«En Manhattan también mueren los sueños»

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Lucy 

Siempre he querido ser madre. En tercero tuvimos que hacer una redacciónsobre lo que queríamos ser de mayor y no tuve dudas a la hora de escribir lamía. Sabía que podía cambiar de vocación mil veces antes de decantarmepor una, sin embargo, estaba convencida de que mis ansias por ser madrenunca desaparecerían. Sé que hay mujeres que no entienden este deseoporque nunca lo han sentido en su piel. Chloe, sin ir más lejos, más de unavez me ha manifestado su indecisión sobre la maternidad. Ella nunca me hajuzgado a mí, al igual que yo nunca la he juzgado a ella. Al fin y al cabo,todas las personas somos únicas e intransferibles y tenemos deseos ypulsiones que nos hacen transitar por caminos distintos. Y mi deseo másíntimo e importante, mi pulsión primogénita, es la maternidad.Me sueno por enésima vez en un pañuelo de papel antes de desecharlosobre la montaña de pañuelos de papel que inundan la mesita de centro delsalón. Estoy sentada en el sofá, hecha un ovillo, con una manta de ositosrosas por encima. Han pasado cuarenta y ocho horas desde que me dieron lafatal noticia. Cuarenta y ocho horas en las que prácticamente no he podidopegar ojo pensando en lo fácil que una vida puede desmoronarse.El timbre del apartamento suena y como acto reflejo miro la hora en elmóvil. Son las cinco y media de la tarde. Tengo un centenar de mensajes enel móvil y una decena de llamadas perdidas que no pienso responder. Ayerpor la mañana llamé a la redacción para decirles que me encontraba mal yque estaría unos días sin poder ir al trabajo. Desde entonces me he quedadoaquí, en el sofá, vegetando con un pijama de felpa que ha vivido tiemposmejores.Vuelven a llamar al timbre con insistencia. Sea quien sea quien estédetrás de la puerta, no tiene intenciones de irse. Hago una mueca dedisgusto y me levanto del sofá con desgana. Por unos instantes pienso quequizás es Aiden, pero este pensamiento se desvanece el tiempo que tardo enrecordar su cara de decepción antes de marcharse de aquí. A pesar de saberque hice bien, no puedo evitar que duela. Duele porque durante unas horasrocé la felicidad con la punta de los dedos.Abro la puerta y una Chloe de ceño fruncido se enfrenta a mí. Pareceenfadada y sus ojos marrones me taladran como si quisiera abofetearme conellos. Lleva puesto un vestido negro con un pañuelo rojo enrollado a sucuello, a conjunto con sus labios.—¿Se puede saber dónde te habías metido? Llevo dos días intentandohablar contigo.—Estoy enferma —digo, volviendo a sentarme en el sofá.—¿Enferma? —Planta una mano sobre mi frente y niega con la cabeza—. No tienes fiebre. Y por lo que veo, tus manos parecen funcionarperfectamente, por lo que no hay ningún motivo real por el que no hayaspodido responder al móvil estos días. —Señala las manos con las que acabode sacar un nuevo pañuelo de papel—. ¿Qué te pasa?—No me encuentro bien. —Mi mirada de gatito de Shrek no despiertaen ella ninguna compasión.—¿Qué síntomas tienes?—Ummm... Tengo malestar general —miento sobre la marcha—, dolorde cabeza, la tripa revuelta, palpitaciones.—Entiendo... —Se frota la barbilla como si meditara—. Creo que tengoel diagnóstico: cuentitis aguda.—Chloe... —empiezo a decir con intención de explicarme.—No me cuentes ninguna milonga, quiero que me digas qué te pasa deverdad —me corta ella muy preocupada.Como respuesta, me levanto del sofá, cojo el informe de la clínica defertilidad y se la tiendo a Chloe. Ella la lee con una ceja levantada.—¿Qué significa esto? —pregunta ella tras varios minutos de silencio.—Que no voy a poder quedarme embarazada.Sus ojos se abren de forma desmedida.—¡¿Qué?!—No voy a poder tener hijos, Chloe. —Mi voz se quiebra y, una vezmás, unos lagrimones enormes empiezan a descender por mis ojos, a causade la cruda realidad.Chloe no dice nada, al igual que yo parece haberse quedado en estado deshock. Se sienta a mi lado y yo me cuelgo de su cuello, empapándole laparte superior del vestido. Ella se limita a acariciarme el pelo y a dejarmellorar. Me desahogo una vez más entre sus brazos, aunque sé que no será laúltima vez que llore por esto. Cuando te roban un sueño lo único que tequeda es llorar por él.Cuando ya no me quedan más lágrimas por derramar, al menos, porahora, me enjuago los ojos con las mangas y me separo de ella para podermirarle a la cara y explicarle todo lo que la doctora Phillips me dijo sobremi problema de infertilidad. Desde que eso hace prácticamente imposible laconcepción hasta la inutilidad de la reproducción asistida para mi caso.Cuando termino, su cara es un poema.