Tenemos un pacto

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Lucy

 Me ajusto la gabardina negra sin dejar de mirar la puerta del edificio dondese ubica el bufete de abogados MacKinnon & Asociados. Después de queayer la secretaria de Aiden frustrara mis intentos de hablar con él porteléfono, he decidido intentar hacerlo en persona, ¿el problema? Que nadamás preguntar por Aiden en recepción, la chica que estaba tras el mostrador,me ha dicho, lanzándome una mirada súper desconfiada, que Aiden noaceptaba visitas que no estuvieran concertadas por cita previa. Le hepreguntado qué debía hacer para concertar una de esas citas y me harespondido que esperar, porque tiene la agenda ocupada hasta diciembre, yestamos a enero.En fin, parece ser que ver a un MacKinnon es prácticamente imposibleen este bufete. Así que, aquí estoy, esperando que Aiden salga por la puertadel edificio en algún momento para abordarle. Llevo esperando tres horas,hace un frío del infierno y el portero del edificio me mira con recelo,supongo que preguntándose qué diantres hago aquí plantada. Además, estoynerviosa. No tengo ni idea de cómo recibirá Aiden mi propuesta de hacer unreportaje sobre él y sus hermanos. Tras mi rechazo, no tengo muchasesperanzas puestas en esto. Lógico por otra parte. Según Avery, loshermanos MacKinnon ya han rechazado otras veces hacer un reportaje deeste estilo, ¿por qué iban a cambiar de opinión ahora? Aiden y yo no somosamigos, ni siquiera creo que lo pueda llamar conocido, porque hemoshablado un total de dos veces.Me froto las manos recubiertas con unos preciosos guantes de color vino.Me duelen los pies horrores. Esta mañana he tenido la genial idea deponerme tacones. Por lo visto, no aprendo de los errores, dado que la últimavez que me puse unos tacones tan altos acabé con la cara enterrada en laentrepierna de Aiden. Ay, Dios, solo recordarlo se me arrebolan las mejillas.Menuda vergüenza pasé...Estoy planteándome la posibilidad de comprar un perrito caliente en unpuesto callejero que hay a unos metros de distancia, cuando lo veo salir deledificio a Aiden MacKinnon junto a sus tres hermanos. Sé que son cuatro,pero Dean, el pequeño, aún está en la universidad. De repente, me sientomuy nerviosa y un nudo se me instala en el estómago. Una cosa esenfrentarme a un MacKinnon en solitario, y la otra es tener que hacerlo conotros tres MacKinnon mirando. Es inevitable fijarme en la expectación quedespiertan a su alrededor. No me sorprende. Los cuatro hermanos separecen mucho: altos, morenos, pelo oscuro, trajes a medida y sonrisas deinfarto.Respiro con profundidad y me dirijo hacia allí.—¿Aiden?Aiden, que estaba hablando con uno de sus hermanos, entrecierra losojos y me mira visiblemente sorprendido, defendiéndose de golpe. Siemprehe pensado que los hermanos MacKinnon se parecían mucho, pero, decerca, este parecido es mucho más chocante. Nadie podría poner en dudaque son hermanos. Los cuatro son altos, atractivos y sexys.—¿Lucy? —Se pasa una mano por el pelo en un gesto perplejo—. ¿Quéhaces aquí?—Me gustaría hablar contigo —digo mirando de reojo a sus hermanosque me estudian con interés.—Eh... Sí, claro. —Una sonrisa esperanzada se dibuja en sus labios yenseguida me siento fatal porque estoy convencida de que hamalinterpretado el motivo de mi aparición—: Chicos, hoy no podréacompañaros. Luego nos vemos.Los hermanos de Aiden se despiden lanzándome miradas cargadas decuriosidad y se alejan de nosotros calle abajo. La sonrisa de Aiden nodesaparece y decido sincerarme antes de que las falsas expectativas jueguenen mi contra.—Aiden, antes de que te hagas una idea errónea de por qué estoy aquíquiero que sepas que no he cambiado de opinión respecto a lo del bebé.Su ceño se curva con suavidad.—Entiendo.—Lo cierto es que se trata de una cuestión profesional.—Ajá.—¿Podemos hablar en algún sitio?Asiente con un movimiento.—¿Te molesta si hablamos mientras comemos? Estoy hambriento, llevohoras sin probar bocado.