Oportunidades...

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Lucy 

Sigo con la mirada a Aiden hasta que desaparece de mi campo visual. Nosoy la única que lo hace; ha revolucionado a todas las mujeres (y loshombres) de la redacción.Entre mis manos, las letras plateadas de Mackinnon & Asociados, elnombre del bufete de abogados que aparece en la tarjeta que Aiden me hadado, brillan bajo la luz artificial de los fluorescentes. Es bonita, tan bonitaque mi primer impulso es guardarla dentro de la cartera. Sin embargo, trasmeditarlo unos segundos, cambio de opinión. Tener el contacto de Aidencerca es una tentación que prefiero evitar, así que decido romperla entrocitos pequeños y tirar dichos pedazos a la basura. Eliminada la tentación,eliminado el problema.Al salir de la sala, paso a convertirme en el centro de atención. Todos memiran entre fascinados y curiosos, todos excepto Sasha, que arruga la narizcomo si acabara de oler algo desagradable y apestoso como un vestuariomasculino en plena pubertad.En silencio, me dirijo hacia mi mesa. Nada más ocupar la silla, Laura, lachica que se sienta enfrente y con la que me llevo bastante bien, tarda unafracción de segundo en hacerme la pregunta que, con total seguridad, escompartida por todos:—¿Se puede saber de qué conoces a Aiden MacKinnon?Un silencio sepulcral se hace a mi alrededor. Todos esperan mirespuesta. Todos. Incluso Sasha con su falsa indiferencia.—No lo conozco —respondo de forma escueta.—¿Y por qué ha venido aquí? —Noto la mirada de todo el mundo puestaen mí—. ¿Estáis liados? —insiste.—¿Qué? Por supuesto que no. Si lo estuviera, traerlo aquí no sería unaopción muy inteligente, ¿verdad?Mis palabras parecen convencer a todos, porque dejan de acosarmevisualmente y puedo empezar a trabajar. No obstante, mi encuentro conAiden se convierte en el cotilleo a comentar en todos los corrillos.Me paso la mañana elaborando un artículo para la revista en formatodigital, lo envío a corrección y antes de que pueda marcharme a almorzar elsándwich de pollo y queso que he comprado en la cafetería de siempre,Avery me llama a su despacho.—¿Es cierto lo que dicen por ahí? —me pregunta cuando ocupo elasiento que hay frente a su escritorio.Supongo que se refiere a lo mío con Aiden. Podría hacerme la tonta yfingir que no sé de qué habla, pero ese no es mi modus operandi. Además,ir de tonta con Avery, mi jefa, no es una opción. Es demasiado intuitiva.—Aiden MacKinnon ha venido a la redacción para tratar conmigo untema personal. Sé que no debería recibir visitas en horario laboral, pero...—Eso no importa. —Avery zarandea la mano como si apartara unmosquito—. En realidad, estoy sorprendida. No sabía que conocieraspersonalmente a un MacKinnon.—Bueno, no es que lo conozca como tal... —Los ojos azules de Averyme escrutan con intensidad—. Es complicado.Avery es esa clase de mujer que irradia seguridad en sí misma sinnecesidad de esforzarse. Tiene las ideas claras y habla de forma directa.Debe rondar los cincuenta, pero se mantiene en forma. Lleva el pelomoreno muy corto, en un peinado moderno, y viste de una forma elegantepero informal. Siempre he pensado que es mi modelo a seguir para elfuturo.—Lucy, no necesito conocer la naturaleza de vuestra relación. Entiendoque existe un ámbito privado y lo respeto, pero no sería muy inteligente portu parte no aprovechar los contactos que tienes dentro de la familiaMacKinnon...—Oh, no tengo contactos ni mucho menos —corro a explicar—. Solo loconozco a él y no mucho.—Yo solo digo, Lucy, que si yo fuera tú aprovecharía eso en mi propiobeneficio. —Su voz suena suave pero firme.—¿Cómo?—Hace tiempo que en Pink Ladies queremos escribir un reportaje sobreLos highlanders de Nueva York, pero digamos que los susodichos no hansido muy receptivos con la idea.Al comprender lo que me sugiere abro mucho los ojos y la boca:—Creo que has malinterpretado el nivel de influencia que tengo respectoa Aiden. No somos amigos, dudo que pueda convencerle de hacer algo asísi él no quiere. Por no hablar de sus hermanos. Ni siquiera los conozco.—Inténtalo —dice ella con determinación—. Inténtalo y, si lo consigues,te prometo que tendrás tu recompensa.Me dejo seducir por sus palabras.—¿Recompensa? ¿Qué tipo de recompensa?—¿Qué te parecería tener una columna propia dentro de la revistaescrita?—¿Una columna con mi nombre? —pregunto anonadada, porque unacolumna propia es la culminación de la carrera profesional de cualquierredactora en una revista como esta. ¡Sería como Carrie Bradshow de Sexoen Nueva York! Bueno, sin su estilo ni sus Manolo Blahnik.—Eso es. Si consigues el reportaje, tendrás una columna con tu nombre.Salgo del despacho de Avery tras prometerle intentarlo. Dudo que loconsiga, pero no puedo dejar pasar una oportunidad como esta sin al menosprobar suerte. Lo primero en lo que pienso cuando llego a mi mesa es en latarjeta que Aiden me ha dado con sus datos. La necesito; si pego lospedazos seguro que puedo leer el número. Me levanto, me dirijo a miobjetivo y descubro aterrada que la señora de la limpieza está en la sala. Ay,Dios, espero que no haya vaciado la papelera. Me dirijo corriendo hacia allíy compruebo con horror que sí lo ha hecho. Le pregunto a la señora dondeestá el contenido y me señala la enorme bolsa que hay en su carrito.—Lo siento, cielo, dudo que puedas encontrar nada ahí. Debe habersemezclado con la basura de las demás papeleras.Yo también lo dudo.Con todo el dolor de mi corazón vuelvo a mi mesa y me maldigo por misdecisiones sensatas. ¿Qué me costaba guardar la maldita tarjeta duranteunas horas más?Como no me queda otra opción, decido recurrir a la página web delbufete y llamar al número de teléfono que aparece. Me responden enseguiday me pasan con su secretaria, una tal Kim que, cuando le pido hablar conAiden, me responde con un tono bastante condescendiente:—Lo siento, el señor MacKinnon solo recibe llamadas de sus clientes.—Solo serán cinco minutos —insisto—. Dígale que Lucy Coopernecesita hablar con él.—Ya le he dicho que no es posible. Puedo pasarle con uno de susayudantes si desea.—Es con él con quién necesito hablar —Resoplo—. Nos hemos vistoesta misma mañana y me ha dado una tarjeta con sus datos de contacto,pero la rompí por error.—La rompió por error —repite con escepticismo.—Es una historia muy larga.No me cree, y no la culpo, ¿quién en su sano juicio rompe por error unatarjeta de visita?—Señorita, ¿sabe cuántas mujeres llaman a diario para hablar con AidenMacKinnon? Decenas. Y todas aseguran conocerlo. Es un hombre conmuchas admiradoras. Tengo indicaciones muy precisas para estos casos.—Pero yo no soy una admiradora.—Todas dicen lo mismo. —Hace un breve silencio—. Lo siento. —Y,con estas palabras, da por acabada la conversación.Oh, mierda. Necesito hablar con Aiden, pero ¿cómo?

Entre Leyes y Latidos (Libro 1: Saga Vínculos Legales) (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora