Capítulo XXVII

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Laura Martell

En la oficina todos estaban estresados, y el ambiente era un rotundo caos. Yo no sabía que hacer, y lo único que podía hacer en ese caso era ir a mi oficina.

A Charles lo había visto reunido en la sala de juntas con Sam, con Samuel, Andrew y dos personas más, y admito que no supe de quienes se trataba.

Tenía casi un mes en el que no me había topado a Michael, y que bueno, porque me duele todavía lo que pasó. Quizás fue inmaduro que no me dejara las cosas claras desde el inicio, pero agradezco que haya reconocido su error y me soltara.

Seguía checando algunos envíos a Canadá, pero recibí una llamada de un número desconocido, no le contesté y seguí trabajando, pero en menos de media hora ya tenía 10 llamadas perdidas y al notar su insistencia, esperé a que marcara una vez más y por fin le contesté.

—Laura, tengo que hablar contigo —lo escuché agitado— Por favor, te juro que es importante.

—¿Dónde estás?

—Saint Peters número 14 —respondió con prisa.

—Te veo en unos minutos —y colgué la llamada.

Firmé unos papeles que mi asistente me dio, preparé todo lo que tenía que hacer y le di las indicaciones de lo que debía de hacer para con los proveedores.

Bajé al estacionamiento y emprendí mi corto viaje a la calle que me había dicho el pelinegro. Que ganas de tener que ir hasta allá.

Al llegar me di cuenta de que era una especie de bodega, y estaba junto al río, le marqué al pelinegro, pero no me contestó y en su lugar apareció un hombre rubio, quien me dijo que entrara y que adentro estaba Michael. Por supuesto que estaba arrepentida de estar ahí y lo único que hice fue enviar mi ubicación en tiempo real a Andrew y a Liam.

Me metí con mucho miedo y no había nada, excepto una TV pegada a la pared.

Empecé a sentir sueño, hasta que mi vista se tornó oscuro por completo.

No tengo idea de cuanto tiempo estuve inconsciente, pero si sé que al despertar, estaba atada de manos, sentada frente a esa ventana, mi mochila estaba quemada junto con mis cosas en una esquina de la bodega.

—Tranquila, cariño —me habló un hombre con pasamontañas— Todo estará bien.

—Hola, querida —escuché que alguien habló detrás de mi— Pensé que no vendrías.

—¿Quién carajos eres? —me giraron esos tipos y vi a una mujer muy bien vestida.

—Oye, oye, oye —hizo una seña con el dedo en forma de negación— Sé más respetuosa conmigo, yo no te estoy insultando.

Y sentí un golpe en las costillas, ella dijo que entre más déspota fuera, iban a ser más fuertes los golpes.

—Bueno, te decía que qué bueno que vienes —sonrió— Hoy en la mañana mientras tomaba mi café y veía a Michael, pensé ¿Cómo puedo llevar acabo mi plan?— Y llegaste a mi mente —asintió— Siempre has estado en mi mente, pero ese no es el punto.

—¿Entonces?

—¿Qué sentirías si te digo que Michael todo el tiempo ha estado jugando contigo?

—Ya me lo dijo —suspiré— Y no fue agradable escuchar que perdí mi tiempo con él.

—No me refiero a eso —bebió de una taza— Si no que él todo tiempo supo que aquel hombre no era tu padre, él sabe la verdad sobre ti, ¿y te dijo algo? ¡No!, se calló y te vio sufrir cada vez que le decías algo. Pero no solo eso, sino que conoce a tu verdadera familia.

Ruleta de SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora