Capítulo 36

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April estaba rara, muy pero que muy rara. Me miraba de una forma que yo no terminaba de comprender, como si me evaluara todo el rato. ¿Quizás había descubierto algo de mi activa vida sexual? A fin de cuentas, trabajaba en el periódico del instituto y alguna de las chicas con las que me había enrollado podría haberse ido de la lengua. Ese pensamiento me causaba mucha inquietud.

—¿Va todo bien? —le pregunté entre clase y clase, arrastrándola por un brazo al interior de un aula vacía.

—Desde luego, ¿por qué lo dices?

Aunque estábamos los dos solos, April no dejaba de mirar hacia todos lados, como si temiera que alguien entrara y nos descubriera allí. Era ridículo que fuera precisamente ella quien tuviera ese miedo, y no yo.

—¿Por qué me estoy muriendo de ganas por estar contigo y tú pareces un puerco espín intentando evitarme todo el tiempo? —Me acerqué a ella y la tomé de la cintura para darle un beso por sorpresa.

—No seas tonto. ¡Alguien podría vernos! —Exclamó en un susurro, apartándose de mí—. Si te apetece quedamos luego, durante el descanso, en el cuarto de las calderas. Ahora, fuchi-fuchi.

April me dio un fugaz besito en la punta de la nariz, y guiñándome un ojo se escabulló en dirección al pasillo, mirando a diestro y siniestro para que nadie la viera salir del aula. Una sonrisa tierna nació en mis labios, pues esa actitud de ladrona sigilosa me parecía adorable.

Me fui un minuto después, y me dirigí a mi taquilla para buscar los libros de la siguiente clase. Al abrir la puerta metálica, encontré una carta con dibujitos y una notita que decía:

«De mi corazón brotan palabras sin dueño, versos sinceros, destellos de un sueño. En cada latido te encuentro, te siento. Eres tú mi secreto, mi más dulce aliento. De mis pensamientos, nunca estás ausente, pues eres la chispa que enciende mi mente. Tu risa es la música que me hace bailar; tus ojos, dos luceros que me invitan a soñar. De mi alma nacen deseos de estar a tu lado, de ser en tu vida un deleite inesperado. Cada día que pasa, uno nuevo recibirás. Ese es mi presente, mi regalo: tu felicidad. Treinta encontrarás, solo treinta y nada más».

Me pregunté, ¿quién podía haberme dejado eso en mi taquilla? ¿Sería para mí o se trataría de un error? Había estado con muchas chicas y no sabía a cuál de ellas podía pertenecer. Hice una lista mental. A Maddison la descarté casi de inmediato; no era su estilo. ¿Chloe? Sí, probablemente. O, quizás, se trataba de aquella pelirroja de hacía dos semanas o la rubia que me había beneficiado en el baño poco después...

La carta estaba escrita con una caligrafía redondeada y pulcra, estilo lettering. Seguramente, su autora no utilizaba aquella letra cada día. Había corazones pintados a mano y recortados para decorar el sobre. Me recordaba a las notas que solían regalar las niñas en primaria, aunque el texto era mucho más adulto y profundo. Me costaba imaginar a Chloe escribiendo algo así. ¿Podría tratarse de alguna de las animadoras con las que me había enrollado? Acaso, ¿habría sido idea de April? Imposible, no la veía capaz de hacer algo tan sensiblero. El papel olía a un perfume suave, casi imperceptible. Mi mente no dejaba de dar vueltas al asunto.

—¿Algo interesante, bro'? —preguntó Oliver, apareciendo de repente a mi lado.

—Nada, solo una chorrada —respondí, tratando de esconder el llamativo sobre debajo de unos libros.

Oliver levantó una ceja, divertido.

—¿Qué era eso que has guardado? ¿Una carta de una admiradora?

—Me la he encontrado en el suelo. Debe ser de una cría de primer año —le confesé, cerrando la taquilla—. Da vergüenza ajena.

Mi "amigo" se desperezó sonriendo con cinismo.

LA CHICA DE LOS VIERNES ·ϿʘϾ·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora