Era la última semana de instituto antes de que llegaran las vacaciones de Navidad. Teníamos que entregar un montón de trabajos y aún nos faltaba realizar dos exámenes importantes. De brazos cruzados, apoyado el trasero sobre el filo de mi pupitre, poco antes de que empezara la clase de sociales, sentía una mezcla de ansiedad y frustración, sobre todo porque estaba rodeado por una auténtica manada de hienas. Maddie situada a mi derecha, con cara de disgusto, hablaba con monosílabos para remarcarme su cabreo. Junto a ella, Chloe me lanzaba miradas envenenadas, también enfadada porque la noche anterior no me había colado en su dormitorio para jugar a papás y mamás. Aunque exteriormente trataba de mantener una fachada de indiferencia, por dentro, temía dar un paso en falso, revelando mis mentiras y secretos. El sudor frío en las palmas de mis manos era un claro indicador de mi nerviosismo.
Oliver, a diferencia de nosotros tres, se veía relajadísimo, bromeando con varios compañeros e incluso coqueteando con alguna chica bajo la sepulcral mirada de Isabella. Era por la única que sentía auténtica lástima; estar enamorada de un playboy no debía ser cosa fácil, y eso que aún no había descubierto que, además, aquel desgraciado se acostaba con una de sus mejores amigas.
—¿Por ahí he escuchado que alguien ha conseguido piratear el ordenador del profesor de historia? —Isabella se colocó un largo mechón de cabello detrás de la oreja—. Dicen que podemos conseguir una copia si pagamos veinte dólares cada uno.
—¿Y? —soltó Maddison con impaciencia, fulminándome con la mirada en lugar de enfocar su atención en quien hablaba.
—Os lo comentaba por si queréis uniros al grupo. Primero se debe hacer un pago por Paypal colocando nuestro correo electrónico como concepto, y dos días antes del examen recibiremos todas las preguntas en un archivo PDF.
—Lo veo muy arriesgado —aseguró Chloe, sin disimular una nota de disgusto—. A los tramposos se los pilla tarde o temprano. Por eso es mejor no engañar a nadie.
Ese último comentario, tan venenoso como peligroso, agrietó la fachada de mi aparente calma. Esa chica era demasiado intensa, no medía sus palabras y mucho menos sus acciones. Si continuaba actuando de aquella manera mi novia se daría cuenta de lo que estaba pasando entre nosotros.
Aunque sabía que acostarme con su mejor amiga estaba mal, una parte de mí lo justificaba con la idea de la venganza. Ella me había manipulado y controlado durante tanto tiempo que sentía que merecía devolverle el golpe. Sin embargo, cada vez que pensaba en April, una punzada de culpa me atravesaba por dentro.
—Yo paso —afirmé, notando como un imperceptible escalofrío subía por mi columna vertebral. Siempre que las dos estaban juntas, tenía la sensación de que todas mis mentiras iban a salir a la luz.
—No seáis estúpidos —insistió Isabella, bajando la voz—. Va a ser un examen complicado. No perdemos nada por intentarlo.
Chloe me sonrió con falsedad, comentando a continuación:
—No me convence eso de tener que pagar con Paypal, y encima hay que poner como concepto nuestro correo electrónico. Las palabras se las lleva el viento, pero los mensajes no se pueden borrar, son pruebas que podrían meternos en un lío si se descubre el engaño. ¿Verdad que sí, Brad?
Ante aquella pullita tan mal disimulada, yo asentí más tenso que la cuerda de un violín. Maddison no se dio cuenta de nada, su mirada estaba fija en Oliver, quien le acababa de guiñar un ojo a una pelirroja pechugona.
—Sí, claro —respondí, tratando de mantener la compostura—. La honestidad es lo primero.
Un fugaz recuerdo de mi madre cruzó por mi mente. Yo debía tener ocho o nueve años, mi hermano mayor Jack todavía vivía en casa, y como él siempre sacaba unas calificaciones espectaculares, decidí hacer trampas en un examen. Escribí en la goma de borrar, introduje notitas dobladas en los bolígrafos y me pintarrajeé las muñecas con frases claves, esperando sacar un diez. Fui descubierto por mi madre poco antes de llegar a la escuela. En lugar de castigarme, se quedó en silencio dentro del coche debido a la decepción. Cuando reunió la calma necesaria, me dijo: «Mi amor, ¿de qué sirve sacar una buena nota si no has aprendido nada? Hacer trampas está mal. Debes asumir tus errores y ser honesto, aunque no sea el camino más fácil. Sé que puedo confiar en ti y que no lo volverás a hacer». Ahora, esas palabras resonaban en mi mente con más frecuencia de la que desearía. Lejos estaba ya de ser aquel hijo que habían educado mis padres.
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LA CHICA DE LOS VIERNES ·ϿʘϾ·
Teen FictionBrad Owens es el eterno segundón. A pesar de ser alto, guapo, carismático e inteligente, nunca ha conseguido destacar por encima de Oliver Sullivan, su mejor amigo, el popular quarterback del equipo de fútbol de la preparatoria Saint Therese of Lisi...