—¿Y no hay nada que se pueda hacer?—Como no me prestes tu útero...Ella me mira con atención—Si lo quieres es todo tuyo.—Bromeaba —digo esbozando una sonrisa. Que Chloe esté dispuesta aquedarse embarazada por mí, me parece muy dulce.—Vale, vale, pero si cambias de opinión, mi útero es tuyo.—Te lo agradezco, pero no será necesario.Chloe se muerde el labio, indecisa.—También existen otras opciones, cielo. Siempre puedes adoptar.Asiento. Esto es algo en lo que he pensado estas últimas horas, pero deuna forma difusa, sin concretar, pues aún no me he hecho a la idea de queno podré tener un hijo propio.—Sí, supongo que es una opción —admito.—¿Y qué opina Aiden de esto?Cuando Chloe menciona el nombre de Aiden algo dentro de mí sequiebra una vez más. Hace dos días era la mujer más feliz del mundo antela posibilidad de empezar una relación con él. Y ahora... ahora no tengonada.—No opina nada, porque no lo sabe.—Pero en algún momento se lo tendrás que decir.Niego con la cabeza.—No, no voy a implicarle en esto, Chloe. No se lo merece. Lo he dejadoir.Sus cejas se arrugan.—¿Qué quiere decir que lo has dejado ir?—Ayer vino a verme y corté mi relación con él —digo, notando como unnudo dentro de mi estómago se aprieta más y más hasta que me cuestarespirar.—Pero ¿por qué hiciste eso? —me pregunta exasperada, con los ojosmuy abiertos.—Porque Aiden desea ser padre más que nada en este mundo, unarelación conmigo le haría infeliz, ¡yo no podría darle hijos!—Pero esa decisión no te pertenece, esa decisión es suya —me espeta.Yo me limito a negar de forma automática.—Lo nuestro no funcionaría, Chloe. Quizás lo haría durante un tiempo,sí, pero tarde o temprano empezarían los reproches por no poder ser padresy lo acabaríamos dejando. Prefiero ahorrarme ese sufrimiento. Yahorrárselo a él.—Pero eso es una suposición, no puedes predecir algo que no hasucedido. Por no hablar de lo cobarde que me parece tu actitud. Prefieresprevenir el sufrimiento futuro antes que arriesgarte.Sus palabras me duelen como puñales clavados en mis entrañas.—Es una suposición muy realista, Chloe, y no creo que sea cobarde porintentar parar las cosas antes de que vaya a más. ¡Ni siquiera tenemos unarelación como tal!—Pero tú estás enamorada de él. —La rotundidad con la que dice estono deja lugar a la duda, y yo tampoco voy a contradecirla porque sí, tienerazón, estoy enamorada de Aiden.Sé que el amor es algo que se construye de forma sólida con el paso deltiempo, pero hay ocasiones en las que conoces a alguien que hace saltar loslímites temporales hasta reducirlos a un número sin importancia.—Sí, estoy enamorada de él, y por eso mismo creo que pararlo ahora esuna buena decisión. Quiero que sea feliz y conmigo no sería feliz.—Eso no lo sabes.—Sí que lo sé. Él quiere ser padre.—Mira que eres cabezota... —murmura tras soltar un resoplido.—Pero me quieres —le recuerdo.—Pero te quiero —acepta ella con una sonrisa.Y tras un abrazo, me convence para pedir comida china con la intenciónde asegurarse que voy a comer algo antes de irme a la cama.Un par de horas más tarde, se marcha. Me sugiere pasar la noche aquíconmigo, pero yo declino su ofrecimiento. Se lo agradezco, pero necesito lapaz y la tranquilidad que solo puede otorgarme la soledad.—Tu primera columna en Desde Manhattan con amor debería hablar deesto —me dice Chloe justo antes de salir de casa—. Seguro que hay másmujeres en tu misma situación y leer algo en primera persona les hará asentirse acomapañadas y representadas. La infertilidad sigue siendo un tematabú. —Me da un beso y se va escaleras abajo.Pienso en ello un buen rato. Avery me sugirió que diera un aire personalal artículo de la columna, ¿y qué mejor manera de presentarme a la genteque hablando de mi parte rota?Voy a mi habitación, cojo el portátil y empiezo a teclear. ¿El título? Creoque tengo uno perfecto: «En Manhattan también mueren los sueños».

Entre Leyes y Latidos (Libro 1: Saga Vínculos Legales) (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora