I. El Lord Del Póker.

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I

♥   ♣    ♦


—¿Crees que me veo patético? 

Me veía en el espejo cuarteado recargado contra la pared. 

Era un humano, tenía el pelo grasoso, ojeras macadas igual que los huesos, con la ropa colgando y descalzo. 

Lloraba demasiado en esos días.

Eran los 70' y perdí todo. 

Quería apostar. Quería todo.

Jugaba a lo que llamaban "juego", y cuando ganaba sentía un estasis inigualable.

Veo ese mismo reflejo de mí, ahora en una habitación que sí tiene muebles, que me hace sentirme cómodo aunque afuera todo arde.

Pase de humano a demonio.

—Sí, lo eres —me dije, alejándome del espejo—. Lo sigues siendo.

Voltee de nuevo, solo para ver mi cuerpo desnudo. 

—Demasiado patético.

Salgo de la habitación con un pantalón de tirantes puesto.

Recorro el pasillo hasta llegar a las escaleras, bajando al área de juegos. Todos están ocupados con ruletas que giran por mayordomos, las mesas se vacían y vuelven a llenar con servidores míos que los atienden, otros que van llegando a los que llamamos Pecadores (por ser de baja jerarquía) les enseñan las reglas de cada juego. 

Le robo a un camarero dos botellas de vino tinto, llevándomelos a la boca, tomando trago por trago hasta vaciar uno, dándoselo vacío a otro camarero que me ve con asco.

Rodeo las dos filas de tragamonedas, los demonios más jóvenes suelen utilizarla, cuando pierden lloriquean o se golpetean la cabeza.

Paso frente al escenario donde se encuentra una dama voluminosa llamada Mimzy, es una "amiga" del demonio que me espera frente a ella, escuchándola cantar con una banda de jazz a sus espaldas. Este hombre de orejas puntiagudas, astas de reno, y una sonrisa que jamás se le ha desaparecido, se hace llamar Demonio de la radio. No es cualquier demonio, es un Overlord.

Los Overlord, como yo, tenemos habilidades que no cualquiera puede poseer, son capaces de hacer tratos con pecadores para obligarles a obedecer, hacen que se influya miedo a los demás. Otros se encargan de liderar los picos del infierno, el cual esta situado en la figura de un pentagrama que se refleja de igual manera en el cielo que flamea. 

Tomo un trago de vino, comenzando a sentir un ardor en el vientre. 

—Te he estado esperando, gatito —dice Alastor, golpeando mi cabeza con la punta de su bastón con punta de micrófono, alejándome de mi ebriedad.

Oficialmente me nombran Lord del Póker. Solo los idiotas que se hacen los valientes me llaman Husk, pero Alastor no es un idiota. Nadie sabe de donde viene, y yo desconozco porque me visita.

No es por la voz de Mimzy. No es por el casino que se ha vuelto en un condominio enorme, con habitaciones de huéspedes para los que han caído en la adicción del juego, aprisionándose así mismos en el juego que les ofrezco, del cual no me hago responsable de su vicio.

—¿Puedo saber qué se te ofrece? —pregunto, acabándome el vino.

—Te veo decaído, querido amigo. 

—Eh, es mi cumpleaños.

Alargó su sonrisa de dientes amarillentos.

—Cumplo veintisiete —digo decaído, abrazando la botella de vino—. Creo.

—¡Vaya, ni se te nota que estás al roce de los treinta!

Ladeo la cabeza. 

Mis cumpleaños me recuerdan mi otra vida. Cuando era humano, siempre estaba solo. Emborrachándome hasta vomitar.

 Si no estaba robando cerveza, lo más probable es que me quedaría en casa a hacerme sentir miserable.

—Sé que te hará feliz —Alastor rodea mis hombros—. Juguemos a tu juego favorito, es lo que más amas, ¿no es así? Apostar a morir.

Asentí con la nariz.

Todos los días jugábamos por cosas pequeñas, apostábamos shocks de alcohol, era la apuesta más básica que podría hacer, porque sabía muy bien que no podía jugar con un Overlord como él, alguien que todos conocen pero desconocen su naturaleza.

Nos fuimos a nuestra mesa, al centro de la zona de póker. 

Un camarero trajo cinco botellas de alcohol, y antes de dejar la sexta, Alastor eleva la mano.

—Haremos cambios —dice.

—¿Cuales?

—Si uno de los ganas, se queda con el alma del otro —dijo, estirando la mano por encima de la mesa—. Es tu cumpleaños después de todo, necesitas lo mejor para hoy.

—Ja, me conoces bien.

Las mejores apuestas son las que me cuestan la vida.

¿Cómo podría negarme? Tengo un placer sin igual por jugar en la cuerda floja, pues el peligro me excita más que nada.

Esta mañana quería embriagarme, sentir pena por mi vida como humano, pero estar con Alastor, hace que las cosas se pongan mejor que decidir caer en deprimencia. 

—Muy bien, Alastor. Juguemos.

Tome su mano.

Hicimos un apretón que nos hizo sonreír, pero él, él sonrío como nunca jamás había visto antes.

Le tome una menor importancia ante tal gesto, prefiero enfocarme en lo que voy a divertirme por hacerlo perder.

Todo lo que perdí, ahora lo tengo en el infierno.

¿Qué más da si esta obsesión me cuesta la cordura o un sentimiento sano? Lo que obtengo por lanzar dados, girar monedas, tirar cartas. Son las cosas que llenan los huecos que ocupan sentir una pizca de emoción, y es lo que termina contando para mí, lo que esta tan mal que se siente bien.

Mientras mayor sea el riesgo que me infunda miedo, más quiero arriesgar quien soy.

Tal vez esté enfermo de poder, pero se siente jodidamente bien.

—¿Sabes, gatito? —habla Alastor, tendiendo una hilera de cartas que le cubre la sonrisa—. Lo mejor de juguetear contigo, es el hecho de que siempre ganas.

—Hemos hecho esto miles de veces, sabes cómo soy.

—Sí, sé cómo eres. ¿No lo crees arriesgado? ¿No tienes ni una pizca de miedo, Husk?

—No.

Se mofa con los ojos cerrados.

—Que majestuoso sería domesticarte —dice por último.




DOMESTICAME - [ HUSKERDUST ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora