Soy persuasivo

590 31 0
                                    

Aiden 

Los ojos de Lucy me miran incrédulos. Presentarme en el trabajo de Lucyha sido un movimiento arriesgado, lo reconozco, pero ha sido lo único quese me ha ocurrido para volver a verla. Por la forma en la que todo el mundome mira, soy consciente de que acabo de meterme en la boca del lobo, y esque estoy nada más y nada menos que en las oficinas de una de las revistasfemeninas más exitosas del país, una de esas revistas que no hacen más quepublicar cosas sobre mis hermanos y sobre mí y que se dirigen a nosotroscomo Los highlanders de Nueva York por nuestro origen escocés. No medesagrada dicho sobrenombre, es potente en cuestiones de marketing, sobretodo ahora que los highlanders están de moda. Técnicamente no somoshighlanders auténticos porque nacimos en Manhattan, pero papá sí que loes; Andrew MacKinnon nació en las Highlands, en un pueblo recónditorodeado de montañas. Se mudó a Nueva York cuando su padre, es decir, miabuelo, decidió abrir un pequeño bufete de abogados en Manhattan. Dichobufete, se convirtió en un imperio. A pesar de no ser escoceses como tal,todos nosotros nos sentimos estrechamente conectados con Escocia y elpasado de nuestro clan. Es más, usamos el emblema del clan comomatasellos del bufete y pasamos todos los veranos en la casa familiar de lasHighlands.La cuestión es que soy consciente de que presentarme por voluntadpropia a una revista de tendencias y cotilleos que vive de los errores yexcesos de tipos como yo, no es lo más inteligente que he hecho en mi vida.Con una sonrisa paciente dibujada en la cara, espero a Lucy, que sale dela sala donde está y se acerca a mí en grandes zancadas que resuenan sobreel suelo de linóleo azul de la oficina.—¿Qué haces aquí? —Suena exhausta, a causa de la carrera que se hamarcado para llegar rápido hasta donde estoy.—Necesito hablar contigo.—Podías haber llamado.—Lo sé, pero estaba convencido de que, de haberlo hecho, me hubierasdado largas, así que he optado por un método más persuasivo.Mis palabras surten el efecto deseado, porque abre los ojos de formadesmedida.—¿Un método más persuasivo para qué? ¿Qué es lo que quieres? —pregunta de forma directa.—¿Podríamos hablar en tu despacho? En privado.Una medio sonrisa se dibuja en sus labios.—No tengo despacho, todos trabajamos en el mismo espacio. —Señalalas mesas que ocupan la zona central—. Y no puedo recibir visitaspersonales en horario laboral.—Bueno, puedo quedarme aquí todo el tiempo que haga falta hasta quetermines la jornada —Me siento en el sofá de terciopelo rosa que hay frenteal mostrador de recepción y saludo con una sonrisa a las chicas que acabande salir del ascensor y que me miran como si fuera una aparición divina.—Termino a las seis. —La impaciencia es patente en la voz de Lucy. Susfacciones dulces destilan cierta amargura.—Tranquila, te espero. He anulado todas mis citas para hoy y tengolectura para rato. —Señalo las revistas de meses anteriores dispuestas enuna mesa baja frente al sofá. Me he marcado un farol como una casa,porque tengo reuniones a tutiplén, pero no se me ocurre otra forma deconseguir mi objetivo.Todo el mundo nos mira y se siente incómoda. Lo noto.—Está bien —masculla entre dientes Mira a la recepcionista—. Hannah,necesito la sala de reuniones pequeña durante diez minutos.—Hannah, que sean veinte —corrijo yo con un guiño de ojos.Hannah sonríe y Lucy me atraviesa con la mirada por mi atrevimiento.Atravesamos la planta hasta llegar al otro extremo en el que hay distintassalas acristaladas. Me hace pasar a la más pequeña y señala una de las sillasque rodean la mesa para que me siente. Eso hago. Ella ocupa otra frente amí.—¿En qué puedo ayudarte, Aiden?—Quiero que te replantees la decisión de tener un hijo conmigo.Aunque intenta evitarlo, se le escapa una risita.—Perdona, es que dicho en voz alta ha sonado... —Se da unos segundospara buscar la palabra adecuada—. ¿Raro?—Es raro de cojones, lo admito —digo sin andarme con rodeos—. Peroquiero hablar las cosas tal y como son, sin eufemismos ni nada que puedagenerar malentendidos. —Coloco los codos sobre la mesa y entrelazo misdedos—. Lucy, ayer dijiste que no aceptabas, en parte, por mi estilo de vida.Sé que no tengo buena fama por cosas que hice en el pasado, y tú, comoredactora de una revista que se dedica a escribir sobre personajes como yo,debes conocer todos y cada uno de mis pecados, pero debes saber que ya nosoy esa persona. Durante un tiempo fui mi peor versión, fui autodestructivo,hice cosas de las que me arrepiento cada día de mi vida, pero ya he dejadotodo eso atrás. Tú debes saberlo, ¿a que hace tiempo que no habláis de míen vuestra revista?Sus ojos me estudian con atención. Está sorprendida. Sé que no seesperaba una explicación tan sincera como la que acabo de darle, pero esque quiero poner todas las cartas sobre la mesa.—Aiden, no tienes por qué contarme todo esto —dice negando consuavidad—. No voy a juzgarte por cosas que hiciste en el pasado. Lo siento,ayer fui una auténtica idiota al darte esa explicación y largarme, pero mesentí... abrumada.—Lo entiendo.—La verdad es que ese no es el único motivo de mi negativa. Era el másfácil de explicar, pero no el único. Pensé que lo aceptarías sin problemas yque me sustituirías rápidamente por otra candidata. Pero hay otra razón quepesa más que esa.La miro sorprendido.—¿Cuál?—Eres rico. —Sus palabras me dejan sin aliento. ¿Qué?—¿Tu gran inconveniente en todo esto es el dinero que consta en micuenta corriente? —No puedo evitar arrugar el entrecejo.—Yo no lo diría así, pero... sí. Ese dato me parece relevante.—No lo entiendo —Me rasco el mentón contrariado—. ¿Desde cuándoel dinero es un inconveniente y no una ventaja?—Desde que tú tienes mucho y yo poco.—Sigo sin ver el problema.—¿Cómo demonios vamos a criar a un crío a caballo entre dos mundostan distintos como los nuestros? ¿Los lunes cena caviar con ostras en tucasa y el martes pizza recalentada en la mía?—A mí me gusta la pizza recalentada.—¡Solo era un ejemplo! Lo que quiero decir es que sería muy caóticopara un niño lidiar con algo así. Por no contar con lo imposible que seríapara mí, a nivel adquisitivo, financiar a mi hijo todos los lujos a los que túestás acostumbrado.La miro boquiabierto. Hasta este momento no había caído en esto. Yahabía supuesto que Lucy tenía un sueldo medio, pero no había dadoimportancia a su economía porque pensaba que, dado el caso, yo podríaencargarme de los gastos del niño. Tiene razón, tengo dinero, mucho dinero.No solo por los millones anuales que gano en el bufete, sino por elfideicomiso que me dio mi padre al cumplir la mayoría de edad y que tengorepartido en diversos fondos de inversión.—Pero todo eso son detalles, Lucy, podemos llegar a un acuerdo. Dadoque tengo más ingresos que tú, veo lógico que aporte mucho más.—No me sentiría cómoda con eso. —Niega enérgicamente con lacabeza.—¿Por qué?—Empecé a trabajar a los dieciséis en el cine de mi pueblo sirviendopalomitas para ser económicamente independiente. No quiero ser unamantenida.—Pero no lo serías tú, lo sería nuestro hijo —digo con exasperación,pues esta chica es más terca de lo que había esperado.Lucy vuelve a negar con la cabeza, pero esta vez con un movimientosuave.—Lo siento, Aiden, pero no soy el tipo de mujer que podría aceptar algoasí sin sentirse culpable. En todo caso, ¿por qué insistes tanto? Podrías tenera cualquiera, ¿por qué yo? ¿Soy algún tipo de desafío por haberte dicho queno?Dibujo una sonrisa lenta sin llegar a responder. Yo pensaba que sí, queesta necesidad de convencerla se debía sobre todo a mi poca tolerancia a lanegativa ajena, pero no, hay algo más. No es solo un desafío. Es... otracosa.—Te quiero a ti porque creo que este pacto entre tú y yo podríafuncionar. Me gustas, Lucy, eres una mujer con las ideas claras y eso nosiempre es fácil de encontrar, además, no eres mi tipo por lo que no tendríaproblemas para mantener nuestra relación en un plano meramente amistoso—digo yo, aunque en mi interior esta última afirmación no suena del todoconvincente. Quizás sea porque no puedo dejar de pensar en lo carnosos ysensuales que son sus labios, labios que, por cierto, se entreabren en estemismo instante en una mueca enigmática.—A pesar de que me siento muy halagada por no ser tu tipo —dicelanzándome una mirada irónica—, creo que los motivos que he expuestosiguen siendo suficientemente importantes como para mantener minegativa.—No digo que no seas una mujer atractiva, es solo que... —intentoretractarme.—Ya, ya, no tienes que darme explicaciones —dice ella cortante—. Nosoy tu tipo, lo he captado, tampoco es algo que me vaya a quitar en sueño.Bueno, quizás no haya sido el movimiento más inteligente de mi vidaexpresarme así.—¿No hay nada que pueda decir o hacer para que cambies de parecer?—pregunto, sintiendo como las esperanzas empiezan a esfumarse.—Creo que no. Lo siento de veras.No insisto. Soy persuasivo, pero no un acosador, y si una mujer te diceque no, es que no. Me levanto, saco una tarjeta del bufete con mi número deteléfono de la cartera y se la tiendo.—Si por algún motivo al final reconsideras tu opinión, no dudes enllamarme.—De acuerdo, aunque no creo que pase. —Coge la tarjeta y me dedicauna sonrisa llena de calidez—. Te acompaño hasta la salida.—No hace falta, me sé el camino.Le guiño un ojo, me despido de ella con un movimiento de mano y memarcho de aquí.

Entre Leyes y Latidos (Libro 1: Saga Vínculos Legales) (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora