Capítulo 14

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Halloween siempre se presentaba como la promesa de una noche inolvidable. Sin embargo, esta vez me encontraba más taciturno de lo habitual, refugiado en un rincón apartado de la fiesta. A mi alrededor, la música vibraba con fuerza, las risas se entremezclaban con el sonido de vasos chocando, y los disfraces, algunos ingeniosos y otros terroríficos, intentaban ser tan originales como llamativos.

Mis amigos, inmersos en una competencia no declarada, parecían tener el objetivo de descubrir quién podía consumir más alcohol sin caer en un coma etílico. A diferencia de ellos, yo no había probado una sola gota. La razón de mi desánimo era clara y dolorosa: no soportaba ver a mi novia disfrutando de la noche, dando abrazos, haciendo bromas y bailando de manera sensual para otros. Jamás me había importado, pero ahora, cada risa, cada gesto y cada coqueteo suyo, me hacían preguntarme si Oliver sería el único chico con quien me había engañado o si habría alguno más. La duda me estaba consumiendo.

—¡Ay! Cambia esa cara, bebé, no me fastidies la noche. —Maddison se sentó sobre mi regazo con una enorme jarra de cerveza—. Anda, dale un traguito para animarte.

—Ya te he dicho que no me apetece tomar nada —comenté, alzando la voz para hacerme escuchar entre el estruendo de la música—. El ambiente está demasiado cargado, me voy fuera a que me dé el aire.

A nuestro lado había un reducido grupo pasándose un cigarro de la risa, como si se tratara de una tribu fumando la pipa de la paz. El olor me tenía un poco mareado, y me parecía que mi novia le había dado alguna calada por cómo le brillaban los ojos.

Sin mucha delicadeza, la obligué a que se bajara de mi regazo, me recoloqué la careta de látex, que se había torcido al ponerme de pie, y me alejé de ella sin mirar atrás, ignorando su mohín de disgusto.

En medio del barullo, una chica disfrazada de Catrina se tropezó conmigo, golpeando sin querer mi pierna. La joven tenía el rostro artísticamente maquillado, una peluca blanca con una corona de flores y ropa de muchos colores.

—Perdón —murmuró, poco antes de recibir un fuerte empujón que la lanzó contra mí. Volví a sentir un latigazo de dolor. Me parecía irónico que, de entre toda aquella gente allí presente, esa chica hubiera caído precisamente entre mis brazos, la catrina sostenida por el jorobado. La belleza de la muerte contrastando con la fealdad de la vida—. Lo siento.

Intercambiamos una rápida mirada, pero no fui capaz de decir ni media palabra. Me quedé cautivado por su belleza; parecía un ser irreal, con la luz ultravioleta resaltando tanto su peluca como sus pestañas blancas. Los colores que pintaban su rostro brillaban como si fueran de neón, dándole esa áurea etérea que me había dejado sin aliento.

En el aire percibí su aroma a limpio, como a flores frescas, que contrastaba con aquel otro desagradable que se había impregnado en mi ropa. La vi alejarse entre el resto de la gente que bailaba como poseída bajo los efectos de las drogas. Había algo en ella que me resultaba tremendamente familiar, aunque no supe de qué se trataba.

Una chica disfrazada de Catwoman, a quien no pude identificar entre la multitud y las luces parpadeantes, se acercó hasta mí con una sonrisa de pantera. Sus brazos, cubiertos de licra negra, me rodearon el cuello de una manera tan descarada como el brillo de sus ojos.

—Miau. —Fue su saludo, con una voz que me recordaba a una gatita en celo—. ¿Me muestras tu joroba?

—Por supuesto, pero antes debes enseñarme cómo meneas la colita —respondí, buscando a mi alrededor, pues había perdido de vista a la catrina.

—No soy una chica tan fácil. Antes de mover la colita, me gusta recibir mimitos. —La chica se puso de puntillas y devoró mi boca, metiéndome la lengua hasta la campanilla. De inmediato, percibí el gusto a ron mezclado con alguna otra bebida.

LA CHICA DE LOS VIERNES ·ϿʘϾ·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora