Capítulo #28

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Día cuarenta y dos.

Han sido unos días muy ajetreados, casi no he visto a mi madre, hermano o madrina. Los entrenamientos están siendo intensos y cuando no estamos en eso las, reuniones para hacer los planeamientos y estrategias, nos llevan todo el día.

Me siento exhausta, no he comido bien y los entrenamientos cada vez son más rudos, los recuerdos llegan cada vez más constantemente y yo obtengo más y más poder

En estos momentos me encuentro en una burbuja transparente en el aire. Un fuego morado me cubre hasta la mitad del torso. Mis ojos también tienen este color morado, pero más claro.

Todos a mi alrededor tienen sus manos unidas diciendo un conjuro en griego, el cual no domino aún. No resisto más y grito, mientras cierro mis ojos, rompiendo, por tercera vez, el conjuro.

–¡Oh, vamos! No de nuevo, princesita– Marcela me abuchea de nuevo e intenta que yo me sienta inútil.

–¡Oh, vamos Marcela! Perdón por estar cansada, es que yo sí estoy trabajando duro para vencer a Ergonia y su ejército.

–Ella te quiere a ti, no a mí, no debería preocuparme, ya que tú causaste este desastre, es justo que seas tú la se sacrifique para salvar nuestro mundo.

-¡Yo no causé nada! y estoy cansada de que digas eso por los errores del abuelo. ¡Yo no él! Y será mejor que comiences a trabajar de verdad porque esta guerra, de ser perdida, nos afectaría a todos, ¿entiendes? a todos.

–Marcela, creo que deberíamos ir a mi despacho– mi tía, la cual llegó justo cuando caí, hace notar su presencia– Te he traído aquí porque te consideré una de las mejores, incluso te tenía más fe que a muchos, pero me has decepcionado.

<Cuando hablé contigo estabas muy consciente de lo que enfrentamos y, me parece muy infantil tu manera actuar así solo por celos. Para terminar, en mi opinión, no es culpa de Emma que no funcione el conjuro, se debe trabajar desde el corazón, y tú, solo lo haces desde el enojo>

Escuchamos a Marcela refunfuñar y camina con el ceño fruncido tras mi tía. Mi debilidad comienza a notarse aún más y me comienzo a marear hasta caer al suelo.

–Emma– escucho a Aarón– cariño, ¿estás bien?

–Algo cansada, creo que me exigí mucho.

–Claro, es hora de que todos vayamos a descansar, aún tenemos tiempo para más entrenamientos– Todos se van y Aarón ayuda a levantarme, mis piernas flaquean, pero logro sostenerme.

Siento un gran ardor en mi brazo, pero decido ignorarlo y caminar, o bueno, eso quería hacer, pero el dolor es más fuerte y me quejo, cayendo en el suelo nuevamente.

–¿Estás bien?

–No– reviso mi muñeca derecha, pues de ahí viene el ardor y, al ver con lo que me encuentro, me espanto– Aarón– jadeo – Aarón– repito entrando en pánico.

En mi brazo, a partir de la muñeca ha comenzado esparcirse algo de un color morado igual al de hace un rato, solo que, después de avanzar un poco se torna negro.

–Aarón, ¿qué está pasando?

–N-no, yo no lo sé, Emma. Debemos ir rápido a tu casa y llamar al médico, tu tía, no sé.

El dolor es constante y unas veces más fuertes que otras, pero asiento, levantándome del suelo con ayuda de él y caminando a casa. Duramos más en llegar que otras veces, pero eso tiene sentido, debido a que mi caminar es lento y caigo unas cuantas veces, débil.

Cuando finalmente llegamos a casa, mi madre nos recibe con una sonrisa que inmediatamente se cambia a una mueca de preocupación cuando ve mi estado. Todo pasa muy rápido para mí, me acuestan en el sofá de casa y los gritos desesperados de mamá llamando a mi padrino me aturden un poco, Aarón tranquiliza a mi madre, y le pone un mensaje por el comunicador a mi tía.

60 días antes de la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora