Capítulo 43

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La incertidumbre me devoraba por dentro desde que había cedido al beso de Brad, entregándome a su abrazo, confesándole aquello que él quería escuchar y que yo no estaba preparada para confesar. Desgraciadamente, lo había hecho incluso en contra de mi propia voluntad.
Las dudas que se habían instalado recientemente en mi pecho no me dejaban tranquila. Aunque una parte de mí me decía que lo mejor era terminar con todo aquello, cada vez que él se acercaba, me tocaba o me besaba, mi piel se encendía y mi cerebro se apagaba, volviéndose gelatina. Era por culpa de esa maldita atracción física y esos sentimientos románticos que inundaban mi cuerpo hasta la incapacidad mental.
Detrás de nuestra relación había un montón de juramentos cuyo futuro era incierto. ¿De verdad podía confiar en él? ¿Cuántas veces me había asegurado que lo iba a dejar con Madison? Tenía un montón de mensajes suyos prometiéndome lo mismo una y otra vez: «La dejaré antes de que empiece marzo», me había asegurado durante una de nuestras largas conversaciones nocturnas por mensaje. No obstante, marzo estaba a punto de concluir sin novedades en el frente. «Te aseguro que antes de mi cumpleaños hemos roto», otra promesa suya, adornada por un montón de palabras bonitas. «Después de las vacaciones de primavera, cortaremos, te lo prometo»; de esto último no hacía tanto, apenas una semana. Lo más gracioso era que se había desdicho a los pocos días, afirmando que todo se iba a terminar de manera oficial antes del baile de graduación. Me había repetido la misma cantaleta tantas veces que ahora empezaba a sonar hueca.
—¿Pasa algo, canija? Te veo muy pensativa —me preguntó mi hermana, tomando asiento a mi lado en el sofá. Teníamos la tele encendida, aunque no le estábamos prestando demasiada atención.
—No, solo estaba pensando en los últimos exámenes. Me va a tocar hincar los codos durante las vacaciones de primavera. —Le dediqué una sonrisa despreocupada, intentando engañarla.
—Eres un cerebrito, seguro que te irá bien. —Lucy me lanzó un cojín para molestarme, igual que hacía cuando éramos pequeñas.
—¿Cómo van los preparativos para la fiesta de despedida de tu jefe? ¿Se huele algo? —pregunté, decidida a desviar el tema de mis preocupaciones.
—Yo creo que sí. Ya lo conoces, no es precisamente tonto. El otro día me pilló con una bolsa de globos y me miró de manera sospechosa, aunque no dijo nada. —Lucy trabajaba como auxiliar en una consulta privada, y su jefe era un hombre mayor exigente y algo cascarrabias, pero muy buena persona.
—¿Crees que os despedirán a todos cuando él se jubile? —La ansiedad se adivinaba en cada una de mis palabras. Me daba un miedo aterrador ese futuro incierto que parecía abrirse ante nosotras—. Tengo algo de dinero ahorrado para pagar mi matrícula, si crees que vamos a ir muy justas, puedo aplazar un año mis estudios.
En silencio, le agradecí al cielo porque el error con mi beca ya se hubiera solventado. Si bien, la resolución tardó algunos meses desde principios de curso, ya tenía todo el dinero ingresado en mi cuenta e incluso había conseguido incrementar mis ahorros. Si debía comenzar la universidad un año más tarde, lo haría sin problemas.
—Deja de comerte el coco, hermanita. Mi jefe está en negociaciones para traspasar la consulta. Además, nos ha prometido que no se despedirá a nadie del equipo; es una de las condiciones principales. —Mi hermana se recostó en el sofá y colocó la cabeza sobre mi regazo—. Estoy muy cansada. Anda, acaríciame un ratito el pelo.
—¡Jesucristo! —Puse los ojos en blanco y solté un bufido.
—Hazme unas trencitas o algo. Venga, mímame un poco... —me rogó, moviéndose como una niña pequeña, mientras yo comenzaba a peinarla con los dedos.
—Lo que tenemos que sufrir las hermanas pequeñas...
El sol entraba por la ventana iluminando nuestro diminuto comedor, y sentí una hermosa calidez en el pecho. Agradecía a la vida por tener a mi pequeña familia, personas que siempre iban a estar ahí para mí, igual que yo para ellas. Las quería mucho, muchísimo.
Mi hermana se estaba quedando medio adormilada, cuando nuestros teléfonos sonaron al unísono. Alargué la mano para ver quien nos había mandado un mensaje.
—Es mamá. Ya ha terminado y ahora está merendando. Mira la foto que nos ha enviado. —Le mostré la pantalla con una sonrisa de orgullo en la cara.
En la imagen se veía nuestra madre, con ese cabello rubio que siempre parecía demasiado brillante, inmutable, como si nunca tuviera un mal día. Esta vez se había colocado una gorra con orejas de Minnie Mouse, una cosa que hacía a menudo, como si intentara evitar cualquier disgusto por culpa del viento. Siempre llevaba sombreros estrafalarios o cintas llamativas para arrancar alguna carcajada entre sus compañeros. Era de lo que no había. ¡Qué tía!
—Ha llegado la hora de ir a recogerla —anunció Lucy, poniéndose en pie de un salto
—¿Te vas a poner tú también el gorro con las orejas de Mickey?
—¡Qué remedio, hermanita! No voy a ser la única que pase vergüenza ajena. —Mi hermana se desperezó llena de energía—. Por cierto, ¿has visto la hora qué es? ¿No habías quedado con Grace?
—¡Qué cabeza tengo! ¡Cuándo salga del teatro haré la compra! Dile a mamá que no se preocupe —prometí, corriendo hacia mi habitación para ponerme los zapatos y pasarme un par de veces el cepillo por el pelo—. ¡Voy a llegar tardísimo!
—No te preocupes, que te acerco yo —se ofreció Lucy, colocándose una fina chaquetilla de punto.
—Te juro que volveré a casa antes de las ocho. —Siempre que salía me sentía un poco culpable.
—Ya lo sé, hermanita. Ahora, no seas tonta, desconecta y diviértete.
En mi casa había dos temas de conversación que jamás de los jamases tocábamos. En realidad, todas fingíamos una especie de amnesia temporal y selectiva. El primero estaba relacionado con el abandono de mi padre; el segundo, se había vuelto parte de nuestra realidad, y aunque convivíamos con él, por algún extraño motivo, ninguna de las tres lo mencionaba, como si al negar la mayor, el problema dejara de existir. Era como un pelo de barba encarnado y lleno de pus, cualquiera que tuviera ojos en la cara lo vería, pero nadie decía nada para no resultar maleducado.
El trayecto en coche fue breve, pero efectivo: logré llegar a tiempo a mi cita. Tras tomar mi mochila de la parte de atrás, me despedí de mi hermana agitando una mano. Entonces, me acerqué a la entrada del teatro al aire libre, donde un grupo de personas hacían cola de manera paciente. Los murmullos de las conversaciones se fundían con el ruido del tráfico y una suave melodía que sonaba por los altavoces instalados en la calle.
—¡Hola, Grace! Lo siento, me he dormido en los laureles y ha tenido que acercarme mi hermana —confesé, poniéndome junto a ella en la cola.
—Lo importante es que has llegado. —Grace achicó los ojos y me escudriñó con atención—. ¿No te habrás olvidado de traer la cámara?
—Desde luego que no. —Colocándome la mochila por delante, rebusqué en su interior hasta que di con ella—. Aquí está.
La obra de esa tarde era importante para Grace, pues Emma tenía un papel secundario, con unas cuantas frases.
—¿Cómo va todo? —Mi amiga entrecerró los ojos como si intuyera que algo no iba bien. Fue un gesto breve, pero duró lo suficiente para hacerme saber que estaba preocupada por mí. Entre nosotras no hacían falta palabras.
—Bien.
—Me alegro. —Grace soltó un suspiro, algo más relajada—. Y, ¿con respecto a lo otro? ¿Ya sabes lo que vas a hacer?
Ella era la única persona que conocía de primera mano lo que estaba pasando entre Brad y yo. En un principio, estaba a favor de nuestra relación, así que había apoyado mi decisión. Pero a medida que pasaba el tiempo y la cosa no cuajaba, se mostraba más desconfiada y reacia. Ya no veía con buenos ojos tantos dimes y diretes.
—No, la verdad es que sigo hecha un lío —murmuré, como si las palabras se escaparan de mis labios sin querer.
Grace se detuvo y me miró con seriedad, su ceño fruncido, casi con desaprobación.
—April, ¿de verdad crees que va a dejar a su novia? Si fuera así, ya lo habría hecho, y no estaría dándole tantas vueltas al asunto —soltó sin adornos, con su sinceridad característica, que a veces tanto dolía.
No supe que contestar; muy en el fondo, yo opinaba lo mismo, pero oírlo de ella... era diferente.
—La situación es complicada... No quiere hacerle daño a Maddison. —Mis palabras sonaron tan débiles como los maullidos de un gatito.
—No te lo crees ni tú —respondió Grace, su tono firme, aunque nada cruel—. Lleváis meses saliendo juntos, y él sigue con su novia como si nada. ¿Cuánto más vas a esperar?
Aquella pregunta se quedó flotando en el aire mientras avanzábamos en la fila. El viento traía el olor a hierba fresca acompañado por otro menos natural, una mezcla de pavimento y cemento, que iba en consonancia con mi angustia interna.
Grace suspiró, y continuó hablando con mayor tacto.
—Te lo digo como tu mejor amiga. Por una vez, piensa primero en ti misma. Ni en él, ni en Madison, ni en lo que podría pasar si ella... —tragó saliva, intentando buscar el consejo adecuado—. Soy la menos indicada para hablar, pero no me gusta verte sufrir. Así que, ¿pregúntate qué es lo que realmente quieres?
Bajé la vista, sintiéndome culpable. ¿Lo que yo quería...? Tenía tantos líos en la cabeza que era incapaz de contestar a algo tan sencillo como aquello. Me había enamorado de Brad, pero tanta mentira estaba haciendo mella en nuestra relación. Aunque para ser justa, yo sabía en lo que me estaba metiendo y lo había aceptado.
—Me sabe mal por Maddison. —Suspiré, avanzando otro paso.
—¿En serio? ¡No me lo puedo creer! —Mi amiga resopló como un toro embravecido—. Si fuera al revés, esa idiota no tendría la más mínima compasión hacia ti.
—No te creas. Hemos hablado mucho sobre ella, y lo está pasando fatal. Va de doña perfecta, finge que no tiene problemas en la vida... —Hice una pausa para no decir más de lo debido, no quería traicionar la confianza que Brad había depositado en mi—, pero todo es una fachada.
Grace frunció el ceño, claramente escéptica.
—Es como si ese chico te hubiera lavado el cerebro. Las dos conocemos muy bien a esa arpía, no entiendo a qué narices te refieres con tanta tontería. —La impotencia y la frustración se adivinaban en su tono de voz.
—Fuimos amigas hace tiempo y sé que tuvo una infancia difícil —tragué saliva, sintiendo una mezcla de nervios y frustración.
—¡No me jodas, April! Ahora la vas a defender, ¿en serio? —Mi amiga no daba crédito, me miraba con la boca abierta—. Fuisteis amigas durante unos meses en un campamento de verano hace tres años, y luego te hizo la vida imposible.
—Ay, es que tú no lo entiendes...
Por respeto a Brad, lo único que no le había contado a mi mejor amiga era sobre los problemas alimenticios de Maddison y sus episodios autolíticos, así como tampoco le había hablado de la infidelidad de ella. Eran temas delicados, y no me parecía correcto compartirlos alegremente con nadie, ni siquiera con Grace.
—¿Y qué hay que entender? ¿Qué es una manipuladora de mierda, una falsa que utiliza a la gente a su antojo y que al parecer su novio no quiere romper con ella? ¿Cuánto tiempo más vas a seguir así?
Todo lo que acababa de decir mi amiga era cierto, y eso me hizo muchísimo daño. Los secretos, las mentiras, los encuentros furtivos... todo se estaba volviendo una carga insoportable.
—Tienes razón —acepté, bajando la vista.
Grace me contempló con un atisbo de culpabilidad y muchísima preocupación. Percibí que no quería hacerme daño, pero la desesperación la había llevado a hablar más de la cuenta.
—Los siento, April. No debería haber sido tan brusca contigo. Es solo que me ha ofuscado que te pongas del lado de ella. ¡Cómo ese idiota de Brad Owens te haga daño va a tener que vérselas conmigo!
