Lucy
Abro la puerta de casa y Chloe pasa al interior portando con ella lo quesupongo que son tres vestidos dentro de sus fundas.—Te debo una —le digo ayudándola a llevar los vestidos hasta midormitorio—. Siento que hayas tenido que ir a la redacción un sábado.Pink Ladies cuenta con un vestidor lleno de ropa increíble que lasgrandes marcas nos ceden para que usemos en las sesiones de fotos queluego salen en la revista. Chloe, al ser estilista, tiene acceso a todas lasprendas, por lo que no he dudado ni un segundo en pedirle que me consigaalgo decente para la gala de esta tarde.—No te preocupes, tenía que acercarme igualmente, así que no ha sidomolestia. —Dejamos la ropa sobre la cama y Chloe se sienta en ellamirándome suspicaz—. Y, ahora, ¿vas a contarme por qué necesitas unvestido de fiesta?—Aiden me ha perdido que le acompañe a una gala benéfica —digo conla boca pequeña, ignorando la forma con la que los ojos de Chloe seagrandan al escuchar mis palabras.—¿Perdona?—Somos amigos, me lo ha pedido y no podía negarme.—¿No podías negarte o no querías negarte? —Me mira con suficiencia,frunciendo sus labios pintados de rojo en una mueca de suficiencia.No respondo, me limito a mirar los tres vestidos que Chloe ha elegidopara mí. Uno es azul medianoche, largo, de raso, sencillo pero elegante, elsegundo es verde botella, vaporoso y con mangas abullonadas, el tercero esel que más me gusta de todos, es color vino, tiene una caída bonita y unescote discreto pero sugerente.—Creo que tenemos ganador —digo, cogiéndolo para colocarlo delantede mi cuerpo y hacerme una idea visual de cómo quedará.—Ese color te favorece.—¿Pelo suelto o recogido?—Recogido. Un moño alto con algún pasador bonito. ¿A qué hora es lagala?—Me pasa a recoger a las siete. —Miro el reloj comprobando con ciertoagobio que solo falta una hora.—¿Quieres que te ayude a arreglarte?—¿En serio necesitas preguntarlo?Dejo a Chloe zampándose unas galletas de chocolate en el salón y medirijo a la ducha. Tardo cinco minutos de reloj en enjabonarme, aplicarme elacondicionador, la mascarilla y los demás potingues que suelo ponermeantes de una cita importante. Al terminar, me pongo el albornoz, enrollo mipelo en una toalla y voy a buscar a Chloe, que se ha terminado las galletas yha abierto una bolsa de patatas fritas mientras mira un capítulo de CrónicasVampíricas. Siempre he encontrado fascinante el pozo sin fondo que esChloe para la comida. Si yo comiera lo mismo que ella, en su lugar,necesitarían grúa para moverme.—Ian Somerhalder es el hombre de mi vida, solo que él aún no lo sabe.—Suelta un suspirito dramático y se mete un puñado enorme de patatas enla boca.Me rio, porque Chloe tiene una forma de ser que siempre consiguesacarme una sonrisa, incluso en momentos como este en el que los nerviosse han hecho un ovillo en mi estómago.—Creo recordar que le mandaste un tuit para informarle de ello.—Sí, pero no me respondió. Probablemente no lo leería. Los hombrescomo él deben recibir millones de mensajes a diario. Una lástima. Ian y yoestamos condenados a perdernos una historia de amor preciosa.Niego divertida, ella apaga la tele y nos ponemos al lío.Dejo que Chloe me maquille. A mí no se me da mal, pero lo suyo con elmaquillaje es magia. Veinte minutos más tarde, Chloe me ha maquillado,secado el pelo y peinado con un sobrio pero efectivo moño alto, dejandoalgunos mechones sueltos para dar volumen. Para terminar, me pongo elvestido color vino y unos zapatos de tacón negro que combinan bien contodo.—Dios, nena, estás arrebatadora —dice Chloe.Me miro al espejo y tengo que admitir que no estoy mal del todo.—Espero no desentonar mucho en la gala.—En absoluto. Estás estupenda, seguro que a Aiden se le ponemorcillona al verte.Pongo los ojos en blanco, compruebo en el reloj que aún faltan quinceminutos para que llegue y me siento en el sofá con cuidado de no arrugar laropa.—No seas bruta, Chloe, entre Aiden y yo no hay nada.—Aún. No hay nada aún —matiza—. Pero algo me dice que lo habrá enalgún momento. Es una intuición.Niego con la cabeza.—Vamos a tener un hijo juntos, los sentimientos no tienen cabida ennuestro pacto —digo en voz alta, como si con eso intentara reforzarme a mímisma esa realidad.Pienso en nuestra conversación de ayer, primero en la cafetería y luegopor teléfono. Si le explicara a Chloe la propuesta que me hizo Aiden, ahoramismo estaría buscando en internet el diseño perfecto para nuestrasinvitaciones de boda. Porque Chloe es así, se toma las cosas a la tremenda,por eso mismo decido omitir esa información. Lo último que necesito eneste momento es a una Chloe sobreestimulada hablándome de tener sexocon Aiden. ***A las siete en punto recibo un mensaje de Aiden indicándome que meespera en doble fila. Chloe baja conmigo y cuando lo ve dentro de su coche,corre hacia él, golpea la ventanilla con los nudillos obligándolo a que bajeel vidrio e inclina el cuerpo hacia delante con una pose coqueta que mehace rodar los ojos. Por el amor de Dios, ¡qué mujer!—Vaya, vaya, yo pensaba que los highlanders os desplazabais a caballo,no en coches de lujo —oigo que le dice.—Bueno, el caballo lo guardo para ocasiones especiales. Moverse con élpor Manhattan, en hora punta, no es muy cómodo —bromea él siguiéndoleel juego.Yo rodeo el coche y me subo en el asiento del copiloto.—Oh, tienes razón, no había caído en ello. —Chloe hace una brevepausa y posa sus ojos sobre mí—. ¿Has visto lo guapa que he dejado aLucy?Su pregunta provoca que Aiden gire la cabeza y me busque con lamirada. Cuando nuestros ojos se encuentran sus cejas se arrugan consuavidad. Me mira... intensamente. Tan intensamente que algo dentro de micuerpo se remueve. Además, lleva frac y... bueno, de traje está increíble,pero de frac..., de frac es cosa de otro mundo.—Te diría que has hecho un buen trabajo, pero con la materia prima quetenías, no debe haberte costado demasiado —dice sin dejar de mirarme. Mismejillas se tiñen de rojo.—Coincido en eso. —Chloe me guiña un ojo—. Bueno, chicos, os dejo.Pasadlo bien en la gala. Y portaros bien: No hagáis nada que yo no haría —esto último lo dice canturreando mientras se va.Aiden arranca el coche y nos ponemos en marcha.—Tú amiga parece simpática.—Lo es, un poco entrometida, pero lo es.Sonríe.—¿Hace mucho que os conocéis?—Casi cuatro años, desde que empecé a trabajar en la revista. Ella es mifamilia aquí, en Manhattan.Aiden asiente sin apartar la mirada de la carretera. Nunca antes me habíafijado en lo bonitas que son sus manos. Son grandes, de palma alargada ydedos largos, además, parecen suaves y están cuidadas.Durante el camino hablamos de todo y de nada. La conversación pareceun poco impostada y es que sobre nuestras cabezas flota, inevitablemente,el tema que dejamos pendiente ayer. Lo hubiera sacado yo, pero queda todala noche por delante. Mejor esperar un poco. Seguro que tras un par decopas y alguna que otra conversación banal, será más fácil hacerlo.Tardamos media hora en llegar a nuestro destino, un hotel de fachadahistórica que me hace abrir la boca por su preciosa arquitectura. Hayservicio de aparcacoches y un hombre uniformado se encarga del vehículomientras nosotros entramos en el recinto.Entramos y una chica muy bien vestida nos pide nuestros abrigos trasinformarnos de que la gala se celebra en la gran terraza de la última planta.La miro escéptica. ¿Van a organizar una gala en una terraza en plenoinvierno? Espero no pillar un gripazo.Sin embargo, cuando llegamos a la terraza, comprendo que el frío no vaa ser un problema. Parte de la terraza está acristalada y, la otra parte, estárepleta de estufas exteriores que calientan el aire. El diseño de este lugar es,además, una pasada. Hay plantas por todas partes, hiedra que cae de lasparedes junto a enredaderas y flores de distintas tonalidades de azul. Laterraza está iluminada por guirnaldas de luces que cuelgan del techo yfaroles que adornan parte del suelo de madera, además de unos focos debaja intensidad que favorecen el ambiente íntimo. El mobiliario es modernoy blanco, y hay gente por todas partes.—Menuda maravilla —musito yo.—Sí, los Wright celebran unas fiestas impresionantes —asiente él.No dejamos de encontrarnos con conocidos suyos que le saludan y lepreguntan cosas sobre el bufete. Él responde amable, aunque se nota queesto le aburre. Nada más salir de la zona acristalada, nos encontramos a sushermanos charlando animadamente al aire libre. Están todos excepto Dean,que aún es universitario.—Pero bueno, ¿a quién tenemos aquí? Lucy Cooper, mi periodistafavorita —dice Oliver, cogiéndome de los hombros—. ¿Cómo haconseguido Aiden engañarte para que vinieras? Estos eventos son unmuermo.—Cierto. Nosotros estamos obligados a asistir, pero hacer que otrospasen por ello podría ser considerado tortura —añade Jayce.Will no dice nada, se limita a mirarme con las cejas alzadas, de unaforma algo arrogante que no me pasa desapercibida. Creo que no le gustomucho, y, como siempre que me pasa esto, mi lado masoca, que odia nogustar, se activa. No sé en qué momento de mi vida la necesidad de gustar alos demás empezó a apoderarse de mí, solo sé que siento una granincomodidad cuando noto que no le caigo bien a alguien.—¿Hace mucho que habéis llegado? —pregunto amable, dirigiendo mimirada a Will.Pero él me ignora, se aleja de nosotros, coge una copa y se pone a hablarcon un hombre que pasa por su lado. Hago un mohín. Oliver parece darsecuenta de mi decepción, porque aprieta mi brazo con un gesto cariñoso yme sonríe.—No se lo tengas en cuenta, no está pasando por un buen momento.No pregunto los motivos, no quiero que malinterprete mi interés. Will yasugirió hace unas semanas que no se fía de mí por trabajar donde trabajo.Además, mi intuición me dice que su malestar tiene que ver con Layla. Losrumores tienen patas muy largas y corren muy rápido, y parece ser que lanoticia de que van a divorciarse está a punto de hacerse oficial.Nos quedamos con Oliver y Jayce bastante rato, hasta que primero uno ydespués el otro nos abandonan para iniciar otras conversaciones. Aidenpropone que nos acerquemos al borde de la terraza, desde donde las vistasde Manhattan son tan hermosas que un sentimiento intenso, parecido a lacatarsis que uno siente cuando ve algo sublime, me sobrecoge.—Siempre quise vivir en Manhattan —le confieso de pronto, sin que élme haya preguntado nada—. Cuando era pequeña y veía una película queestuviera ambientada en la ciudad, afirmaba que algún día viviría aquí. Mipadre lo sabía y siempre que podía me traía de visita. Tengo recuerdos muybonitos paseando con él por Central Park en primavera o comprando enBloomingdale's en Navidad. Es curioso porque la gente suele decir que lasexpectativas nunca suelen casar con la realidad, que cuando sueñas muchotiempo con una cosa, esta acaba decepcionándote, pero en mi caso no fueasí. Al contrario. Manhattan es mucho más de lo que creí que sería.—Entiendo lo que quieres decir —admite Aiden. Los dos tenemos lamirada fija en las vistas a la ciudad—. Yo crecí aquí y no cambiaría estelugar por nada en el mundo. Es verdad que a veces el ritmo acelerado deNueva York puede llegar a ser agobiante, pero creo que no podría vivir deotra manera. Las semanas que paso en nuestra casa familiar de lasHighlands, lo acabo echando de menos, por mucho que vivir entremontañas me encante.—Eres un hombre de acción.—Supongo que sí.A pesar de que estamos rodeados de gente, hay una especie de burbujaque nos envuelve ofreciéndonos una sensación de falsa intimidad que meencanta. Que me hace sentir segura, cómoda.Cojo aire, miro una última vez esta ciudad que me tiene enamorada ypregunto, fijando mis ojos en él:—¿Hablamos?
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Entre Leyes y Latidos (Libro 1: Saga Vínculos Legales) (BORRADOR)
RomanceUn highlander sexy y arrogante, una chica dulce pero decidida, un sueño en común: ser padres. Me llamo Lucy Cooper, trabajo en una revista femenina y quiero ser madre. Estoy tan segura de ello que hace unos meses me inscribí en una agencia de copate...