—Al contrario, yo también me muero de hambre.Con una sonrisa me hace seguirle por un entramado de calles hasta llegara una callejuela escondida cuyo único establecimiento es un pequeñorestaurante mexicano anunciado por un cartel viejo y descolorido.—Sé que no parece gran cosa, pero aquí hacen los mejores burritos deManhattan.—Genial. Me encanta la comida mexicana —confieso a la vez queAiden retira la cortina de cuentas de la puerta y me hace pasar al interior.Se trata de un local pequeño y colorido decorado de forma típica y convarios autorretratos de Frida Kahlo. También hay una frase suya colgadasobre el mostrador: «Pies, ¿para qué los quiero si tengo alas para volar?».Como fan de Frida, enseguida me enamoro de este lugar.—Eh, Aiden, hacía tiempo que no venías —dice un chico con rasgoshispanos que se acerca a nosotros con un pequeño bloc de notas entre lasmanos.—He tenido unas semanas complicadas. —Me mira con una sonrisa yseñala al chico—. Lucy, este es Miguel, y tiene un don especial para lacocina.—En realidad quién tiene el don es Rosa, mi mujer —responde élofreciéndonos dos cartas que coge del mostrador que tiene justo detrás—.¿Os sirvo algo para beber mientras decidís qué queréis?Asentimos, pedimos una botella de agua para compartir y Miguel nosdeja a solas. Acabamos pidiendo unos burritos, quesadillas y nachos paracompartir.—¿Cómo descubriste este sitio? —digo tras comprobar que,efectivamente, los burritos están deliciosos.Aiden sonríe, dando cuenta también del suyo.—Hace un par de años Miguel y Rosa tuvieron problemas coninmigración. Eran inmigrantes ilegales, no tenían papeles y estuvieron apunto de deportarlos, aunque sus hijos sí que habían nacido aquí. Yo lesayudé. —Se encoge de hombros como si no tuviera importancia, pero yo nopuedo evitar mirarlo con asombro.—¿Y cómo pudieron pagar los honorarios de tu bufete? —preguntointrigada, pues todo el mundo sabe que el bufete de los MacKinnon es unode los más caros de Nueva York. No digo que Miguel y Rosa no se ganenbien la vida, pero parecen personas humildes.—Todos los abogados de MacKinnon & Asociados estamos obligados adestinar un tanto por ciento de nuestras horas mensuales a casos noremunerados como abogados de oficio —explica chupándose los dedosmanchados por la salsa del burrito—. A mí me tocó ayudar a Miguel yRosa, y la verdad es que fue toda una suerte porque gracias a eso conocíeste sitio y siempre que vengo me invitan a tarta de chocolate y tequila.Sonrío.—Guau, no me imagino lo bien que debe sentar ayudar a otros de formadesinteresada.—Es... gratificante. Aunque no estamos aquí para hablar de lo muchoque me gusta realizar buenas acciones. —Me guiña un ojo—. Lucy, ¿en quépuedo ayudarte?Sus ojos azules se fijan en mí con intensidad y se me acelera el ritmocardiaco. Dios, es tan atractivo que es imposible no reparar en las faccionesperfectas de su rostro cada vez que lo miro.Juego con la servilleta mientras intento poner palabras a lo que quierodecir.—Esto... Ayer, cuándo viniste a verme al trabajo, fuiste la comidilla dela oficina. Lógico, por otra parte, ya sabes que en Pink Ladies los hermanosMacKinnon gustáis mucho... El punto es que se enteró mi jefa de que tú yyo nos conocemos y ella, bueno... —Ay, Dios, realmente no nací con almapersuasiva. Avergonzada, bajo la mirada hacia mis manos—. Digamos queella me sugirió que hablara contigo para explorar la posibilidad de realizarun reportaje sobre Los highlanders de Nueva York para nuestra revista.Se hace un breve silencio antes de que Aiden intervenga.—¿Un... reportaje?Levanto la mirada para enfrentarme a sus ojos que me miran divertidos.—Ocho páginas interiores más portada —explico.—No puedes estar hablando en serio. —Se limpia las manos con unaservilleta y luego apoya los codos sobre la mesa y entrelaza los dedos. Suboca se curva con suavidad—. Somos un bufete de abogados serio, Lucy,¿de verdad pretendes que nos publicitemos en una revista para mujeres?¿Dónde quedaría nuestra credibilidad?