Grace cerró la mano en un puño y se lo puso delante del rostro, como si fuera un boxeador a punto de noquear a un oponente imaginario. Su actitud protectora, me hizo sentirme un poco menos sola. Sin embargo, en ese momento, mi teléfono vibró en el bolsillo trasero de mi pantalón. Lo saqué, presintiendo de quien se trataba.
Brad: ¿Te va bien que nos veamos hoy?
El corazón se me detuvo por un segundo. Ni siquiera podía describir las emociones que sacudían mi interior. Había una parte de miedo, otra de alegría y otra de angustia. Aunque lo que prevalecía, por encima de todo lo demás, era una sensación de traición hacia mí misma. Sabía lo que ese mensaje significaba, sabía lo que Brad esperaba de mí, y sabía que, sí o sí, iba a ser incapaz de salir de esa espiral destructiva. Además, faltaba poco para su cumpleaños y no me veía con corazón para romper con él ni antes ni justo después.
Miré el mensaje, sin saber que responder. Durante días no le había dado sus regalitos de cumpleaños, pues estaba evitando verlo. Estaban acumulándose en mi mochila, casi como en una metáfora perfecta de todo lo que yo estaba callando.
Grace me observaba en silencio, entendiendo sin necesidad de palabras lo que estaba pasando.
—Es él, ¿verdad? —preguntó mi amiga, con un tono que no necesitaba confirmación.
Asentí lentamente, incapaz de hablar.
—¿Qué vas a hacer? —La pregunta era simple, pero la respuesta no tanto.
¿Qué iba a hacer? Había una gran división entre lo que realmente quería y lo que necesitaba. Por ese motivo, la idea de dejarlo... de renunciar a lo que había entre nosotros, aunque fuera una relación confusa y dolorosa, me aterrorizaba.
—No lo sé, Grace. No lo sé.
Entramos finalmente en la zona de las gradas del teatro, y tomamos asiento. Las luces tenues y la brisa suave del atardecer le daban al lugar un aire casi mágico, pero mi mente seguía a kilómetros de distancia. La gente aplaudió cuando comenzó la obra, ya que la mayoría de los asistentes eran familiares o amigos de los actores.
La historia era algo psicológico y experimental, que giraba en torno a la inacción y el conformismo en la vida. Emma representaba a la hija rebelde de una mujer divorciada y sin trabajo. Poco a poco me fui metiendo en las distintas tramas, sobre todo, en la actuación de una chica que estaba atrapada en una vida que no la hacía del todo feliz. La ansiedad se representó en un baile frenético de varios personajes principales, que se movían por el escenario de manera caótica y desordenada, haciéndose preguntas en voz alta: ¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Me siento feliz? ¿De verdad quiero continuar así? ¿Qué puedo hacer?
El público estaba pegado a sus asientos, igual que yo. Me identificaba con todo ese sufrimiento, con todo ese miedo, con toda esa ansiedad que estaba representada ante mis ojos. Me sentía tan abrumada que algunas lágrimas rodaron por mis mejillas.
Fue durante el último acto de la obra, justo cuando la chica, después de haber luchado contra sus propias inseguridades, decidió darle una nueva oportunidad al amor. Algo hizo clic en mi interior. Era como si cada palabra estuviera dirigida a mi persona, como si la decisión que ella había tomado de dejar atrás las heridas y abrazar el presente, se hubiera convertido en la respuesta que yo necesitaba.
Un operario dirigió un cañón de seguimiento que iluminó el hermoso rostro de la actriz, y pude ver en sus ojos el mismo miedo y deseo que me atormentaba desde hacía días. En ese instante, lo comprendí todo: no se trataba de lo que había hecho Brad en el pasado, ni de lo que podría suceder en el futuro. Se trataba de vivir el momento. Y, como ella, decidí que también merecía arriesgarme. Después de todo, ¿cuántas veces se presentaba la oportunidad de vivir algo real con otra persona, de sentir lo que yo sentía por él? Quizá nuestra relación no era perfecta, pero lo amaba como nunca había amado a nadie en toda mi vida.
Tomé el teléfono para enviarle un mensaje, pero me detuve en seco. De nuevo me estaba dejando llevar por la impulsividad. «No, no y mil veces no. Deja de buscar excusas para perdonarlo. Primero aclara tu mente, toma una decisión sensata y no te dejes llevar por tus sentimientos», me regañó la voz de mi conciencia, buscando con desesperación salvarme de mi misma.

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