Y llegó el tan esperado jueves, 24 de agosto. ¡Yupi! Otro año más en este "maravilloso" instituto de mierda, repleto de idiotas descerebrados, cretinos y repelentes, un auténtico mar en ebullición de testosterona y estrógeno. Casi puedo ver a esos recipientes rebosantes de hormonas luchando entre sí, como hacen los animales salvajes en la selva, deseando ser especiales y sobresalir en medio de tanta mediocridad.
—1, 2, 3, 4... —murmuré para mí, arrebujándome en el incómodo asiento del viejo Ford que conducía mi hermana. La pintura desconchada del capó gritaba que era de quinta mano por lo menos. Respiré y exhalé el aire despacio unas cuantas veces para intentar tranquilizarme, mientras en la calle varios niños corrían hacia el autobús escolar. Sus risas eran como ecos lejanos que me transportaban a un tiempo donde no existían las preocupaciones. Sentí una punzada de nostalgia por esos días que ya no volverían.
A medida que aquella destartalada carraca avanzaba por la carretera, me fue inevitable notar cómo se me secaba la boca y mi pierna comenzaba a agitarse de manera compulsiva. Y no era solo por la falta de ganas de ir al instituto de Saint Therese of Lisieux, sino también por la lucha constante con mi peso. Desde pequeña, no sólo he soportado la mortificante losa de tener algunos kilos de más, sino también una autoestima inexistente. Secretamente, siempre quise ser delgada, poder vestir ropa de moda sin sentirme juzgada, evitando ser el blanco de las crueles burlas de mis compañeros.
Mi hermana Lucy tarareaba una canción de la radio, ajena a mi malestar. Aquel ritmo pegadizo me distrajo momentáneamente. Verla tan tranquila, tan segura de sí misma y tan hermosa, solo intensificaba mi sensación de insuficiencia. Me recordaba constantemente que, sin importar cuánto lo deseara, jamás sería como ella.
—Sonríe un poco, hermanita, cada día te pareces más a un personaje de Tim Burton. —Con un par de movimientos del volante, aparcó su destartalado coche frente a la puerta del instituto.
—No tengo el gusto de conocer a ese señor —mentí, esforzándome por curvar los labios para mostrar algo similar a la felicidad, pero el gesto se sintió forzado, igual que una máscara de teatro.
Lucy nunca entendería lo que era sentirse como un intruso en tu propia piel, en tu propia vida. Mi brillante hermana jamás entendería lo que era ser una marginada, y no encajar con nadie. Mucho menos con aquellos afortunados estudiantes que residían en el vecindario de Green Valley Creek, a los pies de la colina. Sus padres cobraban sueldos importantes, aunque no lo suficientemente astronómicos para vivir en la zona alta, donde estaban los auténticos niños ricos, esos que asistían a la preparatoria de Green Valley, saboreando los placeres de la buena vida.
En contraposición, mi familia alquilaba una casa de sesenta metros cuadrados en la parte más económica del barrio de Cottonwood, al sur de Fairfield. Nuestro minihogar solo tenía un dormitorio, un cuarto de baño y una cocina-comedor. Mamá, Lucy y yo nos apañábamos como buenamente podíamos, ajustando nuestro presupuesto al máximo. Siempre íbamos contando cada moneda para que cuadrasen las cuentas.
—Te pareces a Wednesday Addams. Hace un tiempo se viralizó su baile en redes. Es raro que no lo hayas visto nunca... —murmuró pensativa Lucy, mientras yo fingía no tener ni idea de qué me hablaba. A veces, sé hacerme la tonta mientras me río por dentro, pasando un buen rato conmigo misma. ¡Qué mala soy, Jesucristo! ¡Y cómo disfruto del desconcierto ajeno!
—Gracias por alegrarme el día —dije con absoluta indiferencia—. Ahora iré a pegarme un tiro. Pero no te preocupes, te mencionaré con cariño en mi carta de suicidio.
Algunos dirán que soy una chica un poco antisocial —y puede ser, no lo niego—, aunque, por mi parte, prefiero pensar que soy una superviviente o como dice mi hermana: «una traumatizada». Lo cierto, es que la ansiedad se ha pegado a mí como un chicle a una zapatilla. Siento mucha ansiedad social. Ansiedad generalizada. Ansiedad nocturna y diurna. Ansiedad por el futuro y por no dar la talla en mis estudios. Ansiedad, ANSIEDAD, ¡ANSIEDAD!
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LA CHICA DE LOS VIERNES ·ϿʘϾ·
Teen FictionBrad Owens es el eterno segundón. A pesar de ser alto, guapo, carismático e inteligente, nunca ha conseguido destacar por encima de Oliver Sullivan, su mejor amigo, el popular quarterback del equipo de fútbol de la preparatoria Saint Therese of Lisi...