—Pink Ladies es más que una revista para mujeres. Nos hemosesforzado mucho estos últimos años para desmarcarnos del resto depublicaciones parecidas y nuestro target lector es muy variado, además...—No necesito que me hagas una lista de las bondades de vuestra revista—dice algo áspero. Al ver que hago un mohín, suaviza el tono de su voz—.Mira, Lucy, me caes bien, por eso insistí tanto con lo de la agencia decopaternidad y por eso he aceptado hablar contigo ahora. Sin embargo, nopuedo darte lo que me pides. No concedemos entrevistas por norma, a noser que sea en medios serios o especializados. Lo siento.—Pero ¿por qué?—Porque las revistas como la vuestra ya publican suficientes mierdassobre nosotros como para darles material extra. No sabes lo molesto queresulta estar siempre en el ojo del huracán mediático. Todo lo que dices yhaces puede acabar convertido en un titular tendencioso en una de esasrevistas barra fábricas de rumores. ¿Qué un día sales de fiesta y alguien teetiqueta en una foto donde apareces desmejorado? En menos de dos horasalguien en alguna publicación del estilo ya estará asegurando que tienesproblemas de adicción con el alcohol. ¿Qué has conocido a una chica,quedas para cenar con ella y alguien capta el momento? Todo el mundo seestará preguntando al cabo de poco quién es ella y si lo vuestro va en serio.—Suspira—. ¿Entiendes lo que quiero decirte?Me muerdo el labio.—Te entiendo perfectamente, pero ¿no crees que un reportaje en el quepodáis explicar la verdad sobre quiénes sois sería beneficioso para vosotrosy vuestra reputación? Os ayudaría a cambiar el relato preestablecido —digointentando darle la vuelta a la situación—. Es verdad que muchas veces segeneran titulares por simple necesidad, pero cuando no hay informaciónoficial y todo son especulaciones...La sonrisa de Aiden se tuerce.—Eres hábil, lo admito, pero vas a necesitar algo más que eso paraconvencerme.—Pero es que es verdad. Todo lo que se sabe sobre vosotros es porterceros. ¡Ni siquiera publicáis cosas privadas en las redes sociales! Al finalhay que tirar de la imaginación.Aiden coge un nacho y se lo mete en la boca. Durante unos segundos nosmiramos en silencio. Parece pensativo y, cuando vuelve a hablar, su rostrose llena de una expresión nueva, enigmática.—Estoy dispuesto a hacer un trato.—¿Un trato? —El corazón me baila en la garganta ante este giroinesperado de los acontecimientos, porque me esperaba un «no» rotundo.—Yo convenzo a mi padre, que es quién toma las decisiones, de quehacer un reportaje de ese estilo no es un suicidio comunicativo, y tú, acambio, me das una oportunidad para demostrar que mi mundo y el tuyo noson tan distintos como crees.Le miro perpleja, intentando digerir sus palabras.—No comprendo...—Sigo pensando que eres la mejor candidata posible con la que tener unhijo. Sé que tienes tus objeciones, y las respeto, pero creo que conocermede verdad te haría cambiar de opinión.—Oh... —Abro la boca con suavidad, contrariada—. Me parece un tratoinjusto, la verdad, porque dudo que consigas que mi opinión cambie.—Eso es asunto mío. —Con las cejas alzadas, me tiende su mano—: Tureportaje a cambio de una oportunidad para hacerte cambiar de idea, ¿quéme dices? ¿Lo tomas o lo dejas?Lo miro detenidamente. Una parte de mí se niega a aceptar este pacto.Quizás sea la parte de mí que se siente atraída por Aiden, la parte cauta ycomedida de mi ser que no quiere acercarse más a su campo magnético porsi me quedo atrapada en él. Pero la otra... la otra me recuerda que, si todova bien, voy a tener mi propia columna en la revista, lo que implica unaumento de sueldo y más prestigio dentro del sector. A pesar de todos misreparos, es esta última ventaja la que tiene más peso.—Lo tomo. —Estrecho su mano e ignoro el cosquilleo que se mece enmi vientre.Él sonríe.—Lucy Cooper, tenemos un pacto.

Entre Leyes y Latidos (Libro 1: Saga Vínculos Legales) (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora