La música llenaba la amplia terraza, donde sendos calentadores de gas hacían que hubiera una temperatura agradable. Los parasoles rojos estaban abiertos para mantener el calor, dando un aspecto casi mágico a aquel espacio rodeado de vegetación.
—Me encanta este sitio. Huele a magnolias —dije para romper el silencio, sacando a Brad de sus cavilaciones.
—Sabía que te gustaría.
Estaba muy guapo vestido con una camisa blanca y una chaqueta de cuero negro. Tenía ese aire de chico malo que haría temblar las piernas a más de una, yo incluida. Algo raro en él, pues lo que más me gustaba de su forma de ser era lo tranquilo y atento que solía ser. En más de una ocasión lo había visto ayudar a otros desinteresadamente, sin anunciarlo a todo el mundo a bombo y platillo.
—¿Qué vas a tomar? —pregunté algo ruborizada, ya que me sentía incómoda. La ansiedad me atenazaba para llenar el silencio de algún modo.
—Un beso de tus labios —comentó con picardía, mirándome de una forma que me erizó los vellos de la nuca.
—¡Cállate, Owens!
—¿Por qué? Me encanta ver cómo te ruborizas. —Su sonrisa me robó el aliento.
Odiaba sentirme de aquella manera, como si tuviera una neblina mental o estuviera hipnotizada por un mago cruel, quien en cualquier momento me haría imitar a una gallina. La idea de hacer el ridículo me daba pavor.
—Como sigas por ese camino vas a ver mis cinco dedos marcados en tu cara. —Lo miré muy seria, parpadeando varias veces, con una actitud chulesca.
—Eres una chica dura —respondió con sorna, acomodándose en una postura sobre la silla que lo hacía verse todavía más atractivo. ¡Jesucristo!, debía estar ovulando o algo, no era normal que todos mis pensamientos tiraran siempre por los mismos derroteros.
—No lo sabes tú bien. Cuando era pequeña solía pelearme durante el recreo para defender a mis amigas de los niños mayores. Siempre llegaba a casa despeinada, con morados y algún que otro bocado. Así que estás advertido. —Notaba las manos húmedas debido a los nervios. ¿Cómo podía ser que alguien me provocara toda esa cantidad de sensaciones solo con una mirada?
—Yo me pasaba horas construyendo castillos de arena y jugando a la pelota —me contestó él, la mar de relajado—. En ese tiempo quería ser médico o arquitecto.
—¿En serio? —exclamé, abriendo los ojos—. Que niño tan responsable. Yo deseaba convertirme en una ayudante de Santa Claus para ser la primera en poder probar los juguetes.
—Siempre has debido sentir fascinación por los uniformes llamativos. —Brad apretó los dientes para contener una carcajada. Obviamente, estaba haciendo un paralelismo con el disfraz multicolor de payasa que utilizaba en el hospital.
—Desde luego. El rojo, el verde y el blanco me sientan fenomenal. Además, me encantan las golosinas, sería una empleada muy dedicada a mi profesión. —Elevé una ceja con cinismo cuando él se inclinó un poco más hacia mí.
—Me muero por verte vestida con una faldita de elfo...
—Te la estás jugando, Owens.
El camarero nos interrumpió en ese momento, y procedió a tomar nota de nuestros pedidos. Ambos elegimos refrescos y pasta para cenar.
—Supongo que por eso tienes tantas maquetas hechas de Lego en tu habitación —comenté, retomando la conversación.
—Sí, fue la única manera que encontró mi padre para que dejara de romper cosas. Solía decirme que era una catástrofe con patas. —Brad sacudió la cabeza con una leve sonrisa en los labios—. Siempre iba detrás de mí arreglando todo lo que yo rompía. Sabes que se puede construir una casita con vasos de cristal, pero no es recomendable meter a tu mascota para que viva en ella.
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LA CHICA DE LOS VIERNES ·ϿʘϾ·
Подростковая литератураBrad Owens es el eterno segundón. A pesar de ser alto, guapo, carismático e inteligente, nunca ha conseguido destacar por encima de Oliver Sullivan, su mejor amigo, el popular quarterback del equipo de fútbol de la preparatoria Saint Therese of Lisi...