Capítulo V

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Michael Baltimore

El frío era prácticamente insoportable, pero eso no impidió que viajara a ver a mi hija, aún sabiendo que la veo pocas veces en el año.

Pagué sus regalos, busqué un taxi y le pedí que me llevara hasta el Brooklyn Heights, donde vive mi enana.

Admito que me sentía muy nervioso de verla, y estos días con ella tienen que ser especiales, sobretodo porque tengo asuntos que arreglar con ella y con respecto a su escuela, y las cosas que necesita diariamente.

Al llegar a la casa, observé con detenimiento el lugar en el que he tenido "encerrada" a mi hija, y lo digo de esa manera, porque en lugar de ser su héroe, he tomado el camino de villano y le estoy quitando la libertad de convivir con más gente, de conocer el lugar en el que nació, las cosas sobre su vida.

Bajé con las bolsas de regalos, abrí la reja, crucé el pequeño jardín y saqué las llaves de la casa, abrí y de los primero que percibí, fue el aroma de que algo estaban horneando, quizás era pan, pay, pastel, etc.

—Angel —hablé fuerte desde la puerta— ¿Dónde andas, enana?

De la cocina apareció un pequeño duende, de cabellos castaños, con una pijama de color morado, y el dibujo de un unicornio en su suéter, con calcetas azules y unas pantuflas de garra de oso.

—¡Papi! —escuchar esa vocecita cada vez que vengo, es mi medicina para todos mis males— Te extrañé mucho —me abrazó.

Dios mío. Escuchar eso, me parte el corazón, sobre todo porque yo quisiera tenerla conmigo todos los días, acompañarla a su escuela, que conozca a sus tíos, a Samuel, mis amigos y un mundo más allá de solo el Brooklyn Heights.

—Yo también te extrañé mucho, enana —le di un beso en la cabeza— ¿Qué preparan de comer? —la seguí hasta la cocina.

—A su hija se le antojó un pay de zarzamora y como se ha portado muy bien en la semana, pues la estoy consintiendo un poco —sonrió su nana.

—Gracias —dejé las bolsas en el sofá— Te traje algunos regalos, y también para usted —le extendí las tres bolsas a Mari— Gracias por seguir cuidando de mi hija.

—Es un encanto la niña —agarró las bolsas.

Se puso a revisarlas, mientras yo fui con mi hija a la sala.

—Ten enana —le di sus cosas—- Espero que te gusten... Tus amigos te van a envidiar con eso.

—Ellos envidian hasta la existencia de un caracol —se rió— ¿Me vas a llevar a dar un paseo?

—Nunca te he dejado sin uno —la cargué— Te tenía una sorpresa, aunque dude en traerlo, sobre todo porque no sé como reaccionarías ante su presencia.

—¿Una novia? —levantó una ceja— ¿Es bonita?

—¿Por qué dices que una novia? —me reí— Yo no mencioné a una chica.

—Te pusiste nervioso cuando mencioné eso —se siguió riendo.

—No es una novia, es mucho más que eso —la miré— Pero ya será pronto.

Me abrazó y siguió abriendo sus regalos, mientras que su nana me llevó a la cocina para hablar conmigo.

—Entiendo que usted tiene sus ocupaciones en Seattle, pero también entienda que tiene una hija y ella hace preguntas sobre usted, créame que le he dicho cientos de cosas para no echarlo de cabeza a usted, pero es casi imposible —cortó un pedazo del pay— ¿Hasta cuándo va a seguir así?

Aunque no quisiera admitir eso, Mari tiene razón, Angel está en la edad perfecta de las preguntas.

—Yo hablaré con ella, así que no te preocupes y en verdad que agradezco que la cuides —suspiré— Enana —apareció la castaña en la cocina— ¿Quieres ver películas?

—Okay —asintió.

Yo subí al segundo piso y me metí en mi cuarto, ahí tenía algunas fotos de nuestra familia, y de mis padres. Mi corazón se hacia pequeño cada vez que tenía la foto de esa pareja frente a mi, yo sabía que lo que estaba haciendo era injusto, pero era lo mejor para mi hija.

Bajé de nuevo a la cocina y vi a Mari tratando de calmar a Angel, aunque esta última seguía llorando. No entendía que carajos estaba pasando, y el momento que más temía, estaba pasando. Literalmente no le estaría mintiendo, simplemente escondiendo.

—Puede ir a descansar —asintió.

Cargué a la niña y la senté en el sillón, poco a poco se calmó y me senté frente a ella.
—¿Qué tienes?

Me miró con tristeza y era evidente que sus siguientes palabras me lastimarían y lo peor de todo eso es que yo soy muy débil ante ella.

—¿Por qué no me llevas contigo? No quiero estar aquí aburrida todo el año —siguió llorando— No me quieres, ¿verdad?

—Enana —la intenté abrazar y me pegó en el brazo— Perdón.

—Ya no te quiero —se cubrió con su manta.

Mi corazón se partió en pedazos, yo tenía la culpa de que mi hija estuviera enojada conmigo, por no decirle la verdad, por haberme quedado callado y privarle la libertad de conocer más sobre su vida, de donde viene, quien es su familia, etc.

La cargué en mis brazos y la llevé a mi habitación, ahí la dejé acostada y busqué algunas fotografías de la familia.

—Angel —me senté a su lado— Mira.

—No quiero.

Para nada tengo paciencia, pero es mi hija y aunque no me guste aceptar lo que Diane decía, mi hija es por quien daría la vida y me hiciera lo que me hiciera, yo estaría ahí como su esclavo.

—Es tu abuela —bajó la manta— Se llamaba Grace Elizabeth Anderson Manchester, mi madre siempre era muy paciente, atenta y sobre todo amorosa.

—¿Y el abuelo? —vio la foto de mi madre.
Mi madre era una mujer de tez blanca, con el cabello negro azabache, ojos de color avellana, con una altura aproximada de 1.67, de cuerpo agraciado, no muy llenita y tampoco muy delgada.

—Siempre serio, pendiente del trabajo y de nosotros —se sorprendió— Tengo dos hermanos hombres, son mellizos, y nos llevamos 2 años de edad, también tengo una hermana, ella es la menor, y me llevo 4 años con ella.

Realmente mi padre siempre fue un caballero con mi madre, obviamente tenían sus problemas, pero jamás se faltaron al respeto, supieron mantener su relación de una manera algo sana, además que siempre tuvo un equilibrio con su trabajo —pues apenas empezaba la empresa— y en ocasiones mi madre también lo apoyaba dentro de la empresa, pero no nos descuidaron, hasta que pasó ese accidente.

Le conté sobre nuestra familia, y poco a poco bajó su enojo, hasta que le dije de algunas anécdotas y le conté de todas las personas con las que me he rodeado, incluyendo a Samuel, quien me crió junto con mis hermanos, y que en realidad no comprendo la insistencia que puso para ganar nuestra custodia y no ir a una casa hogar, no digo que sea malo, pero era alguien ajeno y no tenía por qué hacerlo.
Mari nos trajo el pay y jugo, y mientras comíamos, le seguía contando.

Al ver su rostro, me di cuenta de que ya no estaba enojada, pero con sus palabras me hacía entender mis acciones y los putos errores que he cometido con ella.

—¿Y mami? —preguntó emocionada.

—Ella era realmente hermosa —sonreí— Muy parecida a ti, y de noble corazón.

Ruleta de SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora