

—Okay —cerró la puerta y seguí leyendo el libro que tomé de la biblioteca.

Solo faltaba un capítulo para terminar, así que lo leí con calma y lo guardé. Me puse los tenis, que son horrorosos, salí de la habitación y bajé al patio.

Muchas veces yo era el centro de atención, pero en esta ocasión, pasé desapercibido, que tranquilidad el poder hacer algo sin que alguien te esté jodiendo.

—Nos hace falta un escolta y una base —dijo un chico de aproximadamente 23 años, quien tenía el cabello castaño claro, algunas pecas en la cara, piel olivo y ojos aceituna.

En definitiva, yo no jugaría, así que me senté sobre las escaleras y estuve observando a cada hombre en ese espacio y los movimientos de cada equipo, que eran terribles. Cada minuto me estaba matando, el aburrimiento y la pesadez de este sitio, simplemente me volvían loco.

—Doctor —habló una chica. ¡Qué raro!— Algo está pasando dentro, se escuchan ruidos y gritos provenientes del segundo piso.

—Vamos —tocó el brazo de una enfermera y ella entendió el mensaje del doctor.

Se fue junto con la paciente y nos quedamos todos ahí. De alguna manera, mi adrenalina se activó, algo estaba pasando o por pasar. Aunque quizás, sólo eran síntomas de la ansiedad.

—Cállate —escuché un susurro y un arma punzocortante detrás de mi— Porque no quieres hacer un escándalo.

Miré de reojo a mi izquierda, pero la enfermera no estaba, así que entramos poco a poco. Cerró la puerta, me vendó los ojos y me esposó las manos. Sentí que algo caliente resbalaba por mi pierna, toqué lo que era y el olor lo delataba, era sangre. ¿En qué momento pasó esto?

—No hables, a menos que quieras que nos descubran —murmuró la persona— Acelera —le dijo al chófer.

No supe absolutamente nada de lo que estaba pasando. Lo único que escuché, fue como el auto se detenía, me dieron un sobre, y me bajaron del coche. Oí nuevamente el motor y se fueron, mientras que yo me quité la venda de los ojos y al darme cuenta de mi entorno, estaba frente a mi casa. ¿Cómo sabían ellos en donde vivo?

Toqué el timbre, esperé a que alguien saliera y apareció la señora Collins, quien se asustó al ver mi pierna sangrando y mi ropa llena de sangre. Me ayudó a entrar en la casa, tomé asiento en mi sillón, y de inmediato fue a buscar el botiquín de emergencias.

—Salí —le dije por teléfono a Jonathan— Contacta al sargento Williams, por favor.

—Entendido.

—Aquí tengo mi expediente, en cuanto me sienta mejor, voy a hundir a esos doctores.

—Pero tengo la duda, ¿cómo saliste?

—No tengo idea, pero alguien me sacó y me lastimó la pierna derecha —suspiré— Llama una ambulancia, también, por favor.

—En 10 minutos la tienes en tu casa.

—Adiós.

Me recargué sobre el respaldo, abrí el sobre y saqué los documentos, era 1 demanda por negligencia contra los doctores, 4 test, en los que quedaba claro, que yo no les estaba mintiendo sobre lo que decía. Además, también había un informe sobre Anna y John y varias fotografías recientes, en los que se les veía saliendo de alguna empresa.

Ruleta de SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora