Capítulo 41

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Me levanté aquel jueves con una energía tan positiva que no pude evitar canturrear en la ducha y mientras me vestía. Al entrar en la cocina para sentarme a desayunar, mi hermana me miró con los ojos entrecerrados. Se la veía medio sorprendida y desconcertada por mi inesperado buen humor.

—No te estarás drogando, ¿verdad? —preguntó en tono guasón, untando un panecillo con mermelada, entretanto mi madre, quien estaba terminando de arreglarse en el cuarto de baño, soltaba una sonora carcajada al escuchar su bromita.

—¡Jesucristo! Desde luego que no, siempre estás con lo mismo. Solo me siento feliz y nada más. Si continúas dándome la brasa con ese tema, voy a bautizarte con el nombre de "la dramas". —Tomé una tostada y le unté mantequilla.

Lucy era demasiado protectora conmigo desde que éramos pequeñas. A mí no me engañaba con su fingido sentido del humor, su broma iba cargada con parte de verdad. Llevaba meses comportándose como una mamá gallina, exactamente desde que la policía me había traído a casa en el coche patrulla el año pasado, el fin de semana previo a Halloween. Y su neura no había hecho más que empeorar después de lo que me había pasado durante la excursión al museo viviente. Mamá, en cambio, confiaba en mí y en mi buen juicio, aunque me había regalado un espray pimienta y unas clases de defensa personal que empezarían en verano. Mi padre también me había llamado unas cuantas veces después de lo sucedido, pero yo lo había ignorado a pesar de las reprimendas de mi madre. No deseaba hablar con él, no lo había perdonado y, por mucho que se esforzara, no pensaba hacerlo jamás. La herida que me había causado al abandonarnos por una veinteañera era tan profunda como el universo, tan irreparable como el vidrio templado.

—Me da la sensación que tu hermana está enamorada. —La voz de mamá sonaba llena de vitalidad, a pesar de que la tarde anterior había llegado a casa derrotada, ni siquiera había querido cenar.

—¿Enamorada? —repitió mi hermana como un lorito, sus ojos mirándome de manera ponzoñosamente inquisitiva—. ¿Y de quién? ¿Se puede saber el nombre del afortunado?

—¡De nadie, de la vida! —respondí a toda prisa, dando un trago a mi café con leche para no tener que seguir hablando.

—Últimamente, ha estado muy rara, siempre llega tarde a casa y la semana pasada un chico muy guapo la trajo en moto. —Las palabras de mi madre hicieron que mi hermana sonriera, esperando una confesión por mi parte.

—¡Mamáááá! —protesté, hablando con la boca llena de comida—. Será mejor que me vaya o llegaré tarde a mis clases.

—¡Huye, cobardica! Pero tarde o temprano nos vas a tener que decir con quien estás saliendo —se despidió Lucy, entretanto yo tomaba mi mochila a toda prisa y le sacaba la lengua como una niña pequeña.

Que cierto era aquello de que los secretos no podían durar para siempre. Sin mencionar que Brad se estaba volviendo cada día más descuidado e imprudente. Insistía con demasiada frecuencia en llevarme a casa en su moto, después de nuestras citas clandestinas.

Al subirme al autobús escolar, mi mente pensó inmediatamente en él. De manera involuntaria, mi boca se curvó en una sonrisa. Cada vez que nos cruzábamos por los pasillos del instituto, intercambiábamos miradas cómplices llenas de promesas, roces de manos casuales y notitas o mensajes de texto subiditos de tono. El muy loquito aprovechaba cualquier excusa para buscarme, arrastrándome a los lugares más inesperados para robarme un beso. Su actitud me hacía reír y me llenaba de regocijo. Vivíamos nuestro amor en una burbuja donde nadie más tenía cabida.

Cuando llegué al instituto, la brisa fresca me acarició la cara, llenándome de buena vibra. Esa mañana, me sentía especialmente feliz porque dentro de mi mochila llevaba el antepenúltimo regalo que le había preparado a Brad. Avancé por el largo pasillo con una sonrisa en los labios, imaginándome la expresión que iba a poner cuando lo viera. La simple idea hacía latir mi corazon.

LA CHICA DE LOS VIERNES ·ϿʘϾ·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora