Capítulo 6

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Caminaba por la calle rumbo a mi casa, sin ninguna prisa, apoyándome en las muletas para afianzar cada uno de mis pasos. En el paladar todavía conservaba el sabor de las galletas caseras de la señora Pendleton, una actriz de Broadway jubilada. Las había horneado especialmente para mí, mientras me explicaba otra de sus fabulosas historias de juventud; a veces eran tan fantásticas que me hacían dudar de si me estaba tomando el pelo o todo lo que me contaba era cierto. La conocía desde niño, y siempre me había parecido una anciana adorable y estrafalaria. Según ella, había tenido una existencia muy atípica. Debido a su antigua profesión se había relacionado con grandes nombres de la política y del mundo del espectáculo, entre sus amantes se encontraban auténticas personalidades. Llevábamos comiendo juntos un par de días, porque no me apetecía estar solo en casa; mis padres llegaban muy tarde y mi cabeza no dejaba de darle vueltas al mismo tema, así que estar con alguien más me ayudaba a desconectar.

El teléfono vibró de nuevo dentro del bolsillo trasero de mi pantalón. Imaginé que se trataría de Maddison u Oliver, así que lo silencié por completo. Llevaban unos cuantos días intentando contactar conmigo, pero había recurrido a mis padres para no contestarles, poniendo como excusa que estaba muy desanimado y padecía un fuerte dolor en la pierna. Supuestamente, la medicación me dejaba noqueado en la cama todo el día. ¡Una mentira como un piano! La verdad, sin embargo, era mucho más simple: no quería verlos ni en pintura.

A veces me preguntaba cómo narices había llegado a ese punto de inflexión, donde la sola idea de hablar con ellos me producía una repulsión indescriptible. Dos personas por quienes en el pasado habría hecho cualquier cosa, ¿cómo podían haberme traicionado de aquella manera? Ojalá pudiera eliminarlos de mi vida como quien borra un dibujo hecho a lápiz en un papel. Su engaño me dolía, no solo por la infidelidad y las mentiras, sino porque en realidad había aprendido a las malas que nunca llegué a conocerlos de verdad. Ellos eran un recordatorio constante de mi ingenuidad, de mi incapacidad para ver más allá de las apariencias. «¿Cómo he podido estar tan ciego? Debo ser idiota», me regañé mentalmente, mientras avanzaba con lentitud por la calle, apoyándome en mis muletas, sintiendo que cada paso me alejaba de mi antiguo ser, volviéndome más cínico y amargado.

Durante una de las conversaciones que había mantenido con la señora Pendleton esa mañana, le había sacado el tema de la infidelidad, preguntándole que haría ella en el hipotético caso de que su mejor amiga se hubiera liado con su novio. La buena mujer había alzado el mentón con altivez, soltando una escandalosa carcajada.

—Hoy en día me importaría un pimiento. Yo misma le pondría un lacito en el cuello a mi novio infiel, y se lo regalaría a esa que dice ser mi mejor amiga. No perdería ni un segundo de mi vida con personas así de egoístas.

—Pero, ¿qué hubiera hecho usted si tuviera mi edad? —pregunté, tomando una deliciosa galleta de mantequilla para darle un mordisco.

—A los dieciocho años yo era tremenda, una auténtica cabra loca. No me parecía en nada a ti, que eres tan formal y buen chico. No sé qué hubiera hecho, la verdad... Tal vez me hubiera acostado con todo el equipo de futbol americano para humillar a mi novio mientras continuaba saliendo con él. Sí, seguro que habría hecho algo como eso. —Las gafas de Dorothy Pendleton se empañaron debido al vaho de la última remesa de bollería recién sacada del horno—. Aunque hoy por hoy no...

Me desconecté de la conversación en ese preciso instante, imaginándome como podría tirarme a todas las amigas de mi novia a sus espaldas. Esa sería una buena venganza, pero aun así requeriría mucho esfuerzo por mi parte. Debía reconocer que no era un gran seductor. En realidad, solo había salido con Maddison en toda mi vida. Y, aunque deseaba hacerle daño, daño de verdad, conocía mis límites y mi falta de experiencia. No me parecía en nada a Oliver. Al pensar en él, apreté los dientes. Conocía muy bien sus puntos débiles, y pensaba destrozarlo. No iba a tener piedad con ninguno de los dos, aunque perdiera mi alma por el camino.

LA CHICA DE LOS VIERNES ·ϿʘϾ·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora