Me podría acostumbrar

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Aiden 

Dos días después de llegar a Los Hamptons, estoy sentado en la isla de lacocina mientras Lucy prepara la cena. Lleva puesta una de mis camisetas,que le llega hasta la rodilla, y está adorable. Sus pies desnudos se deslizancon suavidad por el suelo de madera como si danzara.—¿Seguro que no quieres que te ayude? —pregunto yo, que debo haberhecho esta pregunta un millón de veces desde que ha sugerido encargarseella.—Que no, pesado. Me apetece cocinar, de verdad.—¿Se te da bien?Ella se encoge de hombros, corta unas verduras y las introduce en unasartén.—Me defiendo. De pequeña, cuando papá llegaba tarde a casa, cocinabayo.Asiento, siendo consciente de lo distintas que fueron nuestras vidas, apesar de que ambos crecimos sin una figura materna. Cuando mamá se fue,papá contrató a Tati, una mujer de origen mexicano que se encargó de todo.Limpiaba, cocinaba, nos cuidaba.... Tati era amor puro, lástima quedecidiera regresar a su país y dejarnos, aunque esperó a que Dean semarchara a la universidad para hacerlo.No le cuento esta historia a Lucy. Una parte de mí se avergüenza dehaber tenido una vida tan fácil. Sé que no debería sentirme así, que uno nodecide en qué familia nacer, pero eso no cambia las cosas.Lucy abre un armario, se pone de puntillas y coge un tarro que hay enuna de las baldas más altas. La camiseta sube hasta la parte alta de susmuslos. Una sonrisa boba se dibuja en mi rostro al observar la escena. Dios,es tan adorable. Tan bonita. Tan... tan Lucy.Un hormigueo se expande en mi estómago y lo llena de mariposascalientes que campan a sus anchas. Ella percibe mi mirada, porque se gira,me observa y sonríe. De repente, las mariposas desaparecen y en su lugaraparece un huracán que remueve todo a su paso.—Deja de mirarme así.—¿Así cómo?—Como si fuera comestible.—Es que lo eres.Me lanza una mirada coqueta, se gira de nuevo hacia los fogones yremueve el contenido de la sartén. Lleva el pelo recogido en un moñodespeinado y unos mechones rebeldes danzan en el aire.  Me acerco y la tomo por la cintura y sin pensarlo dos veces la guio hasta el ventanal grande que esta cerca a la cocina que da justo al patio, tomo de los extremos la camisa que traía puesta y se la saco no traía ropa interior hago que se apoye contra el ventanal. Gime con fuerza cuando la penetro de un solo golpe. El frío vidrio del ventanal hace que sus pezones se endurezcan, gime más fuerte cuando mis dientes muerden el área sensible de su cuello. -Shh, nena- me susurra- alertarás a todos los vecinos- Sonríe -No me importa- Chillo, cuando azota sus nalgas. Mis embestidas son duras y salvajes, mi pene se entierra en lo más profundo de mi coño, tocando mi punto de placer. -¡Ah!- gimo- ¡Si, si! ¡No te detengas!- Aumento el ritmo de mis embestidas, sus caderas golpean contra el vidrio. 

Durante unos segundos, un pensamiento invade mi mente. Pienso en lofácil que sería acostumbrarme a esto, a tenerla siempre así, conmigo,cocinando para mí, haciéndome compañía. La imagino en mi piso de LaQuinta Avenida, en mi cocina, preparándome la cena tras un polvoantológico. El pensamiento me produce un tirón en el estómago, comocuando bajas por una pendiente enfilada en una montaña rusa. Vértigo,emoción.Espanto el pensamiento y vuelvo a centrarme. Me digo que estepensamiento es fruto de la complicidad que ha nacido entre nosotrosdurante estos dos días. Dos días de sexo a todas horas, de paseos a la orilladel mar y de chapuzones nocturnos en la piscina climatizada. Además, Lucyes una persona de trato fácil. Convivir con ella es tan sencillo como respirar.Sonríe mucho, es buena conversadora y no invade en exceso el espaciopersonal de los demás.Un cuarto de hora más tarde, la cena está lista.—¿Preparas tú la mesa?Pongo los cubiertos sobre la isleta, abro una botella de vino tinto y ellasirve dos platos llenos de un revuelto de verduras y pollo que huele demaravilla. Pruebo un bocado y admito que está delicioso.—Tenía ganas de comer algo saludable después de dos días a base depizza, galletas y helado —dice, haciendo referencia a nuestro menúimprovisado de estos dos días.Yo sonrío.—Bueno, señorita, debes admitir que en las últimas horas nuestraalimentación no ha sido una prioridad.Nos miramos a los ojos, recordando lo mucho que hemos disfrutado eluno del otro estas últimas 48 horas. Pensé que al acostarme con ella latensión sexual que nos sobrevolaba desaparecería un poco, pero ha sucedidojusto lo contrario. Me he vuelto un adicto al sexo. Cuando estoy dentro deella no quiero que el momento termine nunca y, cuando no lo estoy, memuero de ganas de volver a estarlo. Así de bueno es el sexo con Lucy.Charlamos de todo un poco mientras comemos y, en un momento dado,un trozo pequeño de pimiento se queda atascado en la comisura de su labio.Con la excusa de limpiárselo, la beso. Beso sus labios despacio,saboreándolos. Dios, cuánto me gustan sus malditos labios. Me gustan tantoque se me ha puesto dura con solo un beso. Meto una mano bajo sucamiseta en busca de su humedad. Sonrío al comprobar que no lleva bragas.Ella gime.—Señor MacKinnon, es usted insaciable —ríe Lucy cuando la cojo entremis brazos, aparto los platos y la instalo sobre la isla para penetrarla sinperder un segundo de nuestro tiempo.—Culpable de todos los cargos —admito enterrándome en su interior.Ella gime.Yo jadeo.Y mientras volvemos a perdernos en nuestro placer, el mismopensamiento de antes vuelve a inundar mi mente: Sí, sería fácilacostumbrarme a esto.

Entre Leyes y Latidos (Libro 1: Saga Vínculos Legales) (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora