Capítulo VI

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Michael Baltimore

Dicen que la costumbre se hace ley, en mi caso, el gusto se hace adicción y el Whisky es algo que no podré dejar a menos que me muera. Y para calmar mis nervios, ya me había tomado 3 tragos de ese Whisky especial que tenía guardado para momentos importantes.

Admito que ir a esa estúpida gala era por compromiso, ya que en realidad lo único que quería era estar en casa comiendo palomitas y viendo alguna tonta película en la TV, además de estar cuidando de Laura.

—¿Ya estás lista? —le pregunté a Sam.

—Así es —salió por el pasillo— Vámonos.

—Ya era hora —suspiré.

Dejé el vaso en la barra y tomé las llaves del coche, salimos de su departamento y bajamos al estacionamiento. El automóvil que buscamos era un BMW X5 M, de color blanco, que a mi gusto era hermoso.

El trayecto hasta aquel lugar era corto, pero igual aburrido y tedioso por el tráfico que hay a esa hora.

Conforme avanzamos, sentía un olor a hipocresía, interés y presunción de bienes por todos los invitados, algo que de verdad aborrezco.

Al llegar, todo el ligar estaba muy bien iluminado, le di las llaves al chico del valet parking, bajamos y entramos en el recinto, donde la mayoría de la gente nos conocía y en tan solo 5 minutos de haber llegado, yo ya no quería estar ahí.

—Buenas noches —nos saludó Henry Marks, un socio de Samuel, que a mi nunca me ha agradado— Señorita Baltimore —la saludó con un beso en la mejilla- Señor Baltimore.

—Buenas noches.

—Es un gusto que nos acompañen hoy —sonrió.

—No tanto —Sam me dio un golpecito en el brazo y me le quedé viendo— Es parte del trabajo y debíamos estar aquí.

—Que amargado te has vuelto, Michael —rió.

—Tengo cosas más importantes que atender que estar haciendo amigos o hablando cosas de la gente —se quedó en silencio— Los dejo, necesito un trago.

Ese tipo había sido el primero en criticar mi regreso a la empresa y fue quien mandó a la prensa a estarnos entrevistando para tener algún tipo de información. Samuel ha sabido mantenerlo a raya, pero yo no puedo, de tan solo verlo, hace que me den náuseas.

Le pedí una copa de champán a un mesero, me lo dio y seguí con mi vida en ese lugar.
Todos en ese lugar presumen de lo que tienen, lo que hacen, a donde van de vacaciones, que comen y que cagan; todo eso me estresa, de verdad que no entiendo que carajos hago ahí.

Pasó una hora, y toda la familia estaba reunida ahí, con Charles acompañado inesperadamente por mi asistente, Alana.

Samuel se reía de nosotros, y de la gente, porque era evidente que no podíamos aguantar la presión de esa estúpida sociedad, porque de alguna manera, pertenecemos a un rango mayor al de los demás, y por ende, tenemos que mantener ese aire de superioridad como la mayoría, sin embargo, la educación que Samuel nos inculcó y la moral que hemos desarrollado a lo largo de nuestra vida, nos impide seguirle el juego a los demás y evitar la alienación social.

Ruleta de SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora